La revolución cubana ¿ángel o demonio?

Osmel Ramírez Alvarez  (fotos: Juan Suárez)

HAVANA TIMES — Unos la aman, otros la odian, otro tanto no sabe si amarla u odiarla. Lo cierto es que la revolución cubana despierta muchas pasiones.

Impresiona ver las imágenes de una revolución exitosa que sacan por la televisión y que se vende al mundo: niños sonrientes vacunándose o yendo para la escuela con coloridos uniformes; hospitales y consultorios gratuitos llenos de personas aparentemente complacidas; deportistas saltando, corriendo o bateando un jonrón; y segmentos emocionantes de discursos acalorados.

Por otro lado, historias macabras de represión contra disidentes; condenas escandalosas por defender ideas diferentes; rabietas de líderes que causan vejaciones o muertes innecesarias; y cientos de miles de personas atravesando océanos y selvas, inmolándose por una vida mejor.

Importantes intelectuales, artistas y políticos de todo el mundo nos visitan emocionados, dando vítores a la revolución, pero mucha gente igualmente valiosa la cuestiona con objetividad.

Lo mismo pasa en una cola, en una reunión, en la guagua, donde quiera, todo el mundo criticando, pero todavía muchos amando sinceramente este sistema. Es una realidad que no la va a cambiar por ahora, ni la puede negar el amor o el odio. Hay sentimientos encontrados.

Pero, ¿a qué se debe esta locura? –partiremos de la intención real de la revolución: su motivación y programa iniciales trocado por la ideología socialista después del triunfo. El objetivo en verdad era hacer justicia, dar equidad, prosperidad y buen gobierno a nuestro pueblo. Martí fue entonces un gran inspirador.

No en vano la revolución arrastró a casi todos los sectores sociales y hasta en el ejército batistiano tenía adeptos. Al tomar el poder el escenario era hostil, en pleno auge de la guerra fría.

Saliendo de la escuela.

Fidel cambió entonces su ideología hacia el comunismo marxista, que ya conocía y le seducía. La idea de hacer justicia, democracia y buen gobierno debía ser readaptada. Realmente se convencieron y asimilaron un nuevo paradigma político, una nueva “verdad”. Hasta hoy la defienden a capa y espada, a pesar del evidente fracaso.

Mucha inversión social, mucho populismo, voluntarismo económico y una política exterior arrolladora. El pueblo cerrado al mundo, escuchando una sola voz adoctrinadora, siempre “bien intencionada”. Para mantenernos alineados y en jaque, el nacionalismo exacerbado por “el enemigo” siempre al acecho. Terminamos siendo una caricatura de Rebelión en La granja de George Orwell.

El poder seduce y corrompe hasta las buenas intenciones. Ciega y se vuelve una adicción. Está en nuestros genes aspirar a ser un macho alfa, un líder y más allá de las diferencias sexuales, es algo que compartimos con el sexo opuesto. Un macho alfa no cede el poder por conciencia ante otro más capaz, muere defendiendo el puesto.

Los padres fundadores de la democracia moderna lo entendían bien claro y por eso propusieron la separación de poderes, el pluripartidismo, la soberanía popular y el gobierno discontinuo, por períodos.

Las buenas intenciones de la revolución siguen ahí y seducen a algunos todavía, pero hoy solo sirven para justificar un poder ilegítimo y un sistema disfuncional. Hace más de 25 años que la revolución vive de su historia, sin exhibir nada significativo en materia de bienestar social. Recordando a diario las conquistas, incitando al pueblo a defenderlas porque sin su “guía infalible” se perderían.

Otra idea paranoica es que “el enemigo nos asecha”. El poder mediático se encarga de que se nos meta en la cabeza “como reflejos condicionados”. Es una frase de Fidel para describir el mismo fenómeno refiriéndose a otra propaganda, la que incita al consumo. Pero es lo mismo.

El pueblo no solo le teme al Estado en esta sociedad donde casi todo es estatal, también a caer en la lista negra de la Seguridad del Estado. Sin embargo lo más temible para el cubano de adentro es la democracia, el pluripartidismo y el capital. Décadas de manipulación, de pensamiento único y de adoctrinamiento pesan mucho: producen miedo, pánico.

La promesa.

No podemos culpar al pueblo por ello, es como reclamarle a un niño de Chernóbil por tener leucemia. El agente contaminante satura el ambiente, no queda otra opción que asimilarlo.

Entre tanta aberración es normal que haya confusión. El que despierta del sueño idílico prometido se enfurece y se llena de odios: de una manera extremista se refiere a la revolución y a sus líderes. Los que se niegan a despertar por fe ciega o instinto de conservación, ponderan fervientemente lo bueno y lo malo, en último caso, lo atribuyen a que no hay obra humana perfecta.

En el exterior pasa lo mismo pero por causas diferentes: la costosa y eficaz política exterior cubana atrapa voluntades y convence idealistas bien intencionados. Aman la revolución, lo ven todo bueno y por ello justifican lo malo. Por otro lado los que la odian o critican, ni siquiera reconocen sus buenas obras.

Queremos un mundo mejor, ¡claro que sí!, pero el paradigma cubano no los es tal. Tiene fallas en los puntos más importantes y tenemos que arreglarlo. Por supuesto que las cosas buenas las preservaremos y funcionarán mucho mejor cuando seamos un país normal. Pero ese es otro tema.

Así está el escenario, como la hoja del caimito, verde de un lado y gris del otro. Es una realidad que retrasa la democracia y la prosperidad. Pero no cejaremos en el empeño: labraremos poco a poco el camino del amor y la concordia entre cubanos, respetando nuestras diferencias. ¡Un día tendremos patria nueva!

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