Por Aurelio Pedroso (Progreso Semanal)
HAVANA TIMES – Nadar contracorriente nos ha costado más de una pesadilla. Y parece que al final comienza a imponerse el sentido común, catalogado por algunos, sin embargo, como el menos común de los sentidos.
Lo anterior, porque ayer asistí a lo que en esta parte del hemisferio se conoce como “venta de garaje”. De punta a punta. Desde Alaska hasta el Cabo de Hornos. Lo que sobre en casa y no se ha regalado por siete o diez motivos, a la venta, que siempre o casi siempre habrá un necesitado o un encaprichado con la figurita, la lamparita o ese viejo libro de refranes.
Un ejercicio de completa soberanía de hacer con lo suyo lo que le venga en ganas siempre y cuando no sea organizar una matanza con un fusil automático sobre una inocente multitud como hicieron por allá o envenenar a medio barrio con alcohol letal como hicieron por acá.
Un tiempo atrás -y no dudo que hasta hoy día en el cerebro de algún guardián público del ornato- si a usted le sobraba un par de camisas, y colocaba sobre su ventana un aviso, una nota de que las vendía, la multa era casi con efecto inmediato. Multa al instante por el letrerito y no una automulta como celador del Estado porque la fosa de aguas putrefactas aún no tenía solución o el edificio continuara camino del derrumbe total. La “orientación” era el cartelito pecador.
Los jóvenes que organizaron esta venta de garaje devenida venta de plazoleta de edificio, hablaron con los propietarios de cada apartamento, abonaron una determinada cantidad de dinero a los fondos del inmueble, y mostraron sus “mercaderías” con un singular júbilo.
Muy concurrida la asistencia. Curiosos e interesados, se probaron zapatos, blusas u otras prendas, inspeccionaron juegos de tazas de café, hojearon libros, miraron esto y lo otro. Todos ganaron y al cabo de unas horas la vida siguió su ritmo de cada día.
A pocos metros del lugar y asomándose la noche, comenzó un telúrico bullicio que no daba margen a tal asomo comercial. La Habana tenía otra jornada de carnavales en su Malecón.
Fotos: Carlos Ernesto Escalona Martí (Kako).
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