A propósito de la homeopatía en Cuba (2 y final)

La ciencia hipócrita y la descolonización de los saberes

Yasser Farrés Delgado

Foto: unho-edu.org

HAVANA TIMES — Antes expliqué el proceso histórico y político que permitió a la ciencia (a los científicos) erigirse con el estandarte del “saber verdadero”. Mostré cómo esto ocurrió sobre la base de eliminar cualquier otro conocimiento, y no sobre la base de promover el diálogo y el intercambio.

Al respecto, comenzaré por añadir ahora que esa postura poco a poco se convirtió en política de Estado y marcó las políticas científicas. De hecho, no es casual que ciertos hombres de ciencia (aludo al sexo con toda intención) ocuparan altos cargos políticos, posición que en no pocos casos les permitió relegar incluso a sus oponentes dentro de la propia academia (Isaac Newton versus Robert Hook, por ejemplo).

Sin intenciones de ahondar mucho más en la historia de la ciencia, he de decir que semejante relación ciencia-poder también marcará la institucionalización científica en los territorios coloniales y poscoloniales. De nuestro ámbito cubano bastaría citar las dificultades institucionales que enfrentó Carlos J. Finlay para demostrar su teoría sobre el mosquito Aedes aegypti y la transmisión de la fiebre amarilla. Sus ideas fueron ignoradas o menospreciadas durante dos décadas tanto en Cuba como en Estados Unidos (donde tuvieron una minúscula y escéptica acogida).

Desde su institucionalización y hasta hoy, la ciencia ha sido lo que ciertos grupos de poder han permitido que sea. En general los científicos (y sus financiadores) no están dispuestos a que una visión diferente se les oponga, especialmente si apuntan en la dirección de desmontar sus instituciones; y mucho menos si esas visiones surgen al margen del propio sistema. A esto se suma, por supuesto, las razones económicas. En todo ello radica la hipocresía de la ciencia moderna (los científicos).

La ciencia (los científicos) se permite a sí misma lo que no permite a otros saberes: la posibilidad de existir y de equivocarse. La ciencia médica institucionalizada quizás sea la más hipócrita entre todas las ramas, porque su hipocresía no pocas veces termina guardada en una tumba. En ese sentido, retomando lo que motiva a este post, pregunto: ¿Cómo pueden negar la posibilidad de desarrollo a la homeopatía argumentando que es un simple placebo y, al mismo tiempo, usar el placebo como parte del “método científico” para probar la veracidad de los medicamentos?

En efecto, sin placebo no hay “método doble ciego”. ¿Cómo se determina la validez de una vacuna? A una mitad de la muestra de pacientes aplican la medicina en experimentación mientras que a la otra la engañan, aplicando un placebo. Ese es el método hipócrita con el cual se ha probado, por ejemplo, la vacuna del papiloma humano; ejemplo que cito a propósito de ser uno de las más controvertidas en estos momentos.

La ciencia médica “patologiza” la vida para patentar remedios. Por inventar vacunas, ahora están inventando vacuna contra la varicela. Así, muchos ejemplos. Por todo ello, y más, es que resulta importante recuperar la medicina tradicional y complementaria y socializarla. Nótese que digo “complementaria”, y no “alternativa”.

En la medida que entendamos la posibilidad de complementariedad entre las medicinas tradicionales y naturales (o naturistas), daremos grandes pasos. Esa es la postura de algunos médicos ilustres, como el Dr. Alberto Martí Bosch, oncólogo, naturista y homeópata catalán, quien reconoce la necesidad de replantear el enfoque médico que hoy tenemos. Propongo tomar un tiempo para observar este video: https://www.youtube.com/watch?v=RotVRPfGBz0 ).

Llegar a conclusiones como las del doctor Martí Bosh, y hacer que tales ideas ganen autoridad, no es tarea sencilla: hay que enfrentar a una comunidad científica con ideas convencionales y, también, a las instituciones del Estado. Diez años antes del video que mostré, ocurrían noticias como esta: http://elpais.com/diario/2002/10/31/sociedad/1036018802_850215.html

Afortunadamente desde hace décadas, y sobre todo en los últimos años, va incrementándose la conciencia de fomentar el diálogo entre quienes tienen práctica positivistas convencionales y quienes tienen otras formas de conocimiento. Es el paradigma de la Transdiscplinariedad (ver la “Carta de la Transdisciplinariedad”). Ese diálogo, por supuesto, no siempre es ingenuo: las mismas farmacéuticas que tanto niegan a los chamanes invierten grandes sumas en explorar los principios activos de sus pociones y sus yerbas.

Desde mi punto de vista, el debate más importante no debe seguir siendo sobre cuál es la “ciencia verdadera”, pues “la verdad científica” es un concepto relativo, cambiante…. El debate principal es de tipo ético: ¿Cómo puede la ciencia (los científicos) seguir exigiendo para sí la autoridad sobre el saber, si esa ciencia que ha generado importantes logros es la misma que ha generado grandes problemas ambientales, económicos y de Salud Pública? ¿Cómo puede seguir pretendiendo el monopolio del saber si existen cada vez más evidencias, por ejemplo, que muchos adelantos científicos están relacionados con el incremento de casos de cáncer y otras enfermedades modernas?

Lo menos que puede hacer un Estado para actuar responsablemente frente a estos hechos que afectan a toda la ciudadanía, es fomentar también –insisto, también y no únicamente— los conocimientos complementarios. Permitirles explorar, permitirles existir, ya sea para que se confirmen o rectifiquen. ¿Cuántas prácticas médicas no han sido replanteadas a lo largo de la historia de la ciencia moderna?

¡Bienvenida sea la resolución del Ministerio de Salud Pública! —que, recordemos, no sólo incluye a la Homeopatía sino también ciertas prácticas ancestrales. Ojalá aparezcan otras medidas razonablemente aperturistas, abiertas al diálogo, en los demás Ministerios. Y también, por supuesto, una apertura mental en los ciudadanos y ciudadanas cubanos.

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