La epopeya de entender a Cuba

Osmel Ramírez Álvarez

Nuevos retos. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — ¡Cuán polémico es hablar sobre Cuba! -Un país verdaderamente singular, lleno de historias míticas, de ideologías antagónicas, de belleza natural, de cultura arrolladora y de contradicciones sin paralelo. Un pueblo muy nacionalista y, a la vez, dividido; miseria extrema rodeada de recursos invaluables; gente revolucionaria que huye de su revolución; inteligencia mal pagada; valores que se pierden en la lucha cotidiana por la vida…

Este país no se parece a ningún otro. Ni los mismos cubanos entendemos Cuba, ¿cómo pretender que un extranjero comprenda fácilmente nuestra situación? Sería una epopeya. Sin embargo, a pesar de todo, somos un pueblo interesante y un país hermoso.

Dos son los grandes retos que tiene nuestra Patria por delante: primero, consolidar un modelo social verdaderamente justo, democrático e incluyente; segundo, definir una estrategia de desarrollo económico que proporcione el bienestar social que necesitamos. Cualquier otra necesidad o aspiración nacional se subordina o depende de estas dos.

La Revolución llegó al poder hace 56 años y fue, precisamente, para resolver esos mismos problemas. Está claro que no lo ha conseguido. La guerra fría y el extremismo ideológico impusieron formas inviables que nos trajeron hasta aquí: una nación devastada económicamente y una revolución gobernando de forma indefinida sin el voto real del pueblo.

Estamos estancados y todos repiten dentro de Cuba: “esto ni lo arregla nadie, ni lo tumba nadie”. Pero, ¿Por qué tanto pesimismo? La respuesta es tan sencilla como complicada. Mejor ejemplificamos: – Imagínense a una persona mayor de edad y que su jefe lo trate como a un niño, que no lo deje tomar decisiones y que lo obligue a usar un traje incómodo, pasado de moda, que no le queda; peor aún, que le niegue la emancipación, porque en el pasado, habiendo ganado su confianza, lo convenció de firmar un documento que le daba tales poderes disfrazados de buenas intenciones. Nuestro pueblo es esa desdichada persona, la dirección histórica de la Revolución es su caprichoso tutor, el traje apretado es el socialismo ortodoxo y el fatídico documento es la Constitución de 1976.

Leche para niños. Foto: Juan Suárez

Así las cosas, tenemos solo dos opciones: resignarnos o rectificar. Partiremos de un análisis elemental: se sabe que es injusto e ilegal violar los derechos humanos de una persona, ¿cuán grave será si se trata de todo un pueblo? -Peor aún, los derechos naturales se pueden violar, pero no usurpar, ni siquiera por consulta previa. ¡Son intransferibles! Esta batalla es muy vieja y la humanidad ya la ganó con las revoluciones burguesas, ¿cómo es posible que los socialistas, que pretenden superar a los capitalistas, terminen violando derechos tan elementales?

En nuestro país el pueblo es el soberano solo por ley natural y derecho nominal porque lo refleja la Constitución. Pero la ley activa y la práctica social traspasan la soberanía al Partido Comunista. El pueblo no elige a nadie con poder, ni los postula, solo aprueba opciones únicas postuladas por comisiones que el PCC controla, para diputados que también aprueban opciones únicas.

Todo está pensado sin margen de error para que un pequeño grupo decida. Solo el delegado de barrio es elegido y votado directamente por el pueblo. “Casualmente” es el cargo político más bajo, sin poder de decisión y no maneja ningún recurso. Los políticos entre más se alejan del voto popular directo, más poder tienen y más recursos controlan. Signo, a mi juicio, de gran irrespeto por el pueblo.

El PCC se ha autoproclamado “tutor vitalicio” del pueblo cubano, pero es un título ilegal, aun respaldado por la ley de leyes, ya que viola un derecho natural: la soberanía. La máxima aspiración legal y moral de un partido es la de “representante”, otra superior no existe sin violar los derechos humanos.

Tendiendo. Foto: Juan Suárez

El socialismo no es un concepto estrecho. Existe diversidad de formas y solo los socialistas radicales violan el derecho popular a la democracia representativa. ¿Quién podría negar que el socialismo persigue la justicia social? Creo que la mayoría de los cubanos de la Isla, sea por costumbre o por sabiduría, nos sentimos más cómodos con la idea de seguir siendo de alguna forma socialistas, que con aquella de volver a la democracia representativa al estilo burgués.

Aquí el socialismo radical se sostiene a duras penas, gracias al control social estricto que proporciona el viejo modelo soviético, y beneficia no más que a la clase política que ostenta el poder. Al resto del pueblo nos ahoga. La sabiduría popular lo ha bautizado como “el bloqueo interno”, que es diez veces peor que el estadounidense y Obama no lo puede quitar.

Pero un socialismo moderado, que respete todos los derechos humanos, que fomente una fórmula política democrática, que proteja los derechos de las mayorías sociales, que promueva un desarrollo capitalista sin depredación, que permita la reconciliación nacional y que haga posible el retorno de los cubanos a la Patria, sería muy bien acogido. No se trata de una utopía, sino de objetividad. Otra cosa sería peligrosamente convulsa.

No podemos seguir navegando entre dos aguas cuajadas de tensión y extremismo. No importa si eres liberal, centrista o socialista, solo hay que respetarse mutuamente y convivir en paz. Seguramente muchos cubanos tienen sobradas razones para desconfiar de la palabra socialismo; otro tanto se ruborizará tan solo de pensar en pluripartidismo y libre empresa. Pero la Patria es de todos, necesita enrumbarse y hay que respetar la voluntad de la mayoría: la nueva Cuba debe ser “con todos y para el bien de todos”: eso, precisamente, es lo que Cuba necesita.

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