¿De qué izquierda hablamos?

Rafael Rojas

HAVANA TIMESSamuel Farber dice que en mi respuesta a su reseña no discuto su principal objeción a mi libro, que es que, a su juicio, en Fighting Over Fidel (2015) se sostiene que la izquierda de Nueva York se desencantó con el giro estalinista que dio la Revolución Cubana en los 60. Él dice que “eso no es cierto”. Pero es que mi libro no sostiene que toda la izquierda de Nueva York se haya desencantado. El desencanto al que se alude es el de algunas figuras protagónicas de aquellos años, en el campo intelectual, que estudio en detalle.

De diversas maneras, Waldo Frank y Carleton Beals, Allen Ginsberg y otros escritores de la Beat Generation, algunos líderes de los Black Panthers, Elizabeth Sutherland Martínez y José Yglesias, Michael Walzer e Irving Howe, Susan Sontag y Bob Silvers, en sus propios libros o en publicaciones como Dissent y The New York Review of Books, dejaron múltiples testimonios de su rechazo al abandono del sentido “humanista” originario de la Revolución o del “espíritu del 68”, al ascenso de la homofobia y el dogmatismo en Cuba, además de denunciar las UMAPs y otros atropellos a los mismos derechos civiles que ellos defendían en Nueva York o solidarizarse con Heberto Padilla y otros intelectuales disidentes en la isla.

Eso fue algo que no pasó únicamente en Nueva York: también pasó en París y Barcelona, en Ciudad de México y Buenos Aires. Tan sólo habría que revisar publicaciones de la izquierda iberoamericana de los 60 y 70 como Mundo Nuevo, Libre o Plural o los múltiples posicionamientos contra la sovietización del socialismo cubano que pueden rastrearse en la Nueva Izquierda británica y francesa. Jean Paul Sartre y Stuart Hall, Carlos Fuentes y Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards, Juan Goytisolo y Jorge Semprún serían sólo unos pocos ejemplos.

La razón de ese posicionamiento es bastante lógica y documentable: casi todos los intelectuales inscritos en la Nueva Izquierda, o en sus alrededores, eran antiestalinistas y críticos del socialismo real en la Unión Soviética y Europa del Este, desde maneras heterodoxas de pensar y practicar el marxismo o el socialismo. Al ver que el gobierno cubano respaldaba la invasión soviética a Checoslovaquia y se acoplaba más plenamente al bloque soviético, esos intelectuales decidieron confrontar públicamente la deriva totalitaria del socialismo cubano.

En la contraportada del libro, editado por Princeton University Press, primero se hace un inventario rápido de esos intelectuales y publicaciones y luego se habla de un tránsito del “entusiasmo” al “desencanto”. Es más que obvio que dicho tránsito se refiere a esas figuras y no a otras. El libro, además, se enmarca deliberadamente en el periodo de 1959 a 1971 por lo que escapa a su objetivo el estudio de lo que sucedió en la izquierda intelectual de Nueva York en las décadas siguientes.

No me cabe duda que, después de 1971, el gobierno cubano siguió contando –y cuenta aún- con un considerable apoyo acrítico en amplios sectores de la izquierda de Nueva York. Pero mi impresión –no he estudiado bien el fenómeno-, es que quienes siguieron siendo ortodoxamente leales a La Habana renunciaron a las premisas de la Nueva Izquierda y reprodujeron con el régimen cubano una relación muy parecida a la de la izquierda comunista occidental con la Unión Soviética. De hecho, muchos en esas izquierdas compartieron las mismas redes del socialismo real y, después de los 90, las reemplazaron con otras causas como la “solidaridad” con Chiapas o con Chávez.

Las razones de ese apoyo tienen que ver, en parte, con esa incapacidad para cuestionar, a la vez, el intervencionismo de Washington y el autoritarismo de La Habana. También tienen que ver, específicamente, con el fenómeno del latinoamericanismo académico en Estados Unidos. Pero me preguntaría si en los medios intelectuales que siguen la mejor tradición de aquella izquierda de los 60 -no obstante la gran transformación de la esfera pública que se ha vivido en la ciudad en las últimas décadas-, existe un respaldo ciego a los gobernantes cubanos. En The New York Review of Books o The New Yorker no leemos, generalmente, visiones apologéticas del régimen cubano.

Algunos de los textos sobre Cuba, firmados por Enrique Krauze o Alma Guillermoprieto, Jon Lee Anderson o David Grann, que se han publicado en esas revistas en los últimos años, celebran el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba pero no dejan de cuestionar la intolerancia y la represión. Esa posición, por cierto, fue formulada por primera vez por aquella izquierda de los 60 que no aceptaba que la soberanía cubana se convirtiera en pretexto o chantaje para ejercer sistemáticamente la violación de derechos humanos.

 

 

 

 

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