Jugando al blanco y al negro

Vicente Morín Aguado

Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — En Cuba hay personas jugando al blanco y al negro, irresponsables, demagogos en busca de celebridad. La protesta de Rosa Parks nunca hubiera sucedido en La Habana, ni con Batista, ni con Fidel, es ajena a nuestra realidad. Tales escribidores explotan las expectativas de otras latitudes donde son bien recibidos sus miméticos mensajes.

¿Hay racismo entre nosotros? Por supuesto, cómo no haberlo si cargamos la herencia histórica de la esclavitud, sin embargo, nuestro avatar se diferencia mucho de la tradición anglosajona vigente en el gran vecino norteño, destinatario privilegiado de cualquier ataque mediático contra el régimen imperante en nuestro país.

Es absurdo, fuera de toda lógica y negado a los hechos, atacar al proceso revolucionario cubano de racista, de promover y aupar la discriminación a lo largo de sus 56 años.

Sostener la prevalencia de una ideología racial en Cuba carece de basamento histórico, sin embargo, tratándose de los Estados Unidos sobran argumentos harto elocuentes al respecto:

Aunque en 1776 Jefferson escribía que “Todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, se necesitaron alrededor de 90 años hasta el decreto emancipador de Lincoln y un siglo adicional de sangre, sudor y lágrimas para conquistar la igualdad de los derechos civiles que le costaron la vida a Martin Luther King.

Cuba proclamó su república en Guáimaro el 10 de abril de 1869. Desde el 27 de diciembre del año anterior los alzados en armas contra España habían proclamado la abolición de la esclavitud, acto transparente firmado por el primer presidente, Carlos Manual de Céspedes en decreto del 25 de diciembre de 1870.

El liderazgo emancipador revolucionario no mostró dilación alguna o confusiones de principios al tratar el tema, inclusive, a pesar de estar legalmente vigente la esclavitud hasta 1886 de acuerdo al poder colonial, un gigante de piel oscura, con “tanta fuerza en la mente como en el brazo”-dijo Martí- alcanzó el grado de Lugarteniente General del Ejército Libertador, es decir, el segundo al mando de las tropas cubanas.

Sin embargo, es en la cultura donde queda reflejada con nitidez la diferencia esencial entre nosotros y los norteamericanos a la hora de tratar la discriminación racial. Ni por asomo tuvimos KKK y, algo sintomático, nuestra religiosidad predominante, destapada luego de los acuerdos del IV Congreso del Partido Comunista-1991-, muestra a las claras un sincretismo asombroso, difícil de comprender allende nuestras fronteras.

Las creaciones básicas de origen africano prevalecen en Cuba sin consideraciones al color de la piel, un clásico “gallego” vive puerta con puerta a la casa de quien escribe, reconocido Babalao, padrino de ahijados mucho más oscuros que él si de mestizaje se trata. Lo mismo sucede con instituciones tan emblemáticas como los Abakuás, ligados para siempre a valores antirracistas desde que un grupo de ellos intentaron salvar del injusto fusilamiento a los estudiantes de medicina, todos pertenecientes a la aristocracia criolla pero algunos de sospechosa correspondencia con la mencionada sociedad secreta de los negros.

El crisol de la cubanía se extiende con celeridad, alimentado por las artes, cimentado dadas las uniones íntimas, alejadas de consideraciones en torno a la tonalidad corpórea de los contrayentes.

No es reconocible acción gubernamental alguna favorable a prácticas racistas, toda la legislación revolucionaria se opone a semejantes engendros.

Otra cosa es la discriminación en sí misma, sobre todo la política, originada en el concepto y la práctica del partido único, de ideología única. Es lamentable porque el marxismo proclama el fin de todas las discriminaciones, asegurando la libertad plena de las personas. Contrario a sus prédicas, las realidades partidistas entronizaron diversas formas discriminatorias, algunas de ellas todavía en boga, aunque nunca vinculadas al tema racial.

Racismo intrínseco, derivado de cada ser, existe, muy lamentable, pero comprensible dada la naturaleza humana, cargada de prejuicios, matizada por intereses mezquinos, azuzada desde el tiempo que la historia marca. Siempre que surja una manifestación de tales sentimientos oscuros y bajos, debe aplaudirse la acción contra ellos.

Otro asunto es confundir las cosas, juntar a capricho determinados detalles con la vista determinada a buscar aplausos fuera de nuestros ámbitos, hablando de un racismo a la americana, imposible de argumentar en nuestra patria.

 

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