La visita de Obama: democracia y DDHH en Cuba

Osmel Ramírez Alvarez

Trabajadores cubanos. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — El tema democracia y derechos humanos en Cuba forma parte ineludible de la agenda de Obama en su visita. Lo resaltó este lunes en su declaración a la prensa y también de forma indirecta, en su encuentro con el sector empresarial.

Bruno Rodríguez, nuestro efusivo canciller, lució mal en su declaración el pasado miércoles 17 de marzo. Volvió a rebatir con ese argumento gastado que no convence a nadie, de “nuestro punto de vista diferente sobre la democracia y los DDHH”. Al parecer, ahora la democracia es un concepto abstracto y ambiguo.

Igualmente pasa con los derechos humanos, tienen para el resto del mundo un carácter universal y nuestro Gobierno, que es firmante de su declaración en la ONU, alega tener visiones diferentes sobre algunos de ellos. Casualmente los más importantes y definitorios.

La libertad de los cubanos para ejercer actividades económicas sin tantas limitaciones; el respeto a la libertad de expresión y acceso a los medios; el derecho a organizarse en grupos políticos de acuerdo con sus ideologías y objetivos comunes; así como el derecho soberano de elegir por el voto directo a nuestros líderes entre varias opciones: no son cosa de poca importancia, son de primerísimo orden.

Tenemos acceso universal a la educación y a la salud, es cierto, con sus deficiencias, pero es cierto. Nuestra seguridad social es también universal, pero es pésima; cualquier país neoliberal la tiene mejor. Y me refiero a lo que sucede en la práctica, no a las estadísticas. Es también muy bueno que vacunen a los niños gratis y que la defensa civil sea efectiva cuando hay un ciclón. Pero nada de eso justifica ni precisa, que se obvien y violen otros derechos elementales.

¿De qué se trata una revolución popular, de “conquistar toda la justicia” como sentenció Martí, o de canjear derechos? ¿Debemos renunciar a algunos derechos humanos para acceder a otros? –hasta hoy es lo que parece.

Obama fue claro y preciso en el encuentro empresarial: “El cambio en Cuba debe ser obra de los cubanos. Si algo no ha funcionado bien por 50 años, debemos cambiarlo, lo cual es válido tanto para el bloqueo, como para el sistema socio-político implementado por la Revolución”. –no fueron sus palabras exactas, pero sí su contenido.

Entrada de una bodega. Foto: Juan Suárez

El deseo de los cubanos de preservar los logros del socialismo, sea cual sea el cambio, es loable. El temor a que con el cambio se pierdan, es de hecho justificable. Obama habló de sembrar confianza, incluso, exhortó a los cubanos a copiar de otros países exitosos, no de los EUA, para evitar temores. Lástima que poder hacerlo no dependa de los cubanos en general, sino de un grupito de poderosos.

Por eso el tema “Democracia y DDHH” es crucial. Una joven cuentapropista le explicó al presidente su negocio sobre una aplicación de orientación turística y sus deseos de crecer. Ante la pregunta simple de Obama sobre qué necesitaba para lograrlo, ella dijo que de todo un poco (capital, conocimientos, acceso a Internet). Pero no dijo lo principal, es que el Estado cubano le permita a su negocio convertirse en empresa, tener personalidad jurídica y expandirse competitivamente. No existe todavía en la Isla el marco jurídico para eso.

Cuba se está abriendo a los EUA y al mundo, pero teme abrirse a los propios cubanos. Es que ningún extranjero que incremente su capital en Cuba podrá exigir más derechos adicionales, pero los cubanos sí. Esa es la realidad y a eso le temen, a todo tipo de empoderamiento de los sectores sociales emergentes.

Insisto que una visión diferente sobre la democracia no puede representar la ausencia de democracia. Ni una visión diferente sobre los derechos humanos puede representar la violación de estos, menos aún si son tan elementales. Tanto que solo con su conquista inicial la humanidad pudo alcanzar el resto. No podrían haber escogido un argumento más burdo.

Ya sé que el formalismo y el protocolo obligan a Obama a escuchar semejante ofensa al sano juicio y a la inteligencia, sin estallar con improperios. Su única opción es expresar sus criterios divergentes y hablarle con sinceridad a nuestro pueblo en sus alocuciones, como lo está haciendo.

Bruno Rodríguez asegura que con los cambios cosméticos que están en curso, y a paso de jicotea, interpretan y complacen la voluntad de nuestro pueblo. Que el paquete de medidas ya está adoptado desde 1959. Que gozamos de la más pura democracia y de los derechos humanos que realmente valen la pena disfrutar.

Estudiantes de barbería pelan a las abuelas. Foto: Juan Suárez

Lo asegura, pero ni siquiera él mismo se lo cree. Sería un argumento más serio y respetable si se justificaran con “no conocer otra vía de preservar lo conquistado” o “si apareciera una fórmula socialista con más democracia la estudiaríamos”.

Obama ayuda mucho a nuestro pueblo promoviendo el diálogo, las relaciones y el fin del bloqueo, porque la no distención facilita el cambio y poco a poco iremos diezmando lo que nos asfixia.

Veo frente a nosotros varios caminos: trocar el socialismo ortodoxo que tenemos por un socialismo de mercado, al estilo chino; cambiar hacia un socialismo democrático y de mercado; o voltearnos hacia el capitalismo más puro, con la democracia del dinero. Seguir como estamos, ¡imposible!

Como soy renuente a los extremos, (tal vez porque de extremistas estoy asqueado o porque mi querida Patria solo ha probado posiciones extremas), prefiero la segunda opción. Es mi criterio. Sé que muchos buenos cubanos repudian todo lo que huele a socialismo, aún sin escuchar argumentos. Los comprendo. Pero también sé que muchísimos se sentirían más cómodos si el cambio, satisfaciendo todas las demandas, no fuera tan radical. De ello hasta Obama se dio cuenta en el poco tiempo que lleva en Cuba.

Los cubanos ni debemos ni necesitamos creer que Obama desea acabar con el bloqueo e intervenir a favor nuestro, como pueblo, solo por altruismo. En el mejor de los casos sería una mezcla de lo anterior con sus deseos de hacer historia, con los intereses de su partido y con los intereses de su país como potencia regional y mundial.

Lo que debemos y necesitamos creer es que nuestro vagón está varado hace décadas y tenemos que atarlo a la primera locomotora que pase por nuestro lado. Venderlo, -¡jamás! Continuar detenidos en el tiempo, -¡ya parece inmolación!

Sobre la marcha cuidaremos de que no se descarrile.

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