Cuba: continuidad vs cambio

Por Osmel Ramírez Álvarez

Un cartel gigante, en una calle de la ciudad de Cienfuegos, en el sur de la región Central de Cuba, con las imágenes de Fidel Castro, Raúl Castro y el actual presidente, Miguel Díaz-Canel, los tres líderes que han gobernado el país desde el triunfo de la Revolución en 1959.  Crédito: Jorge Luis Baños/IPS

HAVANA TIMES – Hace pocos días, en el espacio de la Mesa Redonda del canal televisivo Cubavisión, (oficialista como todos en Cuba), abordaron el tema de la “continuidad” como eslogan político del presidente Miguel M. Díaz Canel.

Parece una palabra común y corriente, una más de las muchas puestas de moda en medio de la coyuntura política de traspaso del poder a una nueva generación de cuadros. Sin embargo, quedó claro tras las disertaciones de los especialistas invitados que la han convertido en todo un concepto abstracto.

“Continuidad” ya no es un axioma que lleva en sí mismo un significado palpable, ahora es emblema ideológico, parábola simbólica y misteriosa, aunque sea una simple y clara palabra. Resulta que en el mensaje de Diaz Canel, en vez de conservación y proyección futura de lo mismo, significa lo contrario: ruptura y dialéctica.

La palabra es más sinónimo de conservar que de cambio, aunque en verdad no lo niega. Según la Real Academia de la Lengua Española, continuidad es:

Continuación de lo que ya se había empezado o ya existía, o permanencia en un estado o situación. Es la circunstancia de suceder o hacer algo sin interrupción o la unión entre las partes que forman un todo que se desarrolla en el tiempo”.

Desde el punto de vista fidelista, la Revolución que él encabezó era y sigue siendo la continuidad de aquella contienda prístina iniciada por Céspedes en La Demajagua. Una sola revolución.

Es uno de los conceptos enarbolados hábilmente para legitimar su proceso político, junto al absurdo de que el Partido Comunista de Cuba es continuidad del Partido Revolucionario Cubano que fundó Martí o de que en Cuba solo se permite un partido político porque Martí igualmente fundó un solo partido.

Realmente la lucha contra la dictadura de Batista puede concebirse mirando con el prisma épico del nacionalismo edulcorado, como la continuidad de una misma gesta revolucionaria que persigue la independencia, la soberanía popular y la República “con todos y para el bien de todos”. En ese sentido es una revolución inconclusa todavía y hoy más que antes necesaria.

Lo sucedido después del triunfo de 1959 muy poco tiene que ver con Martí y su ideario. El 90% de lo hecho o asumido ideológicamente es pura antítesis de la prédica martiana. Y mucho menos de lo que perseguían para Cuba los héroes del 68. Decir lo contrario es pura demagogia o no conocer nuestra historia.

Evidentemente, el Gobierno de Díaz-Canel es la “continuidad” o pretende serlo, no de aquellas revoluciones pasadas e inconclusas, sino del modelo socialista radical en que se trocó la verdadera Revolución cubana.

Es continuidad del sistema político autoritario que lo llevó al poder, no electo directamente por el voto popular, ni entre diversas opciones políticas, ni fruto de postulaciones libres. Él fue el único candidato permitido del único partido permitido, que es el mismo de Raúl y de Fidel. Esa es su continuidad.

Durante su corto mandato hemos tenido claro que también es continuidad de los métodos represivos para frenar el deseo irremediable de libertad y democracia en nuestro pueblo, expresado en el valor y decoro de algunos valientes que llevamos en nuestros hombros el decoro de millones.

Es continuidad de las mismas justificaciones espurias, siempre achacando al imperialismo estadounidense nuestros deseos legítimos de construir en Cuba un país próspero y democrático, plural como su propia naturaleza. n

Es continuidad también del mismo paquete económico híper-planificado, estatista, limitador de la iniciativa privada. Queda claro cuando crean un negocio en divisas para aplastar a los comerciantes privados en vez de regular justamente sus negocios o al no aprobar una ley largamente anunciada que permita libremente las cooperativas y las PYMEs.

Ese pequeñito paso hacia la libertad económica, esa esperanza de eficacia, la demoran sin piedad aplazando el derecho de nuestro pueblo a mejorar, a vivir con decoro, a salir de la miseria.  Todo por el miedo a que los cubanos nos empoderemos y dejemos de depender del Estado, a que perdamos el miedo colectivo a ser un pueblo soberano, dueño de su destino.

Eso es lo que en la práctica significa continuidad. Incluso si quisieran ser la continuidad del socialismo que dicen enarbolar, lo que podría interpretarse como un ideal legítimo de impulsar una Cuba mejor, más justa e igualitaria, no hay contradicción, pero necesitarían más que continuidad, hacer cambios sustanciales.

Primero abandonar el modelo autoritario por un socialismo democrático, porque sin democracia no hay justicia social. Igualmente trabajar por la inclusión social eliminando la discriminación ideológica o por lugar de residencia, porque todos somos cubanos, estemos donde estemos y pensemos como pensemos. Y entre muchos cambios más, respetar todos los derechos humanos.

Pero no parece esa la intención del nuevo gobernante. Su continuidad es conservadora hasta que no demuestre lo contrario. En la Mesa Redonda mucha muela y poca sustancia. Y sobre los cambios positivos que prometen, los creeremos cuando los veamos. Hasta ahora solo percibimos mayor incremento de la represión, más carencias económicas y elevación del costo de la vida, más migración y menos esperanza. Ojalá fuese otro el escenario.

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