HAVANA TIMES — La muerte de Fidel pone de manifiesto la necesidad del traspaso generacional en la nación. Ya está más o menos definido el que ocurrirá en la superestructura política y económica, con Miguel Díaz Canel al frente de un equipo de gobierno de su generación.
Raúl Castro dejará el cargo de presidente pero tal vez se mantenga como Primer Secretario del Partido Comunista. Así, por primera vez, las dos jefaturas no estarían en manos de la misma persona, lo cual implica una saludable separación de poderes.
El General ha consolidado su gobierno y el traspaso generacional, una de las tareas más complejas que enfrentó al tomar las riendas. Un equipo de personas de entre 50 y 60 años ya dirige el país y se aprestan a continuar el proceso de reformas después del 2018.
Sin embargo, el asunto no es meramente superestructural, de alguna forma muchos jóvenes sienten que el país no les pertenece, que las reglas del juego las han puesto otros y que a ellos solo les queda aceptarlas o seguir aumentando la cifra de la emigración.
“Estoy cansado, no aguanto más que me abran fuego constantemente porque escribo en una o dos páginas internacionales. Yo soy revolucionario y fidelista pero me atacan constantemente. Estoy harto de las sospechas, así que me voy a hacer un postgrado al extranjero”.
Esto me decía un joven comunicador cubano hace un par de semanas, mientras conversábamos sobre la situación del país. Seguramente se irá como se han ido otros y lo paradójico es que no dejan Cuba por razones económicas ni por diferencias políticas con la revolución.
En un post anterior conté el caso de un matemático-cibernetico brillante, el cual intentó simultanear su trabajo en la isla con otro para una importante una compañía extranjera pero lo hostigaron tanto que al final terminó yéndose a trabajar a otro país.
Y cuando los jóvenes no se van los botamos. La Universidad de La Habana acaba de despedir a dos prestigiosos profesores, el economista Omar Everleny Pérez y el jurista Julio Antonio Fernández. Ambos padecen de un terrible mal, el de pensar con cabeza propia y expresar sus opiniones en público.
La nación envejece pero ese proceso no es solo producto de la prolongada esperanza de vida de los cubanos. También se debe a que muchos jóvenes emigran, entre ellos decenas de miles de mujeres en edad fecunda, incidiendo en la caída de la natalidad.
Cuba no podrá detener la emigración de la misma forma en que ningún país tercermundista lo ha logrado. La tentación del Primer Mundo es enorme para los pobres y mucho más para los cubanos que son pobres con estudios, lo cual les abre más puertas que al resto.
La migración cubana podría, sin embargo, reducirse mucho si se escucharan las demandas de los jóvenes, si la sociedad estuviera más abierta a darles espacio y, sobre todo, si ellos mismo fueran capaces de exigir su derecho a decidir el futuro de la nación.
Y este último punto es clave porque acusar solo a “los viejos” del espacio que no tienen los jóvenes en Cuba sería injusto. Hace unos días el Pepe Mujica le decía a una periodista cubana que “A los jóvenes nunca le dieron paso. Siempre han tenido que abrirse el camino a codazos”.
Para el viejo guerrillero tupamaro devenido en presidente “los jóvenes no son unos pobrecitos a los que hay que darles”, muy por el contrario, “el deber de la juventud es luchar por los cambios. Cambios que son generacionales, pero también de lucha y camino”.
“Ellos tienen que tener una actitud desafiante y aprender que nadie les va a regalar nada; que son portadores de un tiempo que no es mejor o peor, pero sí distinto. Y sobre todo que no deberían cometer los errores que cometimos nosotros, sino los errores de su propio tiempo”.
Sería sano para la nación que la consigna “Yo soy Fidel” cale hondo, hasta que los jóvenes sientan que tienen el derecho y el deber de tomar parte en el diseño de la futura sociedad cubana, aunque para lograrlo tengan “que abrirse el camino a codazos”.
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