De la doble moneda y su presunto final

Vicente Morin Aguado

HAVANA TIMES — Un señor de sesenta años pasados, con una jaba de nylon cargada de paqueticos de detergente para revender, me dice por lo claro: “No entiendo lo de las dos monedas, yo compré estos sobres en la “Choping” en Pesos Convertibles y ahora los vendo en Moneda Nacional, buscándome una pequeña ventaja, porque para alcanzar los paquetes pequeños hay que hacer cola y no están en todas partes.”

Pienso hacia mis adentros, bueno, yo le compro la caja de cigarros al bodeguero en cualquiera de las dos monedas y siempre tiene cambio, sólo que con la divisa me quita un peso por aquello de que si no fuiste a la CADECA antes, eso es tu problema.

En definitiva, un peso no es tanto como el viaje y otra espera en la Casa de Cambios de Monedas, no siempre abierta.

Realmente, desde la dolarización allá por los tiempos de la caída del Muro de Berlín, siguiendo con la institucionalización del “Chavito”, hasta los Lineamientos del Sexto Congreso del Partido, refrendando la exigencia popular de acabar con la dualidad monetaria, de hecho, los cubanos contamos con dos o una moneda, siempre dispuestos a trocarla, de acuerdo a las necesidades o la dicha de cuánto poseemos de cada una de ellas.

No creo sea un descubrimiento esto del “comienzo del fin de la dualidad monetaria”. La práctica, criterio supremo de la verdad, nos dice que mi amigo del detergente tenía la razón con su sencillo razonamiento; verdad “de Perogrullo”, de esas que mucho se olvidan a la hora de explicar asuntos aparentemente complejos, pero realmente simples.

¿Qué es el dinero sino el equivalente universal de todas las mercancías? Convertido en papel impreso por ley del estado y necesidad ante la limitación natural a la circulación de metales preciosos, podemos en aritmética escolar, entender que se trata de un común denominador y por tanto, al decir del señor de los paqueticos de detergente.

Me da igual que un televisor valga 300 CUC o 7200 CUP. De cualquier manera lo importante es contar con el dinero, sea remesa desde el “más allá”, producto de vender Aguacates o premio de “La Bolita”.

El estado pudiera cambiar por decreto esta situación en un día, matemáticamente es así, pero los traumas serían grandes si valoramos las complicadas cuentas de un país marcado por la corrupción generalizada, donde la economía necesita reordenarse internamente antes de ejecutar el sencillo acto de pasar a una sola moneda, donde antes había, no es error mecanográfico, CUATRO DENOMINACIONES EXACTAMENTE.

Me explico: Tenemos para el sentido popular, el Peso Cubano o Moneda Nacional, denominado CUP. Y el Peso Cubano Convertible, equivalente al dólar estadounidense antes en circulación, identificado con las siglas CUC.

Hay, sin embargo, dos monedas más: Los CUP y los CUC contables. Existen igualmente en términos de economía empresarial, al nivel de cuentas bancarias, con valores que no concuerdan con la concurrencia al nivel popular.

En fin, se trata de CUATRO MONEDAS, verdadero rompecabezas para los economistas nacionales.

Cualquier instalación hotelera paga a sus trabajadores en CUP y recibe de los turistas CUC, ambos billetes corrientes, pero además realiza operaciones bancarias con esas mismas denominaciones a través de cheques u otras variantes donde no se palpa el dinero en efectivo.

Todo lo anterior es muy desventajoso para la economía en general y hay consenso de cambiar esta realidad. Creo sinceramente que el país, es decir, nosotros los cubanos, estamos deseosos de vivir con una sola moneda, que ya es una realidad palpable, reconocida en el comercio minorista diario, estatal o particular.

El tiempo restante hasta el decreto-ley que cambiará la situación actual es un proceso lógico de ordenamiento en el plano de las muy complejas, ahora si cabe la expresión, relaciones económicas de este invento llamado Socialismo, el cual no puede desentenderse del mercado y sus categorías y por tanto debe asumirlas responsablemente, sin miedo y sin tacha.

Como me dijo recientemente un ex alumno, hoy profesor universitario: Socializamos la pobreza, pero tenemos que aprender a crear riquezas con el objetivo de repartirlas justamente. El Socialismo, agrego, no se define exactamente a partir del cómo se produce la riqueza, sino considerando repartirla de la forma más equilibrada posible.

Países como Noruega, Dinamarca o Japón, ejemplos en cuanto a muy elevados Índices de Desarrollo Humano (IDH), de las Naciones Unidas, muestran un camino.

Creo firmemente y volveré sobre el asunto, que se trata de un problema esencialmente cultural.
—–
Vicente Morín Aguado. morfamily@correodecuba.cu

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