Ser o no ser… revolucionario

Por Verónica Vega

HAVANA TIMES — En la última reunión de mi circunscripción para seleccionar candidatos para delegado antes de las recientes elecciones (el tercer intento de reunión pues los dos anteriores se suspendieron por falta de asistentes), un hombre inició su propuesta diciendo:

-¡En vista de que aquí no hay revolucionarios…!

Varios presentes lo interrumpieron, indignados. Un vecino le exigió incluso que se retractara. Muy pocos permanecimos inmutables ante la ofensa. Y no pude menos que reflexionar sobre la enorme porción sumergida del iceberg.

Puedo apostar que justo los vecinos que reaccionaron al adjetivo con más violencia, jamás se han molestado en buscarlo en un diccionario. Pero sí han visto el precio de ser señalado con el terrible antónimo: “contrarrevolucionario”. (No importa si el designado es precisamente quien quiere “cambiar todo lo que tiene que ser cambiado”).

El terror es un eficaz método de persuasión. Porque lo que no cambia por dentro lo sujeta al menos desde afuera, y en lo que el alma reacciona a esa ortopedia brutal pueden pasar muchísimos años.

La palabra “revolucionario” está entre mis primeros recuerdos de escuela. Ligada a la pañoleta y a las formaciones en fila, a aquellas urnas que nos mandaban custodiar y donde la gente echaba unos papelitos doblados. A las reuniones del CDR adonde mis hermanas y yo solíamos ir, no porque entendiéramos nada de lo que allí se hablaba, sino porque a veces un vecino tocaba el acordeón, y para los niños era un gran espectáculo.

Está ligada a los discursos de Fidel en la TV (que tampoco entendía), de los que recuerdo en particular uno, porque mi madre saltó repentinamente frente al televisor, gritando de alegría. Al preguntarle qué pasaba respondió muy exaltada: ¡Van a dar uniformes que no se planchan! Podrán deducir qué significaba esto para una ama de casa con tres hijas y esperando la cuarta.

Hurgando más y más en mi memoria, la palabra “revolucionario” se va volviendo difusa. Se pierde entre espacios en blanco, reaparece entre muecas, encogimientos de hombros, burlas.

El retorno

Hace apenas tres años, conocí a alguien que recién había publicado unos textos en internet con serios análisis sociales, dirigidos a “los revolucionarios cubanos”. Le pregunté por qué no expandía su invitación acotando simplemente “a los cubanos”, ya que de hecho el maltratado vocablo podía ahuyentar a muchos interesados.

Y le hablé de lo que me comentó un poeta acerca de la necesidad de dejar que ciertas palabras vaciadas por el abuso, reposen un tiempo y se carguen otra vez, con su sentido primigenio y profundo.

Le conté incluso mi experiencia cuando hablaba de Dios, y me percataba de la crispación que podía causar el término, por lo que decidí reemplazarlo. La comunicación con la gente se volvía más clara y evitaba malentendidos. Pero esta amiga dijo que prefería asumir “revolucionario”, con todos sus riesgos.

Ya por ese tiempo,  había notado que el machacado epíteto se usaba como salvoconducto para reclamar algo públicamente. Era invariablemente el preámbulo, o se enunciaba su opuesto: “Yo no soy contrarrevolucionario”, como previa advertencia cuando se hacía una crítica.

Es el conflicto de usar palabras vivas para demarcar fenómenos que, por vivos también, se transforman hasta el punto de morir y necesitar otras palabras que los definan.

Siendo etimológicamente exactos, si revolucionario es, según el Larousse:

  1. (Adj.) De la revolución política, social o económica de una nación.
  2. Que es partidario de la revolución de las instituciones políticas, sociales y económicas.
  3. Que produce un cambio brusco e innovador
  4. Que causa alboroto (Ej. Actitud revolucionaria)

Por más que la gente lo acuñe públicamente, Cuba no denota contar con una población eminentemente revolucionaria. Y tampoco es esto lo que salta a la vista cuando se recorre el país, sino el estatismo y la abulia, cualidades opuestas a cambio, a movimiento.

Por todo lo que he podido vivir en mi experiencia con las instituciones cubanas (y no sólo las culturales), proponer y conseguir cambios notables es casi imposible. Hay una férrea inercia de conservación y control sustentada por mucho más que cándidos prejuicios.

Por supuesto, esta obstrucción al movimiento (que niega el principio mismo de “revolución”), no puede evitar el otro movimiento interno que termina siendo escandalosamente visible: la decadencia.

Un aspecto inédito del problema

Por más que en la educación de las generaciones nacidas en Cuba a partir de los 60, se nos enseñó que ser “revolucionario”, era la más alta de las cualidades, yo al menos tuve dudas de si se obtenía por méritos (como los sellos pioneriles y los diplomas) o si se heredaba automáticamente.

Es cierto que hay revolucionarios natos, pero son excepciones. Ahora, siendo estrictamente honestos, ¿cuántos seres humanos han demostrado ser “revolucionarios”, o sea, re-evolucionadores? ¿Cuántos podemos serlo al menos en todos y cada uno de los aspectos que la sociedad necesita?

Por ley natural, cada generación que nace es más avanzada que la anterior. Según esta premisa, una generación que sienta un precedente de progreso, es superada por la que le sigue, la cual asimila y optimiza lo heredado.

Este es el principio innegable también de la sinergia. Como dice el poeta Khalil Gibrán cuando habla sobre los hijos: “Puedes intentar parecerte a ellos pero no procures hacerlos semejantes a ti, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer”.

Ahora, lo que más me molesta de toda la iconografía y parafernalia verbal bajo la que se desarrolló mi infancia (y la de todos los niños cubanos post 59) es una pregunta básica: ¿por qué es tan importante definirse como revolucionario?

Cuando uno lee los fundamentos morales de religiones y sistemas filosóficos ancestrales, no encuentra este término. Y me pregunto, (aquí voy a descartar todo lo relativo a la fe para no limitar el análisis), si una persona aspira y lucha sinceramente por: no mentir, (que implica no engañar ni manipular), no robar, no matar, ganarse su propio sustento, compartir con el necesitado, respetar leyes y normas de convivencia, desarrollar su voluntad y su conciencia, ¿qué importa que entre esos objetivos no esté el ser revolucionario?

Si además en nombre de esa “revolución” (arrolladora y confusa como suelen ser todos los torbellinos sociales), se estigmatizó no sólo la religión sino la espiritualidad misma, la pluralidad, la individualidad, la autonomía, la conciencia civil, aspectos cardinales para desarrollar una sociedad genuinamente revolucionaria.

Paradójica (y no inocentemente) el término se usó y aún se usa para dividir, confrontar y excluir, perpetuando la negación de su significado.

Algún día, quizás, en honor a la verdad se rescate la etimología profunda de “revolucionario” en Cuba. Entretanto y, porque la experiencia siempre supera a las palabras, yo lo sigo asociando a la ira, a la imposición, al odio… y al cansancio.

Articulos recientes:

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

Pena capital en Cuba para disuadir y amedrentar

Consciente de que solo el terror y la fuerza lo mantienen en el poder, el…

  • Foto del dia
  • Noticias

Estación de Pra Loup, Provence, Francia – Foto del día

Xavier Anaise de Francia tomó nuestra foto del día: "Estación de montaña Pra Loup" en…

  • Cuba
  • Diarios
  • Eduardo N. Cordovi

La Habana de nuestro tiempo

No que los humanos tengan que inmolarse o sacrificarse, para que las ideologías prevalezcan a…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.