Una forma diferente de ver el socialismo en Cuba

Por Osmel Ramírez Álvarez

HAVANA TIMES — “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea…”. Así, con esta elocuentísima metáfora comenzó Martí su iluminado ensayo “Nuestra América”, donde llama a los hispanoamericanos a unirse, a zanjar diferencias estériles y a escudarse en lo esencial, lo propio, contra intereses foráneos. Con ese mismo espíritu, aunque lejos de emular al Maestro, escribo este artículo necesario. El tema que trato es muy espinoso entre cubanos, tan odiado como amado, despertador de pasiones. Pero ahí vamos, como quien cumple una misión difícil e ineludible.

La palabra “socialismo” está un tanto desfigurada en estos tiempos. Los modelos radicales dejaron un sabor tan amargo, que terminaron tergiversando su significado real. Pero más allá del estigma el concepto socialista tiene su significado bien claro y definido: es un ideal de justicia social y equidad.

Al socialismo ortodoxo-radical (o euro-soviético o marxista leninista) muchos por costumbre aún lo llaman “socialismo real”. Algo contraproducente, porque con ello solo le siguen el juego a los extremistas, que para minimizar otras corrientes más realistas se autoproclamaron así. Entre aquellas alternativas estaba la socialdemocracia, para mí la tendencia más próxima al socialismo real.

La corriente extremista triunfó en una parte significativa del mundo, incluso en Cuba. Pero en su afán de conseguir sus propósitos forzó la realidad y terminó haciendo más daño que bien. Su fracaso ha mellado mucho el prestigio de quienes asumimos ese ideal, aunque marquemos distancia del radicalismo. Terminó incluso predisponiendo a los propios trabajadores. No faltaron oportunistas que se engrandecieron a costa de los más nobles propósitos. ¿Cuántos nombres emblemáticos nos vienen a la mente ahora mismo, verdad?

Cuba tiene suerte para ser reducto. Nos pasó con el colonialismo español y ahora con el socialismo radical. Debe ser casualidad, pero en el futuro sería mejor caracterizarnos por estar a la vanguardia. Siempre escucho a nuestro pueblo, observo y analizo a todos los cubanos, de adentro y de afuera. Aquí reina la confusión sobre lo que sería bueno o malo y hay temor al cambio. En el exterior, mucho rencor, mucha pasión y desprecio al socialismo. No al socialismo radical que nos estanca, sino a cualquiera que vista el sayo. Se comprenden las causas.

Fin de la paciencia. Foto: Juan Suárez

an dañino es el radicalismo, debo repetirlo, que consiguió que los mismos trabajadores odiaran al sistema que nació para emanciparlos. Si los capitalistas le hubiesen pagado a Stalin y colaboradores, difícil lo hubiesen hecho mejor: minaron el ideal socialista en su propia base, en la confianza de las mayorías.

Casi todos los cubanos que vierten odio al hablar del socialismo son simples trabajadores, si acaso unos pocos serán capitalistas. Yo, por mi parte, tengo la prudencia de apartar la hojarasca y palpar el suelo firme: no odio al socialismo, desprecio al radicalismo. Tanto al de izquierda como al de derecha.

Por sentirme indignado por los daños del socialismo radical en Cuba no voy a dejar de ver la realidad: su propósito es la justicia social y la equidad. Eso para mí es muy bueno. Tampoco dejo de reconocer el papel importantísimo e insustituible de la democracia y del capitalismo en la sociedad actual por sentirme indignado con el neoliberalismo o las guerras de rapiña; o por los golpes de estado promovidos para preservar los intereses del gran capital; o simplemente por ver como la democracia termina siendo prisionera del dinero en vez de que impere la voluntad popular. Un análisis justo es mucho más productivo que generalizar.

Para construir un futuro mejor la democracia es decisiva, el capitalismo es decisivo; pero también es decisiva la justicia social. Ninguna de las tres cosas es más o menos importante. Si falta una de ellas “la cosa” no va a servir para todos. Estaríamos siendo presa de oportunistas, en vez de ser salvados por benefactores de pueblos. Y la verdad es que de oportunistas demagogos los cubanos ya estamos cansados.

Oigo por aquí y por allá la idea de que con democracia y capitalismo todo viene como por encanto, “por la canalita”. Una creencia verdaderamente inocente. Poner ejemplos de los países nórdicos no ayuda, porque son la excepción, no la regla. Sin ser matemático cualquiera sacaría bien la cuenta sobre qué modelo de sociedad sería el que nos tocaría a nosotros por semejante camino. El deseo de tener democracia y libertad nos puede hacer bien, pero también nos puede hacer mucho mal si no hacemos las cosas correctamente. No es hora de romanticismo, sino de cautela.

Aquellos países capitalistas y democráticos con buenos índices de equidad son un buen ejemplo a seguir. Pero analicemos bien, fue allí donde el mismo tipo de socialismo que promuevo hizo su trabajo y los llevó a tales éxitos. Me refiero al ideal socialista de justicia social, no a la equivocada dictadura del proletariado. La socialdemocracia es una variante del socialismo, no del liberalismo democrático.

En ese sentido es que me proclamo socialista y sin ninguna reserva. Lo que quiero para mi Cuba y para el resto del mundo es libertad y progreso, democracia y capitalismo; pero también equidad y justicia social. Un socialismo democrático y de mercado. A mi juicio, para conseguirlo, tres cosas son esenciales:

  • Librar a la democracia de la influencia del dinero, en la medida de lo posible, especialmente en el ejercicio eleccionario.
  • Que el estado preserve el poder de decisión en los sectores estratégicos de la economía, sin obligación de administrar.
  • Que la clase social mayoritaria, la trabajadora, participe por otra vía alternativa en la política, ya que por la vía partidista no tiene voz frente al interés del capital: propongo un nuevo poder del estado que cubra este vacío democrático.

A groso modo, sin que este artículo brinde mayor espacio para especificidades, podría definirse así mi visión sobre una sociedad libre y justa. En Cuba ni siquiera las muy recalcadas conquistas de la Revolución funcionan bien. Eso lo sabemos. Pero sería de ciegos negar que son logros y están careciendo solo de un modelo social más eficaz, más funcional. Muchas cosas deben ser preservadas y mejoradas, no dejarlas a merced del capital. Sería un suicidio.

Foto: Juan Suárez

El objetivo no es sustituir la falsa dictadura del proletariado por una dictadura del capital disfrazada de democracia. Ni una cosa ni la otra. Podemos y debemos crear una institucionalidad renovada; podemos y debemos hacer que la nueva Cuba sea mejor que la de antes y que la de después de 1959.

En toda sociedad hay diversos actores. Para conquistar toda la justicia posible sería preciso balancear los legítimos intereses de todos; sería imprescindible crear nuevos espacios. En eso está la esencia de una sociedad más justa, en buscar el equilibrio social.

No nos ceguemos, podemos tener una visión diferente del socialismo, del capitalismo y de la democracia. Ni Batista debe convencernos de que el capitalismo es malo, (porque nos castigó con una dictadura de derecha) ni Fidel debe convencernos de que el socialismo es malo, (porque nos castigó con una dictadura de izquierda).

Basta ya de extremismos, marquemos la diferencia en la Nueva Cuba que debemos construir y  forjemos un país con equilibrio social, “con todos y para el bien de todos”.

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