La revolución socialista que no ha llegado para nadie

Por Pedro Campos  

HAVANA TIMES — Una lluvia de críticas cayó sobre el intelectual negro cubano Roberto Zurbano por haber publicado el New York Times unas declaraciones suyas, según las cuales “la Revolución no ha llegado a los negros en Cuba”, aunque después dijo que lo enviado al periódico fue que “no había terminado para los negros”.

La esencia, en definitiva, de lo que declaró al diario norteamericano, es sabida por todos en Cuba: siguen existiendo formas de discriminación racial, los negros siempre han sido los menos beneficiados, son los que están en peores condiciones para enfrentar la “actualización” y queda mucho por hacer en ese terreno.

Algunos se molestaron no tanto por sus declaraciones, sino porque las hizo a un órgano de prensa norteamericano. No sé si tales se recuerdan o sepan que Fidel Castro dio una entrevista al periodista Herbert Matthews en la Sierra Maestra, de ese mismo diario y que en varias ocasiones periódicos norteamericanos han publicado páginas enteras pagadas por el gobierno cubano para hacer  denuncias contra el gobierno de EEUU.

Amén del derecho de Zurbano a expresar lo que piensa, cómo lo piensa, en la forma y dónde lo  estime conveniente y del derecho de los demás a pensar lo que crean y a manifestar lo que entiendan de lo expuesto por él, siempre que se haga  con el respeto a la diferencia, estimo que la revolución socialista no ha llegado para los cubanos, sean negros, mestizos o blancos: sigue pendiente.

Si entendemos la revolución social como la concebía Marx, es decir en el cambio de las relaciones de producción, y no solo como un cambio de gobierno, como una revolución política, pues tendríamos que aceptar que en Cuba la revolución social, la socialista, no ha llegado todavía.

La revolución política del 59 derrocó el gobierno dictatorial de Fulgencio Batista e instauró otro tipo de gobierno, -en forma de “dictadura del proletariado”-, según la escuela rusa estalinista denominada marxismo-leninismo adoptada por el partido comunista regente-, pero no cambió las relaciones de producción asalariadas que tipifican el sistema capitalistas de producción. En todo caso las estatizó.

Con las “nacionalizaciones”, -en verdad estatizaciones- realizadas después de 1959, los trabajadores asalariados cubanos dejaron de ser explotados por los capitalistas particulares, para serlo ahora por el estado, dueño de casi todos los medios de producción. Tal estado les siguió pagando un “salario” menguado y se quedaba con la mayor parte del plusproducto o plusvalía que no se pagaba al obrero.

El destino de esa riqueza era repartirlo “equitativamente”, según el buen parecer de la burocracia y, desde luego, la mayor parte, para mantener todo su sistema-aparato nacional e internacional que le sustenta desde hace más de medio siglo.

Y todo mundo sabe que estatización no es socialización. No se socializó la propiedad ni la apropiación de lo producido.

El noble propósito distributivo desde el estado, nada tiene que ver con el socialismo marxista, sino más bien con su vertiente socialdemócrata y ha sido una de las causas principales de la inoperancia del “socialismo real”, siempre fracasado, dondequiera que se intentó.

Roberto Zurbano

De esa forma, al igual que en el resto de los llamados “países socialistas”, el estado cubano, en lugar de trabajar por abolir el trabajo asalariado que tipifica al sistema clásico capitalista de producción, lo amplió, lo absolutizó, pues no solo siguieron explotándose de forma capitalista las antiguas empresas “nacionalizadas”, en verdad estatalizadas, de capitalistas nacionales y foráneos, sino que se “nacionalizaron”, para ser explotadas en forma asalariada por el estado, todas las pequeñas empresas, negocios y timbiriches, hasta los puestos de fritas, las cooperativas que existían, las clínicas mutuales, las cajas de retiro, los clubes y asociaciones sociales y sindicales, etc.

Parafraseando la consigna leninista de “todo el poder a los soviets”, aquí fue: “todo el poder al estado”. Así un gran capitalista, el estado, sustituyó a los otros y, de paso, acabó con las formas de trabajo libre asociado que existían ya en Cuba, la esencia de las nuevas relaciones socialistas de producción.

Esa revolución política que estatizó toda la propiedad, en lugar de socializar la apropiación, la concentró más en el estado, y en lugar de democratizar la política, limitó su control a un partido único centralizado y compuesto por un pequeño por ciento de la población.

El modelo existente de democracia representativa, que lleva a elección a los candidatos designados desde arriba, no posibilita la democracia directa y decisoria que caracterizaría la sociedad socialista.

¿Revolución política? Bueno, esa sí la hubo. Hubo un cambio de gobierno y nadie puede negar que ese gobierno trató, -a su manera semi-socialdemocrata-, de mejorar populistamente y desde el estado todo poseedor, las condiciones de vida de los pobres, de los negros, los blancos, de los obreros, de los campesinos, ofreció salud a cuenta del estado dueño y recaudador, escuela a cuenta del estado dueño y recaudador, vivienda barata a los que pudo, agua y electricidad las extendió hasta donde ha podido, entregó tierras a los que ya las trabajaban; pero sin llevar a cabo la revolución socioeconómica todavía pendiente.

