Llamada de alerta

Por Ivett de las Mercedes

Ella

HAVANA TIMES – El cuerpo humano es una maquinaria perfecta, por eso no podemos dejar pasar por alto sus señales. La prevención a tiempo es una garantía para la vida.

Ella no supo escuchar su cuerpo y durante un mes padeció de fiebres intermitentes en la tarde-noche, que la debilitaron. Temía ir al médico. La justificación de “la fiebre es por mi problema en los huesos”, semejaba un estribillo.

Sus hijos, hermanos y amigos estábamos muy preocupados. Cada día le resultaba más difícil salir de la casa. Apenas comía, dejó de interesarse por las cosas que antes le atraían, incluso por su relación de pareja.

Por nuestra insistencia se hizo un chequeo, así supimos que el ácido úrico, la glicemia y el eritro estaban alterados. El doctor le puso de dieta: pollo/malanga/poco arroz/sin sal y la medicó. La fiebre persistía. Su piel se fue poniendo áspera.

No faltó momento en que le dijera que consultáramos a los especialistas en La Habana, pero siempre lo pospuso, buscando una nueva escusa cada vez.

Finalmente un primo contactó con un clínico del hospital de San Cristóbal, quien diagnosticó Endocarditis Infecciosa, enfermedad que puede ser mortal y cuyos síntomas varían según la gravedad de la infección: fiebre mayor de 38 grados, escalofríos, fatiga, insuficiencia renal aguda, accidentes cerebrovasculares, soplo y rash. Esa enfermedad se produce cuando uno o varios gérmenes infectan el endocardio o capa más interna del corazón y las válvulas cardiacas.

Un día después ingresó en el hospital, bajo sospecha de la presencia de un Staphylococcus aureus en su torrente sanguíneo que pudo haber penetrado a través de la cavidad bucal, la piel o las vías respiratorias. En ese caso era muy probable que hubiera entrado por unas heridas en los brazos que tardaron en sanar, también se consideró como probable contagio una operación de cirugía menor oftalmológica, a la cual se había sometido unos meses atrás.

Durante su estadía en el hospital su cuadro clínico se fue complicando. La fiebre no cedía ante los antibióticos: gentamicina y rocephin. Fue asediada por diarreas continuas, que ocasionaron un estado general de debilidad e inapetencia.

El doctor creía que esa situación era propia de su padecimiento, aunque yo no estaba de acuerdo. La noche del 11 de noviembre de 2018 presentó un rash que se asoció a la gentamicina y se le cambió el antibiótico. Sin embargo, la vancomicina, el nueva medicina suministrada, no hizo desaparecer la fiebre, el malestar y mucho menos las lesiones en la piel que se agudizaron.

En la madrugada comenzó a atrapar cosas en el aire, su lenguaje era desordenado. Fui por el médico  de guardia, quien prescribió la dexametasona por vía intravenosa ante el escozor incontrolable que sufría, también difenhidramina y una inyección para sedarla.

En las horas siguientes aparecieron nuevos síntomas: su orina era insuficiente, se le inflamaron el cuello y los hombros, le faltaba el aire y se agudizó el rash. Desesperada busqué al facultativo de nuevo, los enfermeros no aparecían.

A última hora se presentaron varios especialistas, los cuales actuaron con rapidez ante los nuevos síntomas. Le coloraron sondas, se acopló al equipo de respiración artificial y obviamente le pusieron el levín. Solo quedaba esperar.

Poco tiempo después comenzaron a llegar familiares, amigos y compañeros de trabajo. Sus hijos estaban afligidos, por mi parte hice todo lo posible por controlarme, estaba en otra provincia, lejos de mi familia. Tenía mucha esperanza en los doctores y, sobre todo, fe en Dios.

Una doctora nos reunió en un salón para informarnos la posibilidad de un lupus. Ese diagnóstico explicaría la nueva sintomatología que creían no tenía nada que ver con la endocarditis. En realidad, los médicos ya dudaban del primer diagnóstico.

Ante tanta incertidumbre se decidieron por la hemodiálisis, de funcionar los riñones había esperanzas. Siempre nos mantuvieron informados de su gravedad. Desde los fríos asientos de la sala de espera le enviaba todas mis energías. Solo el que sufre por un enfermo sabe el desasosiego, el temor y la depresión que se experimenta.

Tres días después falleció de endocarditis infecciosa en la sala de Terapia, ya había sufrido afectación cerebral.

Los médicos no dejaron de luchar por su vida ni un solo instante. Nunca estuvo sola, el amor que le profesamos fue un paliativo para su sufrimiento. Hoy sé que Dios puso su mano, pues ella estaba condenada a una muerte cerebral, y esa no es una buena opción de vida.

El amanecer del 14 de noviembre.

La pérdida de un ser querido trae consigo un gran dolor sicológico que no todos saben superar. Contar con una mano y un oído amigo contribuye a aligerar el peso de la ausencia. Por mi parte me considero afortunada, cuento con el apoyo de mis padres, y de todos mis amigos, incluso de los que no lo eran tanto, también de algunos de sus familiares. Sobreponerse a esa situación es un reto. Establecer el equilibrio emocional lleva su tiempo, en ocasiones requiere de ayuda médica.

La vida es un regalo divino y todos debemos cuidar de ella, por eso es preciso acudir al médico ante cualquier manifestación de enfermedad, no utilizar antibióticos en exceso y nunca automedicarse, porque eso también puede ser una causa de muerte.

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