Cuba: El costoso ajuste social y la irresponsabilidad intelectual

Haroldo Dilla Alfonso

Tormenta. Foto: Isbel Díaz

HAVANA TIMES, 22 nov.  — Como cualquier otro sistema político, el cubano siempre tuvo una gavilla de bedeles ideológicos a su disposición.  A diferencia de los otros, el cubano siempre exigió de esos bedeles una alineación absoluta, hasta en los detalles más formales, lo que los hacía particularmente aburridos.

Así, hemos visto desfilar indistintamente sobrios profesores empaquetados a la soviética en los 70s, entusiastas de un socialismo nacional en los 80s y luego, más recientemente, partisanos de la unión bolivariana.  Breznev, el Che Guevara y Chávez han sido indistintamente parte de la iconografía de los activistas ideológicos de un régimen político que hace muchas décadas dejó de ser revolucionario y nunca fue socialista.

Ahora la tarea es más compleja, pues se trata de legitimar ideológicamente el desmontaje abrupto de un sistema paternalista/clientelista con un costo social muy alto.  Pero aún así no faltan los bedeles ideológicos dispuestos a desviarse con la línea del partido y dar palmadas de alegría por esta nueva marcha de la “revolución.”

No hay en ellos el menor escrúpulo para proclamar que ese matadero social que constituye la expulsión de millón y medio de trabajadores y la eliminación de subsidios,  es un paso adelante en el “perfeccionamiento socialista” que el pueblo acepta porque entiende su necesidad y que nadie va a quedar desamparado, aunque hasta el momento nadie sabe cómo.  En resumen, hablan de amores imposibles y de añoranzas sentimentales.  Son, para decirlo brevemente, los boleristas del ajuste.

Pero hace apenas unos días encontré un artículo con un tono diferente, optimista, alegre, que nos invita a gozar el ajuste.  Es otro enfoque.  Es una guaracha del ajuste.

Su autor es un crítico de cine cuyas cualidades no discuto –porque en verdad desconozco- y que nos ha regalado una pieza antológica titulada “la tragedia del despido y la ternura del subempleo.” Según el autor, Rufo Caballero, lo que escribió ha sido un dardo contra el pesimismo de los inconformes, que en algún lugar denomina “enfoques trágicos,” en otro “anecdotarios lacrimógenos” y finalmente describe como una costumbre enfermiza de “vivir la tragedia como necesidad histórica.”

Y por consiguiente entra en el tema como el corcel de la alegría hablando de conciliar “instrumentalidad y emancipación,” de reconocer el gran aporte de la pequeña propiedad para “dinamizar la vida social” y desde ahí construir una “soberanía” que prescindiría de la verticalidad.  Todo se trata, dice el guarachero del ajuste, de saber “inventar unos meses” para pasar el chaparrón y finalmente “inventar la posibilidad de inventar.”

En este punto el tema merece un posicionamiento personal.  Yo creo que reducir la plantilla estatal, eliminar el mito del pleno empleo improductivo, liberalizar las fuerzas productivas, son todas acciones imprescindibles y beneficiosas para el futuro nacional. 

Creo, sin embargo que hacerlo como lo hace el gobierno cubano es una crueldad social:

En primer lugar hacerlo en el peor momento posible, con una economía severamente constreñida, cuando antes tuvieron otras oportunidades

En segundo lugar hacerlo masivamente, lanzando a la calle a cientos de miles de personas en plazos muy cortos

En tercer lugar hacerlo sin políticas de compensaciones adecuadas aún cuando la persona haya trabajado por muchas años en las dependencias estatales,

En cuarto lugar hacerlo sin crear sistemas de créditos y protección (incubadoras) para nuestros depauperados “emprendedores,”

En quinto lugar hacerlo en un sistema político que no permite a sus ciudadanos organizarse y representar sus intereses autónomamente.

Y, en sexto lugar, porque toda esta “actualización del modelo” no es otra cosa que la búsqueda de una habilitación de un escenario adecuado para la acumulación de la élite tecnocrática empresarial emergente liderada por los militares.

Cuando Rufo Caballero y otros bedeles de similar tono, lanza su guarachita del ajuste, lo hace omitiendo los inmensos sufrimientos humanos que ello va a acarrear en términos económicos y sicológicos para una parte muy significativa de las familias cubanas que no van a poder empezar ningún negocio.

En particular cuando no tienen un auto para transportar pasajeros, o una buena casa en buen lugar para poner un restaurant o un hotelito o un pariente solidario y bien plantado en Miami que le mande dinero para poder “inventar el invento” sin morirse de hambre en el intento.  O lo que es casi lo mismo, un pariente en alguna buena dependencia estatal que lo recicle.

Pero también omite otra cosa: y es que para conciliar todo lo que él dice querer conciliar y liberarse de la “dependencia edípica al estado,” no basta con lanzar a un millón y medio de personas a un matadero social.  Hay que establecer un régimen de libertades públicas, hay que democratizar al estado y descentralizarlo, hay que establecer un régimen jurídico adecuado para que la propiedad privada funcione, entre otras condiciones.

Estoy seguro que un hombre presumiblemente inteligente como Rufo Caballero lo sabe.  Pero no puede decirlo, porque se quedaría sin empleo y tendría que “inventar el invento” para sobrevivir.  Y al final gente como estos bedeles son parte de la recomposición de la élite, que requiere sus “intelectuales domesticados,” como les llamó el Che Guevara en aquellos días primeros en que aún era posible hablar de una revolución.

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