¡Ya llegó el pollo! Como el grito del vigía

Janis Hernandez

Alegría en una bodega cubana. Foto: cubadebate.cu

HAVANA TIMES — Como el grito frenético del vigía en la caseta del mástil: ¡Tierra! Como la exclamación enardecida de cualquier vigilante en una atalaya, así es el aviso de algunos viejitos en los barrios, para avisar a los demás que llegó el pollo.

Sin duda alguna, más allá de lo que digan las estadísticas de la FAO, quizás no haya literalmente hambre en Cuba, pero sí somos un pueblo subalimentado. El hábito de andar con jabitas de nylon en los bolsillos para ver qué aparece de comer y llevarlo a casa, se ha convertido en una compulsión.

Porque garantizar el pan nuestro de cada día, es un serio problema para los cubanos. Cada vez se hace más difícil tener qué llevar a la mesa. El precio de los productos en los mercados es sumamente elevado para los tan bajos niveles salariales.

Por ejemplo, los vegetales, viandas, hortalizas y los cárnicos y sus derivados son bastante caros. Y lo peor es que muchas veces la oferta no cubre la demanda.

Con precios bajos se puede conseguir cinco libras de arroz por mes y dos adicionales a un precio más alto. También, veinte gramos de frijoles, cuatro libras de azúcar y medio litro de aceite. Con algún que otro paquete de pastas largas o cortas, por persona, conforman la cuota de la racionalizada canasta básica en la bodega.

Pero la asignación de las proteínas es la parte más triste de la historia. Cinco huevos, algún picadillo de soya y diecisiete onzas de pollo. Esto último es para muchos lo más esperado.

Los jubilados, que mayormente son los que hacen los mandados en las casas, llevan la cuenta de los días que toca venir el pollo en el mes. Lo señalan en el almanaque, lo comentan. Y caen en un stress terrible, si llega atrasado.

O si llega, y se lo llevan de nuevo, porque el peso no era el adecuado. O si no dejaron su libreta en la estiba del mostrador. O si se les pasó la cola y al final tiene que conformarse con el texto complaciente del carnicero: …pendiente pa´ la otra vuelta que no alcanzaron.

Coger el pollo es como una obsesión para los viejitos, es la mayor de sus preocupaciones. Y lograr traerlo a casa, la mayor de sus responsabilidades, creo que así lo sienten.

Y es que estos pobres ancianos, no hablan de otra cosa. Como si de esas míseras 17 onzas de carne de ave, pendiera su vida. Marchan a la cola de comprar el pollo, como a cumplir una notable misión.

-¡Oye avísame cuando llegue el pollo!, es una inquietud de las ama de casa.

-Te voy a dejar mi libreta para que la pongas en el buzón del carnicero, por si llega el pollo y yo no estoy aquí…, dice un vecino a otro.

-¡Llegó el pollo!, es para los viejitos, como el grito de guerra que da el vigía.

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