La Habana no es tu parque infantil

Por Chris Vázquez*

La Habana de 1950 versus La Habana de 2019 (Crédito: Jenn G)

HAVANA TIMES – Estoy comenzando a entender que existe una diferencia esencial en el paradigma por el cual tanto los cubanoamericanos como los no cubanoamericanos ven a Cuba.

Hace poco una amiga me contactó para que dirigiera un viaje a Cuba para su compañía. Ella no es cubana, por lo que el grupo estaría formado, principalmente, por estadounidenses con edades de 28 a 35 años. Los viajeros en estos recorridos suelen estar en medio de transiciones de la vida, y se embarcan en sus viajes para experimentar la naturaleza y obtener nuevas perspectivas.

Por alguna razón no me sentía muy entusiasmado con la idea. ME ENCANTA Cuba. Mi pasión es mi herencia y prácticamente respiro la cultura cubana. Como pueden ver, era por eso precisamente por lo que no estaba muy motivado para liderar el grupo.

Para que entiendan, siempre pensé que si llevaba personas a Cuba, serían principalmente cubanoamericanos, y los viajes se centrarían en mi palabra de moda, cubanía, que no es más que la esencia de ser cubano. La idea de explorar tus raíces mientras descubres y comprendes la Cuba de 2019 y, al mismo tiempo, conectar con los cubanos de la Isla, sería fundamental para dicha experiencia.

Lo que tendría en común con mis compañeros de viaje sería que todos caemos en algún lugar en la línea de tiempo de la diáspora cubana, todos somos miembros de la comunidad en el exilio por asociación.

Todos habríamos crecido con las historias y bajo las contradictorias ideas: de que Cuba era la tierra más grandiosa que Dios había creado, pero al mismo tiempo ahora era la consecuencia desolada de una Revolución fallida, y si usted iba allí era solo para darle dinero al régimen y deshonrar los sacrificios de tu familia.

Para un niño pequeño que crece en Hialeah, donde todos en su aula de primer grado comparten una historia de origen similar, es como colgar un caramelo delante de su cara y abofetearlo cuando lo alcanza (o, al menos, llamarlo gordo).

Lo que quiero decir es que todos sentimos que conocemos a Cuba a través de los cuentos de nuestros seres queridos, quienes proclaman que vivieron en el paraíso antes de 1959 y tuvieron que dejar todo atrás cuando se vieron obligados a venir a los Estados Unidos, un traslado que de manera general vieron como algo temporal, porque, bueno, ¿por qué querrías estar en otro lugar?

Para la comunidad de jóvenes cubanoamericanos de la cual soy parte, ir a La Habana y ver las contradicciones por nosotros mismos es impactante. Nos duele ver la hermosa arquitectura que ahora está sucia y ha sido reducida a escombros. El espíritu y la “cubanía” de la gente vivifican nuestras almas, pero nos rompe el corazón al verlos viviendo como tienen que hacerlo.

La crisis de identidad es casi indescriptible. No pretendíamos conocer a Cuba, aunque nos hemos identificado como cubanos toda nuestra vida. Pero debido a esa asociación, siempre nos hemos sentido cubanos -especialmente a medida que nos alejamos cada vez más de nuestro bastión cubano (o debería decir cubanoamericano)- de Miami… es decir, hasta que llegamos a La Habana.

Vemos la Cuba de hoy y sus residentes, y nos sentimos como extraños en nuestra propia tierra ancestral. Lo que creímos que sabíamos indirectamente por esas malditas historias, sale justo por la ventana, y no se parece en nada a lo que alguno de nosotros pensó.

Pero tampoco se parece en nada a lo que nos advirtieron… En medio de los escombros, las largas colas y los cacharros clásicos, hay personas que se apresuran, viven, se ayudan unos a otros, crean oportunidades para ellos mismos, luchando, resolviendo y sobreviviendo.

Se necesita superar el shock inicial, pero una vez que lo haces, está ahí, claro como el día: esta es nuestra gente. Estas son las personas que lucharon por la independencia: la independencia de los españoles, la independencia de los Estados Unidos de América, la independencia de sí mismos. Estas son las personas que enviaron a sus hijos solos en aviones para darles una vida mejor; estas son las personas que cruzaron 90 millas en balsas improvisadas; estas son las personas que CONSTRUYERON Miami y establecieron una comunidad poderosa en el país más poderoso del mundo.

Nosotros, los jóvenes cubanoamericanos, debido a la cubanía que nos une, entendemos de lo que son capaces, entendemos de lo que Cuba es capaz. Entendemos su potencial ilimitado, porque es nuestra historia: está en nuestra sangre. Es lo que construimos en Cuba y lo que perseveramos para construir en el extranjero. La fuerza de los 11.2 millones de cubanos en la Isla y los 1.5 millones en el extranjero es una sola; es de ellos, es nuestra, de los cubanos y de los cubanoamericanos.

Entendemos de manera implícita lo hermosa que fue La Habana una vez, cómo logramos que fuera de esa manera y cómo comenzamos de nuevo e hicimos que Miami fuera de esa misma forma. Entendemos el ingenio, la pasión y la creatividad; el amor, el espíritu y el buen corazón; así como la ética del trabajo, el compromiso con la familia y la voluntad de sacrificio que vive dentro de cada cubano.

Es por eso que cuando los jóvenes cubanoamericanos viajan a La Habana nos rompe el corazón. Vemos a través de la fachada que atrapa a los estadounidenses que no son de ascendencia cubana, y nos atormenta.

Verán, me he dado cuenta al desarrollar relaciones con muchos estadounidenses de ascendencia no cubana que han viajado a la Isla y están obsesionados con Cuba, pues lo que ven es en gran parte una novedad.

