HAVANA TIMES – En varias ocasiones he hablado en descargo de la supuesta responsabilidad del pueblo cubano en lo que ha pasado los últimos 59 años, esta vez quiero analizarlo desde una perspectiva historiográfica.
Mi tesis es que la historia se desarrolla mediante dos tipos de cambios:
1º Cambios cuantitativos acumulativos que desembocan en un gran cambio cualitativo.
2º Cambios cualitativos forzando la evolución.
Ejemplos nacionales del primer tipo es el boom del azúcar a finales del siglo XVIII, las guerras de independencia decimonónicas, la Revolución del 30 o la dinámica Cuba-EEUU los últimos 200 años.
La revolución del 59 es nuestro único ejemplo del segundo caso.
El cambio cuantitativo se da por acumulación de microcambios en un tiempo dilatado, es maniobrable, da margen para que los pueblos tomen decisiones, aprendan mediante experiencias de éxito o fracaso y carecen de liderazgo centralizado.
El cambio cualitativo es el típico de los demagogos que prometen acelerar la historia e hipnotizan a parte de la nación mediante promesas cortoplacistas, estos casos siempre tienen un líder central, llámese Lenin, Fidel o Chávez, son impuestos al pueblo en acelerado proceso de centralización de poderes económicos y políticos mientras el engaño dura, para una vez las promesas se vuelvan humo no haya mecanismos cívicos de revocación de la autoridad otorgada al líder.
No era la primera vez que un hombre acaparaba tal poder en Cuba, pero sí la primera vez que alguien para conservarlo nos apartaba del carril que nos había llevado a ser república moderna en gestación. No vino Fidel al poder con el ánimo de normalizar el republicanismo y recuperar la senda democrática liberal, aunque eso precisamente era lo que aseguraba iba a hacer.
Las acciones demostraron que Fidel llegó con ánimo de anquilosarse, para ello transfiguró aceleradamente la sociedad buscando eternizar su poder omnímodo aun a costa de malograr nuestra ambivalente pero natural y necesaria relación con EEUU y de enganchar nuestro destino al carro del imperialismo soviético.
Durante los primeros años su Revolución transformó nuestra historia como no se había hecho jamás. El carácter occidental de nuestra cultura, liberal, democrática, plural, fue transformado en un totalitarismo uniformador que como nunca se inmiscuía en el entramado social y controlaba cada aspecto de la política, la cultura, la información y la economía. Fidel transformó la historia de Cuba en su propia historia, subordinó el interés de todos al suyo e hizo de sus luchas y frustraciones personales las nuestras.
Se dilapidaron inmensos recursos recibidos de la nueva metrópolis construyendo una economía centralizada que se puso al servicio de la política en guerras africanas, en intervenciones y apoyos millonarios a movimientos guerrilleros y ruinosos megaproyectos.
A mayores subsidios del CAME mayor deformación estructural, llegando al año 89 no produciendo nada de valor y lo que producíamos se hacía con tecnologías obsoletas y a costos altísimos.
Fidel fue un hecho tan nuevo y sorprendente que nadie pudo prever el camino que iría tomando nuestro destino en sus manos. Se le apoyó mayoritariamente gracias a su apabullante carisma y a los logros que iba obteniendo gracias al andamiaje artificial que los soviéticos proporcionaban. Mientras tanto nos quedamos al margen de la historia occidental y con un gobierno orwelliano todopoderoso.
Señalar al pueblo por el fidelismo es como culpar a los siboneyes por no prever su extinción, o a los alemanes por Hitler, los cambios cualitativos son socialmente imprevisibles.
Ahora estamos a las puertas de otro cambio cualitativo, el fidelismo está tan muerto como su creador, de la Revolución solo va quedando una paralizada economía aun al servicio de la política, incapaz de sostener salud y educación sino en estado deplorable, la discriminación racial aumenta, las diferencias de clases comienzan a ser abismales, la corrupción pasó de ser exclusividad de la alta política a ser generalizada, y de nuestro aprendizaje democrático nadie se acuerda.
La herencia revolucionaria es un gran experimento fallido que estuvo siempre supeditado al ego y mesianismo de su líder, quien creyó que la historia podía forzarse y solo nos hizo perder décadas enteras de normal acumulación cuantitativa de experiencias que nos hubiesen educado como sociedad. La Revolución se resume en un enorme rodeo para llegar al capitalismo más despótico con una sociedad inerme, cívicamente desarticulada y sin liderazgo.
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