Los errores del reseñista Samuel Farber

Por Rafael Rojas

HAVANA TIMES – Todos los historiadores cometemos errores. El historiador Samuel Farber comete pocos y por eso libros suyos como The Origins of the Cuban Revolution (2006) son textos de consulta obligada en el debate historiográfico contemporáneo.

Me temo que no puedo decir lo mismo de Samuel Farber como reseñista. En un comentario reciente sobre mi libro Fighting Over Fidel. The New York Intellectuals and the Cuban Revolution (Princeton University Press, 2016), Farber se equivoca, por lo menos, en cuatro aseveraciones.

Dice que en mi libro se vincula a Lionel Trilling, Irving Howe y los editores de Partisan Review y Dissent con una izquierda liberal “caracterizada por su firme adherencia al trotskismo y al socialismo democrático”. Eso le parece a Farber un “revoltijo conceptual”, que distorsiona una corriente política, es decir, el liberalismo de izquierda, que “nada tuvo que ver con el trotskismo”. No veo en el manuscrito en español de mi libro la palabra “adherencia”, pero puede ser que la excelente traducción de Carl Good haya llevado a Farber a pensar que yo afirmo que Trilling y Howe fueron militantes de la IV Internacional.

En el acápite “Microcosms of the Left” (pp. 12-19) se caracteriza a la izquierda intelectual newyorkina de la post-Guerra e inicios de la Guerra Fría (Harvey Swados, Lionell Trilling, Irving Howe, Dissent, Partisan Review..) como una corriente antiestalinista que se acercó a Trotsky y al trotskismo sin afiliarse a la IV Internacional. No hay que olvidar que Trilling perteneció, junto con Edmund Wilson y otros liberales que menciono, en el American Commitee for the Defense of Leon Trotsky y que plasmó su simpatía ideológica por el dirigente bolchevique en textos como “The Assassination of Leon Trotsky” (1960), escrito tras la liberación de Ramón Mercader de la cárcel de Lecumberri. Es Farber quien se equivoca al afirmar que aquellos liberales y socialistas democráticos de Nueva York “no tuvieron nada que ver con el trotskismo”.

También dice Farber que en mi libro se “vincula” a Robert F. Williams, H. Rap Brown y Stokely Carmichael con el partido de los Black Panthers, cuando “ninguno de ellos estuvo asociado” con esa organización. En la Introducción de mi libro se asegura textualmente que mi interés en Williams es como “antecedent figure of this movement” (p. 12), al ser uno de los primeros lideres afroamericanos en promover la lucha armada contra la hegemonía blanca en Monroe y North Carolina, desde los años 50. En el primer acápite de “Negroes with Guns”, dedicado a Williams, nunca se dice que Williams haya militado en el partido de los Black Panthers.

De hecho, en la primera página de ese capítulo sólo se mencionan como miembros de la organización a Huey Newton, Bobby Seale, Little Bobby Hutton, Eldrigde Cleaver y H, Rap Brown. Como es sabido, éste último se alió por un tiempo con los Black Panthers y llegó a ser Ministro de Justicia de la organización. En la versión en español de mi libro, traducido al inglés por Good, se dice que en el capítulo “Negroes with Guns” se estudian las ideas sobre Cuba de los líderes del partido, pero también de una serie de intelectuales y políticos como Robert F. Williams, Stokely Carmichael y Angela Davies, que “acompañaron” la lucha por los derechos civiles. El traductor prefirió referirse a esas tres figuras y otras como “prominent activists and intellectuals asociated with the party” (p. 165)

Stokely Carmichael también fue ministro Black Panther, especialmente en el momento que se estudia en mi libro. En el acápite “From Fanon to Carmichael” se reconstruye su discurso sobre el Black Power como una vuelta de tuerca de la tesis de la violencia descolonizadora de Frantz Fanon. Samuel Farber quiere leer un libro de historia intelectual como el mío como si se tratara de un conjunto de biografías políticas, por eso elude el tema central del capítulo “Negroes with Guns”, que es el punto de coincidencia de todos aquellos intelectuales en torno al ideal de la lucha armada y las tensiones del nacionalismo negro con el proyecto socialista cubano.

¿Hay alguna duda de que todos aquellos líderes estuvieron vinculados, a pesar de no militar en la misma organización y poseer divergencias ideológicas profundas, que se comentan con algún detalle en el libro? A nivel de la recepción del pensamiento antirracista, panafricanista y descolonizador de unos y otros, en la isla y otras zonas de la Nueva Izquierda, todos esos intelectuales se ubicaban en un mismo punto de cuestionamiento de la política imperial de Estados Unidos en la Guerra Fría y del modelo republicano segregacionista que predominaba entonces en Occidente. El número de Pensamiento Crítico y la antología de Edmundo Desnoes, Now! El Movimiento Negro en Estados Unidos (1967), por ejemplo, “asociaban” a todos aquellos intelectuales y políticos negros.

El único de los errores que me atribuye Samuel Farber, y que tiene sentido para mi trabajo actual, es el de “malusar” el concepto de New York Intellectuals. Como se sostiene en la Introducción, ese tópico ha quedado excesivamente circunscrito a los pensadores de la izquierda liberal o antiestalinista blanca del periodo de la Guerra Fría (Swados, Trilling, Howe, Wilson), dejando fuera buena parte de la Nueva Izquierda de los 60 y 70. Un objetivo deliberado de mi libro fue desafiar ese lugar común para reconstruir algunos –no todos- de los principales debates sobre la Revolución y el socialismo cubanos en Nueva York. Nunca me propuse escribir la historia de la “solidaridad” de la izquierda de Nueva York con Cuba, desde entonces hasta hoy, algo que equivocadamente me reprocha Farber.

Tanto en la Introducción como en el Epílogo del libro, que aparecerá sin mayores correcciones, en español, en México, en el Fondo de Cultura Económica, el próximo noviembre, se sostiene que mi objetivo es localizar los momentos de desencanto y crítica que llevaron a aquellos intelectuales a impugnar la “stalinización” del socialismo cubano, que Hannah Arendt, probablemente, advirtió desde que conociera a Fidel Castro en Princeton en abril de 1959. Nueva York, y otras capitales culturales como México, Buenos Aires, París o Madrid, dotaron a la Revolución Cubana de la esfera pública que le fue negada, entre 1959 y 1971, y que hubiera podido resistir el ordenamiento totalitario del vertiginoso cambio social que se vivía en la isla.

Concluye Samuel Farber que todos esos “importantes errores” –más alguna errata, como el hecho de que el nombre de Theodore Draper aparezca correctamente en la Bibliografía y en varias páginas del libro, pero una vez se le confunda con Thomas Draper- se deben a mi “falta de familiaridad” con la izquierda de Nueva York y a que me formé en las “altas esferas” de la isla. A juzgar por los propios errores que comete Farber no es necesario haberse formado en aquella izquierda para conocer correctamente su historia. Mi formación, por otro lado, es de dominio público: estudié Filosofía en la Universidad de La Habana, entre 1985 y 1990, e historia en El Colegio de México entre 1991 y 1996.

 

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