La muerte fuera de Cuba

Caridad

HAVANA TIMES — Hay algo en lo que siempre pensaba la primera vez que salí de Cuba.

Fueron solo 11 meses, pero como resultaba ser la primera vez lejos de mi familia – sin contar las “Escuelas al campo”, el “Preuniversitario en el campo” – tenía un poco de miedo de lo que podría suceder estando lejos de ellos y mis amigos.

Imagino que eso le suceda a todo el que pase el susto de salir de la Isla.

Como en esos 11 meses no sucedió nada, tan solo la muerte de un simpático gato tuerto que vivía en mi casa, en esta segunda ocasión dejé a un lado los pensamientos fatalistas.

Ya llevo poco más de un año en Venezuela, mi visa de turista se ha vencido, lo que quiere decir que si quisiera volver a Cuba en este momento, debo estar muy consciente de que sería prácticamente imposible regresar a Caracas.

Y es justo ahora, cuando uno ya decide que tendrá que despegarse de la isla, la familia, los amigos, por más tiempo del que quisiera; que sucede lo que tanto temía en el primer viaje y justo ahora ni pensaba en eso.

La muerte, ya sabemos, es solo otro estado. Que estemos preparados para ella es casi lo mismo que estar preparado para la vida: algo que solo se puede aprender viviendo…o muriendo. Casi nunca pensamos en ella hasta que sentimos su olor…o escuchamos su melodía triste.

Que muera alguien joven siempre nos toma desprevenidos. Si amamos a esa persona, peor. Si no podemos darle un abrazo a quienes lloran su muerte, peor.

Estar fuera de Cuba y recibir una de esas noticias tiene la ventaja de que, si queremos evadir el dolor, es más fácil, la noticia se borra del correo, evitamos cualquier tipo de comunicación, negamos. Es fácil si se está lejos. Pero es una ventaja absurda.

Yo puedo decidir, agarro el avión – nada me detiene – y voy a pasar estos momentos con mi familia. Es una opción. Pero entonces empezaría a dejar atrás mi vida, la que por primera vez tengo oportunidad de escoger cómo llevar.

Entonces llega la culpa, el sentir que por encima de todo subsiste mi egoísmo. Nada puedo hacer, ni hubiese podido hacer por el que ya no vive; pero sí pudiera hacer estando con los demás.

Pero sigo aquí.

Así que oculto esa cara fea del asunto, para que la culpa no eche raíces; y no le cuento a nadie para que nadie me ofrezca un consuelo que no merezco.

Al menos yo, creo, tuve la oportunidad de decidir si volver a entrar a la isla en esta ocasión. Hay muchos, no quisiera pensar en la cifra, que no pueden hacerlo aunque quisieran.

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