Diego Dreyfus habló desde Cuba sobre la libertad

 

Las libertades y la miseria feliz

Por Hilda Landrove*

HAVANA TIMES – Hace ya algunas semanas, el espacio virtual habitado por la comunidad cubana se escandalizó con el video de Diego Dreyfus, un actor mexicano devenido gurú del “desarrollo personal”, quien compartía, desde una calle de la Habana Vieja y con su correspondiente carga de excesos histriónicos, su opinión sobre la libertad, la falsedad de la idea que de ella vende el capitalismo y, por contraste, su existencia plena en el paraíso que es Cuba, por la capacidad de los cubanos de vivir sin necesidades materiales.

Como parte central de su argumento esgrime que la felicidad de los cubanos radica en la ausencia de deseo o ansiedad ante la correspondiente ausencia de la tecnología. Esa es probablemente la parte más débil, sino la más absolutamente errónea de todo el video.

Cómodamente ubicado en la mirada del turista pretende que esa impresión superficial, de pasada, es suficiente para dar cuenta y opinar de algo que solo entiende a través de niños que ríen y se pasean por el encuadre del video y a los que llama al final, con expresión triunfante, para compartir la escena completa.

Se necesita solo una inmersión muy básica en la cotidianeidad cubana para darse cuenta de que no hay tal cosa como una ausencia de deseo por todo tipo de aparataje tecnológico y novedades de mercado. La ansiedad por la tecnología es casi proporcional a su ausencia y, como el reguetón, parte del imaginario de la juventud cubana.

Dreyfus, y una considerable parte del turismo que llega a Cuba, obvia lo que es evidente, quizás para no poner en cuestionamiento el mórbido glamour de la “Isla detenida en el tiempo” que hace tan atractiva una ciudad y una existencia en ruinas.

Su argumento continúa comparando un supuesto estado de felicidad existencial que Cuba representa y por sí mismo demuestra la ilusoria cualidad de la libertad en el capitalismo.

En un mundo inundado de cosas materiales, la esclavitud radica en la ilusión de que a través de ellas se accede a la felicidad o la plenitud y produce, en la práctica, un mar de esclavos ansiosos que persiguen celulares de último modelo y andan pendientes de migajas de un tiempo que no alcanza nunca.

Él mismo se utiliza de ejemplo y dice: “Hasta yo, que uso dos relojes, por pendejo”. El argumento como lo presenta no es tan elaborado como luce una vez resumido, pero es esa la idea central. Además, todo el video tiene una dramaturgia que más que reflexión implica una exhortación o una apelación a que el espectador despierte y se dé cuenta de su esclavitud.

Para ello, pregunta constantemente: ¿eres libre? Y da algunas razones que justifican la respuesta implícita: No, no eres libre, a diferencia de estos cubanos felices en su miseria, mientras el tono emocional va en crescendo y termina -no podían faltar- con lágrimas y sollozos.

Como descubrí en conversaciones posteriores en las que varios amigos repetían: “Pero tiene razón en eso de la libertad”; mientras el primer argumento es tan obvio y falso que no deja mucho espacio para la controversia; el segundo no es tan sencillo de abandonar y dar por inútil.

El problema no radica, sin embargo, en cada uno de los argumentos por separado, sino en su combinación. Que la libertad no depende del nivel de consumo, que el capitalismo no es la opción que resuelve todo, que se puede ser tremendamente miserable en medio de una aparente riqueza y que esta puede esconder una forma de esclavitud menos obvia, pero tan dañina como cualquier otra, no necesitan de una falsedad tal como que la felicidad emana casi de forma orgánica de la miseria; y mucho menos que tal felicidad encuentra su materialización palpable entre los cubanos de la Isla. Habrá que agradecerle a Dreyfus, sin embargo, por la inconsistencia interna del video, por hacer emerger una discusión que necesitábamos, o que necesitamos más bien permanentemente.

La discusión es la que existe entre una concepción que concibe la libertad como una potencia siempre puesta en práctica, pero nunca realizada completamente, en la cual la libertad se entiende como búsqueda y crecimiento existencial, y una que le pone límites, que la agota en su definición de diccionario: “Facultad y derecho de las personas para elegir su propia forma de actuar dentro de una sociedad” y “estado o condición de la persona que es libre, que no está en la cárcel ni sometida a la voluntad de otro, ni está constreñida por una obligación, deber, disciplina, etc.”.

En la apasionada defensa que hacen muchos de las llamadas libertades individuales, el libre mercado y la democracia como solución final para los problemas humanos, ese tipo de concepción razona que si la libertad consiste en no ser restringido socialmente, entonces es suficiente con hacer valer un conjunto de derechos y que el resultado de eso es, necesariamente, una sociedad libre.

Es fácil reconocer la limitación que eso implica, y los cuestionamientos a la libertad entendida de esa forma son múltiples y consistentes; quizás el más significativo de ellos probablemente el que revela que un sistema tal, requiere de la imposición de un conjunto de valores funcionales, como la competencia o el individualismo.

Pero reconocer eso no implica lo contrario, que la ausencia de libertades básicas, esas que se entienden como derecho inalienable de cualquier ser humano que vive en un medio social, no sean importantes y mucho menos que no sean necesarias.

Ese es justo el desatino de Dreyfus, reconocer que la libertad no se agota, no radica allí donde el mundo liberal de los derechos y el consumo pretende, no hace legítimo mantener a un pueblo en la miseria y sin acceso a un conjunto de libertades mínimas indispensables; significa solamente que tal cosa no es suficiente, y que podemos aspirar a más.

Glorificar y pretender glamoroso y hermoso el estado de un país que ha coartado sistemáticamente todos los derechos de una mayoría en beneficio de una élite totalitaria, le hace un magro favor a la idea misma de la libertad.

Pretender, además, que la alegría es una prueba de conformidad con las condiciones en que se vive, es irrespetuoso con ese mismo pueblo del que Dreyfus toma solo una mínima instantánea para construir su incoherente discurso.

No ha de ser casual que es una foto suya rodeado de esos niños felices lo que usa como conclusión al final del video que, en su propio entorno, ocupe otra posición y desde otra mirada pretenda convencernos de la bondad del dinero y proveernos luego de las técnicas para atraerlo.

*Escritora invitada

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