¿Podríamos comer productos agrícolas baratos y ecológicos en Cuba?

Yasser Farrés Delgado

Foto: Belquis Leal

HAVANA TIMES — Con frecuencia me pregunto hasta dónde puede llegar la insensatez de los gobernantes cubanos, pero nunca puedo estimar ese límite. Siempre me sorprenden. Por ejemplo, con las medidas tomadas recientemente contra los “carretilleros” para tratar de controlar los precios de los productos agrícolas. Como de costumbre, la solución es restringir, limitar… en vez de socializar. En oposición, hoy narraré una experiencia que podría ser una respuesta válida.

Es conocido que en todo el mundo los productos suelen encarecerse excesivamente por los intermediarios, que con frecuencia obtienen más beneficios que los propios productores. A medida que la intermediación sea mayor, el producto resulta más caro para quien lo consume. Sin embargo, eliminar a los intermediarios por decreto, sin ofrecer previamente alternativas para el consumidor, es la respuesta más absurda que puede darse, porque genera un desabastecimiento inmediato.

En la mentalidad capitalista, las medidas más elementales a la subida del precio podrían ser dos: fomentar la producción y promover la competencia. En realidad son medidas hipócritas, porque no interesa que las productos sean tan baratos (sobran los ejemplos de pactos y otras formas para controlar los precios) ni que haya demasiada competencia (en Europa, por ejemplo, el incremento de los súper e hipermercados responde a una monopolización que está llevando a la desaparición de los comercios minoristas).

En el caso de los productos agrícolas, la primera disposición se basa en industrializar el campo (o sea, mayor dependencia del petróleo, por tanto, variabilidad en el costo de la producción) y en modificarlos cultivos (genéticamente o con otras técnicas), lo que en la práctica ha servido para consolidar un sistema mundial de producción y consumo que no solo es económica y socialmente injusta, sino también antiecológica. Es un modelo que va contra las economías tradicionales locales.

¿Existen alternativas? La respuesta es sí. Frente a ese modelo productivo capitalista, industrial, monopólico…. existen iniciativas que permitirían comer barato y ecológico. Estos modelos poco a poco toman auge, pero la gente todavía los desconoce. (De hecho, en general se piensa que “barato” y “ecológico” son dos condiciones incompatibles: “Comer ecológico es cosa de pijos”, comentaba alguien hace poco en el muro de Facebook de uno de mis contactos).

Comer ecológico, barato y, al mismo tiempo, contribuir a una economía socialmente más justa es posible, pero necesitamos salir de la mentalidad consumista convencional. Debemos comprender conceptos como economía social, comercio justo, producción de kilómetro cero, canales cortos de comercialización, soberanía alimentaria, y muchos otros que desde algún tiempo se han ido poniendo en práctica en experiencias que son esencialmente anticapitalistas, algunas de ellas incluso antiautoritarias, antipatriarcales, antiracistas, etc…

De lo que se trata es de construir nuevos modelos sociales entorno a la producción y el consumo. Lamentablemente esos referentes no pueden proliferar en Cuba, porque el supuesto Gobierno socialista no se interesa en promoverlas. Esas experiencias, basadas antes que todo en la libertad de asociación, en la libertad de elección, en la libertad en general… no pueden tener lugar en un régimen totalitario que todo quiere controlarlo.

Ecocesta en Granada, España. Para febrero 2016 se ofrece:1 lechuga cuatro estaciones de la Tasquivera (0,95), 500 gr de brócoli tallos de Alberto Hortelano (1,40), 500 g de tupinambos de Mati (1,90), 1 manojo de 200g de rabanitos de Julián (1,30), 1 manojo de ajetes (2,35), 1 manojo de rúcula (1,30), 1 kg patata baby de La Tasquivera (0,70), 1 manojo de 500g de zanahorias de Noemí y Dani (1,30) y 1 col lisa roncol de 1kg aproximadamente (1,45). Fuente: http://elvergeldelavega.org/ y perfil de Facebook de Ecovalle del Lecrín.