Para ellos, es el equivalente a ir a una isla prohibida perdida en el tiempo. Las reacciones son algo así como “oh wow, no hay Internet, es tan primitivo”. “Oh, Dios mío, quiero tomarme una foto en las afueras de estas ruinas (es la residencia de alguien) usando mi vestido de verano”. “La gente no tiene nada, pero ¡son tan increíbles y acogedores! Es como una tierra de cuento de hadas; Me encanta poder venir aquí y simplemente desconectarme, espero que nunca cambie”.

¡Basura! Un cuento de hadas es exactamente lo que es esa narración… Para ellos, La Habana es un lugar de juegos -un lugar donde los modelos de Instagram, los nómadas de los diarios de viaje y todas esas otras palabras de mierda que están de moda en el 2019 pueden divertirse durante unos días o semanas antes de regresar a casa. Para ellos es el paraíso -para mí, el infierno.

No lo entiendan mal: Cuba es un lugar hermoso, lleno de gente increíblemente extraordinaria, mi gente. Pero estas personas merecen mucho más. Cuba era la perla de las Antillas, la isla preferida de los españoles y la envidia de América Latina. La Habana era hermosa como lo son hoy San Francisco o Barcelona, ​​no de la forma en que lo son los antiguos templos aztecas o las pirámides egipcias. Pero lo que una vez fue el hogar vibrante de mis abuelos y sus contemporáneos, ahora es una reliquia bonita y boho-chic para los visitantes estadounidenses.

Sin embargo, debido a mi paradigma, nunca pude ver eso. Nunca pude expresar con palabras que no entendía cómo los no cubanoamericanos veían a Cuba y al pueblo cubano con la misma curiosa fascinación que yo vería en una aislada tribu de indígenas en medio de la selva amazónica.

Saber a través de las historias y de mi educación lo que fue Cuba y conocer lo que es hoy, me rompe el corazón. Sin embargo, estoy lleno de tanta esperanza. Ahora entiendo lo que quieren decir cuando indican: “Espero que nunca cambie”. Están enamorados de la belleza que ven en el país y de su gente, y temen que eso se pierda con la modernización. Pero aun así digo, pa ’fuera!  todo eso. Cuba no es un patio de recreo para extranjeros. Cuba es la tierra del grupo de inmigrantes más talentoso que jamás haya adornado las costas de los Estados Unidos. Una tierra de tradición, belleza, historia y vida.

No, La Habana no debería ser la escapada preferida para una desintoxicación tecnológica de una semana. Pero quiero dejar claro que independientemente de sus puntos de vista, los estadounidenses no cubanos que viajan a la Isla hacen maravillas para el pueblo cubano, al contribuir a una política de compromiso más amplia, en oposición a la política histórica de aislamiento de los Estados Unidos. Pero la clave para un viaje ético a Cuba es ser intencional en ese compromiso.

La exención de categoría más popular para los viajes estadounidenses a Cuba es el “apoyo al pueblo cubano”, que requiere que los viajeros patrocinen al sector privado y promuevan la sociedad civil, al hospedarse en casas particulares, comer en paladares y apoyar a los cuentapropistas.

La belleza de ese tipo de viaje es que fomenta las interacciones entre personas que crean la comprensión mutua que, en última instancia, cambia las perspectivas. Y lo mejor de todo es que no es necesario que seas cubanoamericano o de ascendencia cubana para abrazarlo. Todo lo que tienes que hacer es iniciar un diálogo honesto e intercambiar ideas con respeto. Esas son las semillas que conducen a un cambio significativo, y el cambio es algo bueno.

Quiero que Cuba cambie. Quiero que cambie de la manera que mi gente que vive hoy allí quiera que cambie. Quiero Internet en las casas y en los cafés, apartamentos estructuralmente sólidos, y en las carreteras vehículos del modelo de este año.

Eso puede arruinar tu pequeña escapada, pero mejorará dramáticamente el nivel de vida de la gente. Y si quieren un Starbucks y un McDonalds en cada esquina, que así sea. Seguro que supera las tarjetas de racionamiento, las filas largas y los estantes vacíos en las tiendas estatales. Pero espero que no sea Starbucks y McDonalds. Espero que sean los “cortaditos” y “las fritas de fulano” o algo auténticamente cubano.

Quiero que la Cuba de 2019 y la de más allá sea una nación construida por cubanos, para los cubanos, no para que los visitantes tomen mojitos y se tomen fotos, junto a las casas en ruinas de los nacionales, para su última publicación en Facebook. Y créanme, un desarrollo significativo no disminuirá la belleza de la Isla, ni denigrará la cultura del país, y ciertamente tampoco cambiará el espíritu afectuoso del pueblo.

Esto es lo mejor que pude explicar el sentimiento tan sutil que sentí en mi estómago cuando me pidieron que dirigiera en Cuba un viaje de estadounidenses bien intencionados y en busca de aventuras, y por eso me estoy dando cuenta de que debo decir No.

Quiero llevar a mi pueblo, al pueblo cubanoamericano, a la honorable tierra de nuestros antepasados. Quiero disfrutar cenas con amigos que nos encontremos en la Isla, hablar como iguales, explorar oportunidades de desarrollo, discutir sobre política y filosofía, tomar cafecitos con familias y reconciliar el pasado y el presente.

Mi sueño es convertir la diáspora en una familia cubana gigante. Y quiero hacerlo aprovechando el poder de la cubanía para crear una familiaridad y confianza casi instantánea entre los cubanos, sin importar la edad, los puntos de vista, el lugar de nacimiento o de qué lado del estrecho de la Florida viven.
—-

*Chris Vazquez es un escritor invitado. Esperamos leer mas cosas de él.  

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