Salir de Cuba ¿un sueño imposible? II Parte
Fernando Aramis
¿Será que también, como en Cuba, un pueblerino es una persona ilegal en la capital de su país? ¿De qué manera se puede ser ilegal en tu nación de origen, dentro de la misma tierra que te vio nacer? ¿Sabía usted que los provincianos son personas ilegales en La Habana? ¿Y que pueden ser deportados dentro de su misma tierra? ¿Ocurrirá en otros países? No lo sé, lo que sé es que en la capital cubana nos llaman “palestinos” y si las autoridades te encuentran, para tu cruel destino, serás deportado para tu provincia. ¿Insólito verdad?
Con esta preocupación nos quedamos en La Habana mi novia y yo (Nadiezka Rodríguez Reyes) después de una gira por toda la Isla que venía desde Santiago de Cuba nombrada: “Nosotros los que amamos”. Fue una noche infernal. Yo de Bayamo y ella de Ciego de Ávila, los dos provincianos. Si nos sorprendían, no tendríamos alguna oportunidad de salir ilesos de la deportación. Sin dinero caminamos toda la avenida de línea desde la calle L hasta la calle 24 del municipio de Vedado, para buscar una posada, que nos habían dicho era el único lugar donde podríamos pernoctar. Caminamos más de dos kilómetros.
-¡No tenemos sábanas limpias, no los podemos albergar! – nos dijeron los empleados de la posada.
De esa manera comenzó mi odisea habanera, la cual duró solo dos años para mi alivio y felicidad. Porque algunos amigos que ya vivían hacía más de 5 años en La Habana aún no habían visto la luz. Al mismo tiempo que rodé de casa en casa de amigos, durmiendo en el suelo, un día aquí y otro allá, fui adentrándome en el mundo de la farándula artística. Cantando en casi todas las peñas habaneras di a conocer mí obra.
Fernando Ramírez y su esposa Carina, amigos de los primeros tiempos de trova en Bayamo, nos albergaron en su cuarto, que era más pequeño que un grano de maíz. Una cosa de locos, cuatro personas viviendo en menos de un cuarto de tierra.
Raúl Torres, Diego Cano, trovadores cubanos, me tendieron su mano. Julián Hernández, presidente de la Asociación de Esperanto en la Isla y su vez un gran compositor desconocido, permitió que me quedara en la sede de dicha asociación.
La actriz cubana Mercedes Arnaiz, con ella pude trabajar para los niños, pensé que sería mi salvación y a final terminó siendo mi ruina matrimonial. La covacha inmunda de la Habana Vieja. Pero hubo una persona que en este bregar se convirtió en mi hada madrina: Ana María Jiménez, chilena que vivía hacía mucho en tiempo en Cuba. Aparte de ayudarme con albergue, me entregó todo su amor, me enseñó el camino del buen arte y se convirtió en el más severo juez de mi obra. Todo por alcanzar el sueño imposible. Mientras rodaba cual paria del destino, se fueron abriendo los caminos gracias a mi fe y talento.
Una ironía del destino fue un viaje de trabajo que hicimos un grupo de artistas justamente a mi ciudad. Conocí a Niurka Rodríguez, una productora del Centro de teatro y danza de La Habana, la cual sería unos meses después mi representante.
Al llegar a Bayamo pude percatarme que el trato hacia mí había cambiado. La ciudad que me vio crecer, los representantes de la cultura que nunca me apoyaron, que en un tiempo me hicieron la guerra a capa y espada, ahora me decían maestro y me mostraban, como si fuera un rey, sus reverencias. Tuve que irme de Bayamo para que se cumpliera a total cabalidad el viejo refrán que reza: “Nadie es profeta en su tierra”. Obviamente, ellos ignoraban que yo aún, como decimos en el argot popular, me estaba comiendo un cable en La Habana.
Al regreso a la capital a raíz del festival Los días de la música organizado en 1997 por la AHS (Asociación Hermanos Saiz), organización a la cual yo pertenecía desde el año 1986. Me seleccionaron entre los diez mejores trovadores jóvenes del país.
Por esa distinción fui contratado en el Centro Nacional de Concierto como trovador, y como había podido cumplir mi meta de llegar evaluado de trovador a La Habana, condición de la cual todos se asombraban, y la cual logré en Bayamo después de mí regreso de la provincia de Las Tunas, mi salario fue de 148 pesos cubanos, que al cambio eran 5.60 USD mensuales.
Era el sueldo obligatorio para todos aquellos artistas que entraban al sector del arte por primera vez, pero para mí esa era la tercera ocasión. Y me preguntaba: ¿Será este mi sueldo de por vida? En Cauto Cristo y en Niquero me pagaban 148 pesos cubanos, en el Centro provincial de la Música de Bayamo y de Las Tunas igual ¿Y aquí también? ¿Será una tortura o una burla?
En ese tiempo vivía con un matrimonio en el Nuevo Vedado, justamente a un costado del cementerio de Colón. Ellos me alquilaron por 35 USD al mes el único cuarto de la casa. Pagué el alquiler con el dinero de las ventas de los casetes clandestinos de mi música, ellos dormían en la sala. Era unas de las tantas concepciones que debían hacer las personas después del periodo especial para de alguna manera salir a flote y llevar alguna comida decente a su mesa. En las noches abría las ventanas del cuarto para dejar entrar la briza sepulcral procedente del cementerio. Se respiraba la tranquilidad del mundo de los muertos, más que darme miedo, me regalaba una paz que serenaba mi alma y hacía olvidar todo lo que estaba viviendo. Djavan y su música también eran parte del cuadro.
Al fin logré alquilar un cuartico pequeño en el Vedado, para ser exactos en 14 y línea, que costaba 15 dólares al mes. Mi salario pasaba por mis manos como el agua, no alcanzaba ni para comer algunas pizzas gordas y grasientas, diga usted para pagar un cuarto. Ya para esa fecha mí madre y mi padre se habían mudado conmigo para el cuartico de la calle 14, ella me acompañaba, y mi padre luchaba con su Acordeón en el malecón de La Habana, él también se obstinó de Varadero y quiso probar suerte en la capital, fue la única opción que le dejaron después de ser expulsado del Centro provincial de la Música de nuestra provincia de Granma por una inexplicable reducción de plantilla, institución a la que había pertenecido casi toda su vida.
Continuará…
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