Fidel y la suerte de Cuba

Por Osmel Ramírez Álvarez

Fidel Castro asiste a la sesión final del 7mo. Congreso del Partido Comunista de Cuba el 19 de abril de 2016.  Foto: Omara García Mederos/ACN

HAVANA TIMES — Hace dos meses más o menos, en un encuentro breve con un amigo intelectual, en plena calle, intercambiamos criterios, ideas y razonamientos de todo tipo. Era en los días cercanos al cumpleaños de Fidel y nos saturaban por doquier con la celebración y los cumplidos. El tema fue inevitable.

Estábamos en el debate, cuando de pronto se nos acercó para saludar un conocido mío, cuya sabiduría natural nos dejó sorprendidos. Hombre de campo que a simple vista luce rústico y desentendido, pero alcanzó escuchar nuestro tema y nos dijo con desenfado: “Fidel es el caballo, no porque haya mejorado el país, sino porque nos lo hizo creer y todavía tiene a la gente enredada, es como convencer a una persona que lleva un saco pesado en las espaldas, de que va vacío y cómodo”.

Nos apretó las manos con fuerza brutal y continuó su marcha. Nosotros nos miramos y comentamos: “ya no engañan a nadie; “excelente ejemplo” – dije yo.

Fidel, un hombre tan amado como odiado; tan victorioso como fracasado; tan inteligente como obstinado. Llegó a sus 90 años contra todo pronóstico, sobreviviendo a serios problemas de salud y expuesto a peligros innumerables desde su juventud tumultuosa. Sin duda, imposible de obviar si se analiza la historia contemporánea de nuestro país, tanto por sus admiradores como sus detractores.

Desde ese día quise escribir sobre este tema, pero solo hasta hoy me sentí animado; tal vez porque ya se nos ha pasado un poco la resaca provocada por la dosis excesiva que nos dieron en agosto.

Fidel Castro de militar. Foto/archivo: estudios revolución.

Comenzaré diciendo que para mí Fidel es solo dos cosas: estadista y militar. Descarto que sea un “ideólogo del socialismo”, porque no creo que haya aportado nada nuevo a esa teoría que tanto ha practicado, solo pequeños matices normales en el proceso de adaptación. Y lo que se conoce como “fidelismo” no es una teoría en sí, sino una especie de fe ciega en él, de culto a su persona, supuestamente invencible, superdotada y entregada al pueblo. Me quedo entonces con “estadista y militar”.

Como estadista su éxito ha sido mantenerse en el poder sin el voto del pueblo y lograr que la gran mayoría sintiese delirio por su persona, aun sin cumplir con las expectativas que creó. Pero en lo concreto falló muchísimo, casi en todo. Sus propósitos eran inmensos, pero jamás logró un resultado verdaderamente satisfactorio y sostenible con los métodos que utilizó. Dejó el poder con una Cuba en peores condiciones económicas que aquella que recibió en 1959: endeudada, desbaratada, improductiva y emigrante.

Como militar la cosa es diferente, ¡ahí sí que ha sido un completo hombre de éxito! Ganó en la Sierra Maestra y en el llano derribando a Batista y tomando el poder; guerreó por toda África con victorias relevantes, moviéndose entre los hilos de las grandes potencias en distención y dirigiendo batallas desde Cuba.Y lo más importante: peleó durante casi toda la guerra fría con los EUA, la mayor superpotencia de la historia y llegó al ocaso de su vida sin ser derrotado, lo cual es casi como vencer. Es equivalente a que el equipo de futbol de aquí de Holguín, mi provincia, empate 0-0 con el Real Madrid, sabría igual que una victoria.

Mal estadista, pero buen militar. He ahí la causa de su magia con la gente, del aparente éxito del fidelismo paralelo al fracaso del socialismo en Cuba. Cuba es una “plaza militar”; Fidel la tomó por las armas y se hizo fuerte en ella; el aliado del enemigo vencido (EUA) tomó cartas en la querella y sitió la plaza militar ocupada por el general victorioso (comandante); Fidel no permitió que la plaza fuese retomada, resistiendo más de cinco décadas y llegó a ver a su poderoso enemigo solicitar el armisticio por impotencia: para él es una gran victoria, no cabe duda.

Fidel Castro en el patio de su casa. Foto: Estudios Revolución

Y todo general victorioso es amado y venerado; está en nuestros genes seguir a los líderes capaces y el éxito militar estimula esos comportamientos. Es puro instinto de masas. Pero igualmente un estadista sin buenos resultados es odiado, pues está en nuestra conciencia rechazar lo que no funciona. Es una situación de ambigüedad que se evidencia en nuestro pueblo y es usada habilidosamente por el gobierno para simular apoyo popular, e injustamente por “otros” que no comprenden nuestra historia convulsa y creen que nos merecemos tener este oprobioso estado de cosas solo por reaccionar humanamente ante la realidad vivida.

Es una situación anómala que debe ser superada en los próximos años. Todavía queda la aureola de autoridad emanada de esta situación de “éxito militar”. Pero cuando la “casta heroica” cese, dejará de existir ese equilibrio sicológico y político que los sostiene en stand by: militares exitosos-estadistas fracasados; quedará solo lo segundo y será el fin del sistema político impuesto por la Revolución.

El desenlace podría ser más romántico, menos convulso y más productivo, pero el vicio de poder y la ceguera ideológica lo han vuelto imposible. La suerte de Cuba está echada y el éxito de Fidel (y del fidelismo) está claro: solo en lo militar. Pero vale recordar las proféticas palabras de Martí: “… (Entregar al pueblo) las libertades públicas, (es el) único objetivo digno de lanzar un país a la lucha…”. Quien se dedique a conducir pueblos y no obre con justicia, será condenado por la historia.

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