Tampoco se puede negar que el gobierno surgido de esa revolución política tratara de eliminar nominalmente la discriminación racial; pero no es menos cierto que la legislación vigente no contiene sanciones contra las prácticas discriminatorias de raza, de sexo, ideología y otras que todavía se ejercen desde el poder real absoluto que confiere el sistema estatalista centralizado a la burocracia.

También debe reconocerse que no se han desarrollado políticas diferenciadas para tratar de asistir a los siempre más desprotegidos: los descendientes de esclavos.

Recuérdese que la mayoría de los combatientes de fila del Ejercito Mambí, era de origen esclavo, negro, y que en el festín repartidor que siguió al terminar la guerra del 95, a los de abajo en general, fueran blancos o negros, solo les tocó la pensión para los veteranos. Los Generales, la mayoría blancos y descendientes de esclavistas, fueron los que obtuvieron haciendas y grandes extensiones de terreno para cultivos, los mismos que después mandaron y dispusieron hasta el derrocamiento de Machado y la Constitución del 40.

Igualmente se debe señalar que el sector del arte y la cultura ha gozado de algunas prebendas y libertades económicas, -de las que no han dispuesto otros sectores-, y que de ellas se han podido beneficiar, tanto blancos como negros.

Pero como el estado surgido de la revolución política de 1959 no socializó la apropiación, no creó condiciones para que las personas y las comunidades, los colectivos laborales y sociales se desarrollaran por sus propios esfuerzos, no fomentó el trabajo libre asociado, ni las cooperativas en todos los sectores de la economía, ni la cogestión y la autogestión, ni la autonomía de las regiones, ni los presupuestos participativos, ni democratizó el poder político, no lo ha repartido: no hizo nunca la revolución socialista que enunció, sino que fomentó el capitalismo monopolista de estado bajo control de un partido único, algo erróneamente creído socialismo por muchos en todas las latitudes.

En consecuencia, lo que ha podido hacer por los humildes hasta hoy, la revolución del 59, por los negros o los blancos, por los campesinos y los obreros, no ha llenado las expectativas que despertó entre los cubanos, que siguen siendo mayoritariamente asalariados pobres, aun con educación y salud a cuenta del estado dueño de mar, aire y tierra, empresas, fábricas, vidas, haciendas y decretos.

Es cierto que el criminal bloqueo  imperialista ha afectado la capacidad del estado para hacer más efectivas sus políticas sociales, pero no es el responsable de la inviabilidad y el fracaso del modelo estatalista asalariado.

Por eso, no solo la revolución social, en sentido marxista, no ha llegado a los negros, tampoco ha llegado a los blancos, no ha llegado a las mayorías, a los cubanos en general.

La Revolución Socialista sigue pendiente en Cuba.

La que permita a los negros, a los blancos, a los trabajadores, a las mayorías poder acceder plenamente al poder político y a las riquezas que sean capaces de producir, sin capitalistas individuales ni estados burocráticos que se apropien de su sudor, que impongan discriminaciones por diferentes causas, sin hegemonías políticas permanentes que cercenen las libertades de expresión y de asociación.

Cuando esa Revolución vaya llegando al pueblo de Cuba, lo cual no será por vía de la violencia, sino de la participación democrática creciente de todos en el poder político y económico, entonces empezará a llegar para los negros y para los blancos.

Pero para lograr una verdadera igualdad, tendrán que establecerse políticas diferencias que beneficien a los más afectados económica, política y socialmente a través de nuestra historia, sin duda alguna, los negros.

No obstante hay que reconocer que el nuevo gobierno de Raúl Castro ha dado algunos pasos limitados que, sin poner en crisis el viejo modelo estatalista asalariado centralizado, en su evolución y desarrollo podrían generar otras dinámicas democráticas y socializadoras; contrario a lo que cree algún que otro extremista delirante, aspirante a imponer un extraterrestre comunitarismo vulgar, para quien ninguna modificación al estatalismo aporta nada a “su modelo”.

La liberación social, la emancipación verdadera, la des-enajenación del ser humano, de todos los seres humanos, la eliminación de todas las discriminaciones por las razones que sean, se logrará como proceso y no como un hecho y será para todos, los negros, los mestizos y los blancos, cuando el acceso a la riqueza y al poder político, esté democráticamente repartido y compartido.

Ya eso se llegará en la medida en que juntos, negros, blancos y mestizos; asalariados del estado, cooperativistas, cuentapropistas, estudiantes, campesinos, soldados, intelectuales y amas de casa; los cubanos de buena voluntad todos, no importa lugar de residencia, creencias religiosas, pensamiento político y preferencia sexual, presionen  pacíficamente por todas las vías posibles para que en Cuba se produzcan los cambios necesarios hacia la plena democratización de la sociedad cubana y la socialización de la economía.

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