Fernando Ravsberg*
Sorprende la denuncia, porque los cubanos que llegan a Miami son supuestamente “perseguidos políticos”. Sobre ese soporte se mantiene una Ley de Ajuste que le brinda refugio a todos los que logren pisar suelo estadounidense.
La apertura del turismo en Cuba provocó las primeras dudas respecto al carácter político de la migración cubana. Anualmente pasan sus vacaciones en la Isla medio millón de esos supuestos fugitivos del comunismo.
Fue nada menos que el presidente George W. Bush quien detectó el “desajuste” entre el discurso y la realidad, así que decidió retocar la realidad. “Botó el sofá” prohibiendo que los cubanoamericanos viajen todos los años a la Isla.
Sin embargo, los emigrados siguieron haciendo el amor sin sofá, viajando por terceros países para evitar ser detectados por migración. Lo comprobé personalmente; el primer día de la prohibición viajé de Miami a Cuba, cambiando de avión en Bahamas.
“¿Qué ley me va a impedir que venga a ver a mi esposa?”, me preguntó un pinareño, mientras una hermosa mulata me decía riendo “el problema es que Bush no conoce a mi madre, ¿Quién le dice a ella que no puedo venir a verla?” (2).
Cuando Obama terminó con la restricción, se produjo una explosión de visitas y la onda expansiva sigue extendiéndose. Incluso se cuentan por miles los que vienen para quedarse y aprovechar las oportunidades de la reforma económica.
Durante décadas fue imposible vivir en los dos países. La Ley de Ajuste exige a los cubanos 12 meses y un día de estancia en EE.UU. para obtener el “Green Card”. Mientras que la residencia cubana se perdía estando fuera del país más de 11 meses y 29 días.
La flexibilización de la política migratoria cubana amplió el periodo permitido de estancia en el extranjero a 24 meses, lo cual hizo posible tener las dos residencias y vivir de forma alterna en las dos orillas, el sueño de muchos hecho realidad.
El Sun Sentinel describe el caso de una abuela cubana que se acogió en EE.UU. a la Ley de Ajuste, ahorró un poco de dinero, regresó a Cuba, se compró una casa y vive de la ayuda social que cada mes le pone en su cuenta el Gobierno estadounidense.
El periódico se escandaliza, pero ¿es que han descubierto ahora que el 90 por ciento de los cubanos llegados a La Florida son emigrantes económicos? ¿No sabían que es allí donde se “convierten” en perseguidos del comunismo para obtener residencia?
Curiosamente, ahora algunos periódicos estadounidenses y políticos anticastristas (3) comienzan a denunciar la Ley de Ajuste, uniéndose al Gobierno cubano, que pide desde hace décadas que se elimine, porque promociona la emigración ilegal.
Sin embargo, el flujo de emigrantes clandestinos de Centroamérica, México o República Dominicana es tan grande como el de Cuba y ninguno de esos países cuenta en EE.UU. con una legislación que les facilite automáticamente la residencia.
Más allá del rejuego político, hay una realidad ineludible. Cientos de miles de cubanos han contribuido a levantar la economía de La Florida, muchos de ellos formados profesionalmente en Cuba, sin que EE.UU. haya invertido ni un centavo en su educación.
Parece justo entonces que la abuela de uno de ellos pueda beneficiarse de una asistencia social financiada con la riqueza creada por sus “nietos”. Y si quiere vivir en su patria mejor, bastante ahorrará EE.UU. en la atención de salud de esos ancianos.
Cuba no será otra estrella en la bandera de EE.UU. ni Miami se convertirá en provincia cubana, pero medio siglo de hostilidad los unen de forma inseparable y lo más inteligente parece ser aprovechar al máximo las posibilidades que brinda esa realidad.
Ya muchos comienzan a percatarse de eso, los artistas andan de aquí para allá, cuentapropistas que abren sucursales en Miami (4) y emigrados regresan a Cuba a montar negocios con el capital y la experiencia adquiridos en la sociedad de mercado.
También lo entienden las empresas estadounidenses: telecomunicaciones, cadenas hoteleras, compañías aéreas, agricultores, cruceros, portuarias. Como es lógico no vienen a invertir por “solidaridad”, sino porque están convencidos de que obtendrán ganancias.
Y si de violar la ley se trata, pues hasta el presidente Obama lo hace cuando autoriza a empresarios a buscar las “grietas” del embargo para comerciar e invertir en Cuba(5) y cuando aconseja a los estadounidenses, en general, a mentir para hacer turismo en la isla prohibida (6).
Este año violan la ley de los EE.UU. más de 100 mil turistas estadounidenses que vienen a Cuba aduciendo viajes académicos o religiosos, cuando en realidad llegan para a disfrutar de sus playas, tomar mojitos y pasear en un Chevrolet de los 50.
También violan la legalidad todos los cubanos que se benefician de la Ley de Ajuste sin ser perseguidos políticos y las propias autoridades de migración estadounidenses que los acepta a sabiendas de que se trata de emigrados económicos.
Pero la culpa no es de la gente, sino de la dudosa legitimidad de las leyes que regulan las relaciones entre las dos naciones. En este contexto de ilegalidad generalizada, usar a una abuelita cubana como chivo expiatorio es periodísticamente infantil y en lo humano una cobardía.
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