Seremos menos humanos

Yusimí Rodríguez

Relajando. Foto por Matthew Siffert

HAVANA TIMES, 17 nov. — No tenemos prensa amarilla.  Ni falta nos hace.   Todos los días nos enteramos de un robo con fuerza o una violación, ahora se cuenta que hubo un asalto a mano armada a un ómnibus.  Unos dicen que ocurrió en el P-15, otros que fue en el P-3 o en el P-1.

La voz populi llena los vacíos de la prensa oficial que no dice nada al respecto.   No se le puede exigir precisión.  Lo cierto es que la cercanía del fin de año siempre incrementa la producción delictiva; el anuncio de despidos masivos ha contribuido a aumentar el rating.

Se está convirtiendo en regla que un grupo de personas se reúna a conversar y de pronto salte alguien con una historia de un delito violento que presenció o escuchó.  Y como aquí a nadie le gusta quedarse atrás, los demás también cuentan lo suyo.  Todo el mundo parece tener uno.  Yo también.

El mío no es tan espectacular como el asalto del ómnibus o el robo hollywooodense de una casa de cambio de divisa (CADECA), a plena luz del día.  Mi historia es un simple asalto a mano limpia a una mujer para arrebatarle una cadena.

Lo interesante es que este hecho no ocurrió en medio de la madrugada, en alguna calle oscura y desierta, sino alrededor de las nueve de la noche, en una parada de ómnibus ubicada delante de una panadería que brinda servicio las veinticuatro horas, y en la que todos los trabajadores (el 99% son hombres) estaban trabajando.

Pensando en el almuerzo. Foto por Nina Hooker

De los que esperaban en la parada, nadie intervino.  Los panaderos se encerraron en su centro de trabajo con puertas y ventanas trancadas.   Todos vieron a la mujer forcejear con el hombre, recibir golpes y finalmente perder su cadena.   En realidad fue magnánimo el hombre; pudo haberla violado y matado incluso, sin que nadie interviniera.

He conocido a personas que han viajado a otros países de visita, por estudios temporales o para emigrar definitivamente.  Siempre hacen comentarios como estos: “allá nadie te ayuda aunque te estés muriendo,” “si te desmayas en la calle, nadie se acerca a ver qué te ocurrió,” “la gente no se mira a los ojos,” “nadie le ofrece el asiento a una anciana,” “si te están cayendo a golpes en la calle, la gente se encierra en su casa.”  Desde el extranjero, la gente añora la solidaridad cubana.  Parece que pronto no quedará nada que extrañar.

Este es el país dónde se crearon los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), dónde la gente se unió para repudiar verbalmente (y con golpes) a los enemigos de la Revolución (o sea los que abandonaban el país a principios de la Revolución y en los ochenta), dónde muchos estuvieron dispuestos a dar la vida cumpliendo misiones internacionalistas.

Esos mismos ciudadanos que hacen guardia cederista en sus respectivas cuadras, pueden quedarse impávidos ante la agresión a un ser humano indefenso.  Y están en su derecho.

A nadie lo van a meter preso por no ayudar a una persona en dificultades.  Cuando se realice alguna verificación en el CDR sobre algún ciudadano, no van a preguntarle al presidente de la organización, si el individuo es capaz de intervenir cuando están asaltando a una mujer; lo que se tiene en cuenta es su pertenencia al Comité, si participa en los trabajos voluntarios y realiza la guardia cederista.

La gente no quiere problemas; nadie está dispuesto a que lo maten o lo lastimen por una estúpida a la que se le ocurrió salir con una cadena llamativa en el cuello.  Es el tipo de cosas que escucho siempre: “quién la mandó a ponerse esa ropa,” “quién la mandó a andar tan tarde en la calle,” “quién lo mandó a salir con tanto dinero.” La víctima termina cargando la culpa.

Niños de La Habana. Foto: Noelia González Casiano

Otros dicen que los policías son los que deben resolver esos problemas, para eso les pagan.  Y tienen razón.  ¿Pero entonces, el valor de la vida humana es el salario de un policía?   He dicho antes que no soy valiente; sin embargo, no sé si podría dormir después de haber visto a un hombre asaltar a una mujer y no haberle tirado al menos una piedra.

¿Será que junto a las diferencias generadas por la doble moneda y los nuevos lujos como la entrada a hoteles, a los que solo una raquítica minoría tiene acceso, los video juegos, la incertidumbre por la situación del país, también hemos adquirido un individualismo salvaje?

La calle está mala y me da miedo, pero me asustan más los que no son delincuentes y simplemente observan.   ¿Qué viene después?   ¿Reírse de lo que está ocurriendo?  ¿Participar?   Nos hemos montado en el carro del “sálvese quién pueda” y muy pronto, en vez de “Seremos como el Che,” gritaremos: “Seremos menos humanos.”

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