La carne de vaca ¿volveremos a comerla libremente en Cuba?

Por Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Liset Cruz

HAVANA TIMES — Cuando era pequeño muchas veces abandonaba el juego infantil con mis amiguitos para estar al lado de mi abuelo. Todos los días se reunía con otros ancianos del barrio, después del almuerzo, para charlar de sus vivencias. Me deleitaba con sus historias.

Hablaban de las cosas que extrañaban del capitalismo, sin dejar de mencionar lo que no les gustaba. La carne de vaca era un tema siempre recurrente.

Un vecino, de nombre Amador, era el que antaño mataba reses en el barrio. “Pagaba la puñalada y podía venderle a todo el mundo, pero casi toda la carne la compraban los carniceros. Siempre se abollaban, porque había poca plata”.

Así recordaban los tiempos de libre matanza. Sin hablar de que cualquiera se antojaba y se comía un toro. Los campesinos se repartían los tajos, porque no había refrigeradores como hoy ni la venta era tan fácil, en espera de que cuando el vecino matara hiciera lo mismo.

Al triunfar la Revolución la ganadería en Cuba era un negocio próspero. Éramos un país con una masa significativa, que excedía el número de habitantes. Hoy no llega ni a la mitad. La reforma agraria fue radical y antieconómica. Fue una medida más populista que estratégica. Por supuesto que necesitábamos una reforma agraria, pero bien pensada, que contribuyera al desarrollo agrícola, no que lo destruyera.

Cientos de miles de hectáreas intervenidas terminaron cubiertas de marabú. El ganado, exterminado indiscriminadamente por mala administración y por la politización del consumo. He conversado con graduados de escuelas de milicianos de los años 60, con maestros makarenkos de Minas del Frío y del Escambray, con militares de la época, y todos coinciden en el exceso de consumo de carne de res y caballo en aquellos centros que concentraban a miles de personas. Estaban asqueados. Con seguridad también se hicieron algunas exportaciones.

Cuando la masa ganadera mermó y se percataron de la crítica situación, determinaron prohibir el sacrificio de ganado mayor y convertirlo en un crimen. Los campesinos, que nada tenían que ver con la disminución, pagaron y pagan hasta hoy las consecuencias de los errores del Gobierno.

Si un campesino mata uno de sus animales paga con una pena de cárcel más severa que si matara a su esposa. Da igual si lo mata el dueño o un ladrón, a los efectos ambos son delincuentes. Son nominalmente de su propiedad, pero el Estado es el verdadero dueño. Si nace un ternero y no lo reportas a tiempo para que le pongan un arete, un inspector pecuario te aplica una multa de 500 o mil  pesos, lo que él decida. Lo mismo si no actualizas periódicamente en la oficina de registro pecuario los cambios del animal: si pasa a ser añojo o cualquier cambio de coloración.

Foto: Angel Yu

Hasta hace poco existía una resolución ministerial tan abusiva que casi no se puede creer. Si a un campesino le robaban una res, al otro día venía el inspector pecuario y le imponía una multa de 500 pesos por no cuidarlo bien. Felizmente fue derogada.

Tengo la convicción de que ese control pecuario estricto y abusivo frena la producción ganadera, en vez de potenciarla o protegerla. Muchísimos campesinos que conozco no crecen, más por miedo a los controles y penalizaciones que por capacidad real de hacer más. También desestimula no poder decidir comerte o vender en carne tu propio animal. Si se desnuca un animal, viene la empresa estatal y se llevan la carne y al campesino no le dejan ni probarla.

Las prohibiciones además tienen otro efecto negativo. Se  han creado mafias para el hurto y sacrificio y nadie sabe a dónde van a parar. Aquí donde vivo están tan bien articuladas que no las pueden desmantelar y llevan décadas funcionando.

Los cuatreros de poca monta se roban los animales por descuido del campesino en los potreros o asaltando los corrales por la noche; luego los trasladan y esconden en los montes. Los campesinos emprenden la búsqueda que casi siempre es infructuosa. Cuando se enteran que ya todo está en calma se los venden a los dueños del negocio, que mandan a empleados a matarlos y a  transportar la carne hacia neveras soterradas en ranchos que simulan para otros fines. De ahí una red discreta de revendedores lo comercializan desde otros puntos. Solo a gente de confianza se la proponen y como es poca para la demanda, el precio es alto y escasa la posibilidad de conseguirla.

Esa misma red funciona con el robo de los caballos. A cualquier descuido un jovenzuelo se monta en un caballo y sale a la carrera para robarlo. Pero casi nunca los matan, porque el precio en la calle está alto por el valor que tienen como transporte de pasajeros en los coches. Cualquier caballo mediocre cuesta hasta 10 mil pesos. Al otro día te piden un rescate equivalente a un tercio o la mitad de su valor y el dueño prefiere pagarlo que perderlo y tener que comprar otro por todo el precio. Esto pasa aquí donde vivo una o dos veces por semana.

La gente teme que en cualquier momento comiencen a secuestrar niños y a pedir rescate, igual que hacen con los caballos. Si denuncias al informante que te lleva la propuesta te queman la casa, un rancho o te matan todos tus animales dentro del corral. No hace mucho un cochero airado por el robo de su caballo mató de un machetazo al que le llevó el mensaje del rescate. Es una situación verdaderamente preocupante, que surge a raíz de la prohibición de matar reses.

Foto: Matthew Siffert

Mientras tanto, comer carne de vaca es un lujo carísimo y peligroso. En las tiendas de divisa la venden muy pocas veces y a un precio que hasta para los extranjeros es exorbitante. Solo le da la cuenta a los que tienen paladares y reciben turistas, como aquel de la Habana Vieja que visitó Obama con su familia. Para el pueblo, picadillo de soya enriquecido con orejas y piltrafas. Revuelve el estómago, pero tiene proteínas y acumula calorías para completar las cifras de consumo que demuestran ante la FAO que los cubanos estamos bien alimentados.

Yo creo que por el camino de “los lineamientos” tarde vamos a comer carne de vaca por la libre. Nada señala una política certera encaminada al crecimiento ganadero en Cuba. Incluso, si llegara a suceder, la experiencia nos dice que primero la exportan o la ofertan a los turistas que pretenden recibir de los USA. Para el pueblo, solo si llegamos a ser un mercado de consumidores importante en un eventual giro capitalista dentro o fuera de la Revolución. Así si nuestro trabajo sería pagado justamente, nuestro dinero valdría y dejaríamos de ser vistos y tratados como una carga estatal necesitada de subsidios.

Al menos queda esa esperanza, que es lo último que se pierde. Mientras tanto a cuidar la vaquita, a tratar de aguantar las ganas para no caer preso y a tener un poco de paciencia y confianza en un futuro mejor. No queda de otra: la suerte está echada.

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