La Isla de los Poetas Muertos

Kabir Vega Castellanos

HAVANA TIMES — Aunque el tema de la escuela me trae recuerdos desagradables, vi con gusto la película “El club de los poetas muertos”. Me gustó incluso más que “La Educación Prohibida”, uno de los mejores  documentales que abordan la cuestión de la educación.

Desde una pequeña incomprensión por parte de los padres, hasta la robotización de los estudiantes, mostrándote poco a poco cómo se llega a impedir toda forma de pensamiento propio, cómo éste se va mecanizando, de la manera más fría y absurda.

Cómo una persona noble busca cultivar y estimular el libre pensamiento y la sociedad, ya programada de una manera, lo rechaza y elimina a cualquier costo.

Durante semanas estuve pensando en el filme, cómo sería un mundo donde las nuevas ideas no sean tabú.

Es normal ver que critiquen el sistema de enseñanza en Cuba, que no estimula la creatividad, entre otras fallas. Pero al final no importa el país, o el sistema de gobierno, la creatividad es permitida siempre hasta un punto.

No hay lugar donde se manifieste sin represalias, ya que los gobiernos han diseñado un procedimiento estricto con el cual sentirse cómodo, anulando todo lo que pueda amenazar su seguridad.

Para mí, lo más triste en la película no es el suicidio del joven que quiere ser actor y se siente asfixiado por la vida que le han planeado sus padres, sino cómo se tuerce todo y terminan culpando a la única persona que lo había comprendido y se había ganado su confianza.

El único maestro verdadero, que había sabido despertar en sus alumnos una curiosidad espontánea por la poesía y el deseo de explorar la vida con sus propios ojos. El único maestro que les había dado algo más importante que el título que iban a obtener al final del curso. Y justo ese maestro era expulsado vergonzosamente de la academia.

De todos los maestros que tuve a lo largo de mi vida de estudiante, el único por el que sentí algo así fue el de sexto grado y lamento que llegara a su aula ya a mediación de curso, cuando me trasladé de escuela.

Así que sólo pude compartir unos meses con él. Recuerdo que iba a las clases con entusiasmo, me esforzaba porque mis trabajos estuvieran entre los mejores, y todo porque así lo quería, no por obligación ni compromiso.

Sentía que podíamos hablar como amigos, a pesar de la diferencia de edad, y que me respetaba. No solamente yo, todos los niños lo querían, y cuando anunció que ese era su último curso porque el salario como maestro no le alcanzaba para vivir, la directora no sabía qué hacer para convencerlo de que se quedara. Hasta le propuso que fuera vicedirector de la escuela, pero él no aceptó.

Si un día en Cuba suben notablemente los salarios en la educación, eso estimulará a los maestros y mejorará un poco la enseñanza, pero será también un sistema diseñado para matar  la creatividad, la curiosidad de aprender, y no solo materias académicas.

Como sucede en casi todo el mundo se matará eso tan especial que puede ser la vocación o simplemente la manera particular de ver la vida, la individualidad.

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