En España, Granada específicamente, tuve oportunidad de participar en una de esas experiencias basadas en crear redes de producción y consumo: Ecovalle. Asociación de productores ecológicos del Valle de Lecrín (http://ecovalle.org/), quienes se autodefinen como “un grupo de productores y productoras socios/as de Ecovalle, que nos hemos organizado para ofrecer una comercialización conjunta de nuestros productos ecológicos y para compartir una planificación y rotación en nuestros cultivo.” Estos a su vez se relacionan con otras asociaciones de la Vega de Granada, por ejemplo, “El Vergel de La Vega, Asociación de consumidores y productores ecológicos y artesanales”.

En el caso de algunas redes, llegan a convertirse en cooperativas donde unas personas tenían un papel (producir) y otras tenían otro (consumir), pero todas participaban de la planificación, la rendición de cuentas sobre el estado de la cooperativa y otras tareas. Un ejemplo es la Cooperativa Agroecológica Hortigas.

En el caso de Ecovalle, los productores –localizados en zonas agrícolas relativamente cercanas, y dedicados a la producción ecológica— estaban en contacto con gente de la ciudad, que comprábamos directamente sus productos. A través de un email recibíamos la oferta de productos de la semana (también publicada en la web y en el perfil de Facebook), y respondiendo hacíamos nuestro pedido: una cesta que incluía frutas y verduras de la estación. Otros productos artesanales también podían incorporarse. Las cestas estaban más o menos surtidas, según interesara a quienes compraban (cestas grandes, medianas y pequeñas).

En un lugar y a una hora previamente fijados se hacían las entregas. En unos casos el encuentro ocurría en un espacio público (parque o plaza), mientas que en otros servía algún centro comunitario o la sede de alguna asociación (generalmente comprometidas con el cambio social, otras formas de vivir, promoción de vida sana, etc.). La opción de entrega directa en la casa también existía pagando un poco más.

La calidad del producto entregado se lograba de muchas maneras. Por una parte, tanto la siembra como recogida se limitaban a la demanda real, por tanto recibías un producto fresco (“De la huerta a la mesa”, era uno de los principios que muchas veces oí). Si la demanda era mayor y la capacidad productiva insuficiente, sencillamente se trataba de ampliaba la red a otros productores, con lo que no solo se evitaba sobreexplotar la tierra, sino que se redistribuye el capital. (Debo indicar que en el contexto de la Vega de Granada existen muchos productores y una distribución importante de minifundios, aunque no es la norma general en Andalucía, donde la tierra se concentra en unas pocas familias).

De lo que se trata es de construir nuevos modelos sociales entorno a la producción y el consumo. Lamentablemente esos referentes no pueden proliferar en Cuba, porque hasta ahora el supuesto Gobierno socialista no se interesa en promoverlas.

Por otra parte, para garantizar que realmente se trataba de productos ecológicos, en algunos casos existe un Sistema Participativo de Garantía (SPG), mediante el cual la parte consumidora de la red tiene derecho a visitar las zonas productivas con frecuencia. No era necesario certificaciones oficiales, aunque algunos de los colectivos productores sí las tienen. A esto se suma la confianza y la credibilidad de quienes producen, dos valores que se han perdido con la producción industrializada global.

En cuanto a los precios, a fin de cuentas resultaban ser menores que productos ecológicos semejantes que podía comprar en los supermercados. Incluso, no muy distintos que los precios de productos convencionales. La diferencia era poca y la calidad del sabor justificaba pagarla. Además está el hecho que el dinero queda en la economía local.

Estos nodos de producción y consumo en Granada y su vega se han ido multiplicando y han alcanzado otro nivel de impacto social. A ello han contribuido diversos actores. Por ejemplo, un grupo interdisciplinario de investigación de la Universidad de Granada en el que tuve la oportunidad de participar muy modestamente, que por medio del proyecto de investigación “PLANPAIS Integración del paisaje a los procesos de planificación”(http://www.planpais.org/) y como parte de la metodología de investigación-acción participativa aplicada contribuyó a que se creara el Mercado Ecológico y Ambiental de Granada o Ecomercado.

Un aspecto interesante de quienes participan en estas redes es que no se trata solamente de gente campesina, sino de personas con actividades en otras esferas: artesanos, investigadores, gestores culturales, educadores ambientales, hombres y mujeres que diversifican su actividad en diversos proyectos que convergen en situaciones ocasionales estableciendo sinergias entre ellos.

¿Qué se necesita en Cuba para que esas experiencias tengan lugar? No mucho más que libertad de acción personal y voluntad política.

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