Dilma y el buen ejercicio de la democracia

Dariela Aquique

Dilma Rousseff. Foto: telesurtv.net

HAVANA TIMES — Un fenómeno como pocos el acontecido en Brasil. Una ola de protestas sin cabecillas ni consignas específicas. Aunque a veces penosamente violentas, por suerte en el menor de los casos. Que no obstante tuvieron un saldo de pérdidas materiales y dos fallecidos.

Por casi diez días consecutivos las manifestaciones fueron convocadas por las redes sociales y cientos de miles de personas salieron a las calles en 107 ciudades del gigante suramericano. Ni partidos políticos, ni organizaciones de masas lideraban las acciones.

De manera espontánea y por primera vez en su historia Brasil, de raras expresiones de este tipo, protagonizó multitudinarias protestas. Y cómo se explican algunos ¿qué pasó? en un país que ha tenido un gran crecimiento económico y se ha trabajado por disminuir la desigualdad social.

¿Por qué ahora se lanza el pueblo a las calles? Pues nada, es sencillo, nunca es suficiente y un día, a una hora el pueblo despierta de su letargo, de su apatía. Aflora súbitamente esa facultad ciudadana que tiene cualquier población a manifestarse y hacer reclamos por sus mejoras y a que se respeten sus derechos.

El alza del costo del trasporte público, veintes centavos más de su valor actual, desato las marchas, concentraciones y hasta paralización de algunas actividades. Pero eso sería solo el pretexto inicial para que razones de pesos, como la deficiencia en el servicio de salud y en la educación se hicieran sentir.

Denuncias de corrupción y pedir la dimisión de algunos alcaldes y gobernadores. Las carencias en la calidad de vida y los gastos generados por la Copa del Mundo de 2014 pasaron a ser las demandas principales. ¿Cómo invertir tanto en eventos deportivos y construcciones de colosales stadiums y un sinfín de personas sumidas en la miseria?

Esto demuestra que no basta con alocuciones y promesas. Se necesita evidencia de buena voluntad política y disposición gubernamental para cambiar un país. Y es esto justamente lo que la presidenta Dilma Rousseff ha hecho.

La mandataria ha dado a su país y al mundo una lección.  Desde el inicio de las protesta dijo que era un derecho ciudadano el de expresarse libremente y un deber del gobierno escuchar estas demandas.

Con un discurso conciliador: “Mi obligación es oír la voz de las calles”, logró que disminuyeran las manifestaciones. Inmediatamente se restauró el precio del transporte público. Y convocó a los gobernadores y alcaldes de todo el país para discutir el Pacto con los manifestantes.

Vale destacar que la policía hizo actos de contención, no de agresión. Según fuentes oficiales, los fallecidos fueron una mujer de 54 años hipertensa, trabajadora de la cuadrilla de limpieza que tuvo un infarto al explotar una bomba, y un joven de 18 años atropellado por el auto de un empresario que está prófugo.

No tuvo Brasil el talante de Chile reprimiendo a los estudiantes y sin ánimo de concilio. Ni la cara de Colombia, violentando campesinos y sin intención de diálogo.

Debemos aprender de ese país que asume su derecho a la protesta sin que esto signifique un acto golpista o contra gubernamental (pese a algunos en extremos violentos y anárquicos). Deben los mandatarios aprender de Dilma y su buen ejercicio de la democracia.

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