Las horas irreales en La Habana

Por Frank Simón

Foto: Elio Delgado Valdés

HAVANA TIMES — Ahora las chicas te preguntan la hora en el Malecón, en 23, en la Habana Vieja, en cualquier sitio y a cualquier hora, y cuando respondes, ellas se van con cara de ofendidas, como si un reloj fuese una ofensa, como si fuese la hora de espantarlas o de echarlas de La Habana, la hora de irse simplemente.

También lo hacen los travestís, esos chicos que caminan por los portales y rara vez dejan de insinuarte una hora de sexo o de lo que sea a cambio de que te detengas, escuches, mires su queratina, su contoneo.

No son todas las chicas quienes preguntan la hora, solo aquellas que darían cualquier cosa, literalmente, por que dijeras algo con acento extranjero, francés, alemán, chino, lo que sea o mejor que ni las entiendas, que ni sepas qué quieren decir con “niño, dime ahí la hora”, pero que te detengas y las mires, les pase la mano, les meta mano, les pongas en la mano un fajo de dólares.

La Habana tiene cientos de chicas que preguntan la hora, que estarían dispuestas a decirte que se les hace tarde, pero que no saben para qué, que se transformarían en un reloj o en el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, “me voy, me voy, es tarde ya.”

Si usted es ingenuo o turista caerá en la trampa, si además tienes dólares, deberás ser cauto con los cariños que se le brindan, son cariños que huelen a mar, a añil, a persona que se marcha constantemente, a una ida sin movimiento, sin ida, sin que se nazca realmente, sin que se muera ni se viva realmente.

Las chicas de La Habana te preguntan la hora y no sabes si virar la cara, disculparte, decirles “hola” en cualquier idioma, darte por no aludido; las chicas no tienen temor de Dios ni de la Policía, no sienten pena, se detienen en medio de la vía, son rosas, son luces de la tarde, las verdaderas joyas de la corona, son las diosas coronadas garcíamarqueanas, las chicas duras, las grupies de esta gran banda de rock que formamos todos, las intérpretes de un instrumento surreal, las guitarras que están allí para que las toques, pero solo durante un tiempo, un instante, hasta que se pudran y el tiempo se las lleve a un cuarto de Centro Habana o a Suecia o Nueva York.

Foto: Elio Delgado Valdés

La chicas que preguntan la hora parecieran preguntar el destino, no hay pitonisas en sus barrios, no hay certezas, solo levantan el rostro como si fuese un reloj, como si carecieran de horas, de momentos, de tiempos, como si todo se resumiese en la nada, como si la nada hubiese nacido alguna vez y tuviese algún nombre y caminara y creciera y se hiciera una bella adolescente.

No es este un mundo de certezas, tampoco es el momento de juicios, pareciera de hecho que se nos pasó el momento de saber la hora, ni siquiera esa verdad queda, y las chicas persisten en su mirada de reloj, son conejos, son las campaneras de alguna historia de Edgar Allan Poe, conceptos que sobreviven a la eterna duda, flechas que mueren sin llegar a salirse del carcaj.

El amor en La Habana se vuelve caro y se vuelve desamor, el amor en La Habana se torna irreal, surreal, hiperreal, se quema, se vuelve sal y agua, sal y agua de la bahía contaminada; el amor en La Habana no será jamás una tragedia shakesperiana, sino una farsa a lo Virgilio Piñera, a lo Eugene Lonesco, un teatro del absurdo, una pared falsa, el montaje que nadie quiso.

La hora en el rostro de las chicas de La Habana pudiera dibujarse con un creyón labial, pero no duraría, podríamos dibujar, por ejemplo, que son las 10 de la noche o las tres de la madrugada, pero para qué, ellas no parecen dormir ni vivir ni hacer otra cosa. Además, el tiempo no las roza, apenas las determina, apenas las envejece, apenas las mata, apenas es el tiempo, en ellas las horas pudieran significar algo, pero para qué, de conceptos no se llena la noche.

La noche que es tan sana, tan real, que sigue siendo lo único estable, la hora que nadie pregunta, la cobija, la cúpula de esta catedral a cielo abierto, de este libro sin páginas ni letras, de esta Biblia, de este sagrario, de este péndulo inmóvil.

Usted puede, no obstante, detenerse y hacer como que nada de esto existe, aclarar la voz, usar el idioma que le tocó sobre la tierra, usted puede, después de todo, decir la hora, sí, de todas maneras no es usted quien necesita del tiempo, usted es solo uno que pasa.

 

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