Lo que pasa con los agromercados a la libre

Fernando Ravsberg*

Los precios en los agromercados son 3 o 4 veces superiores a los de los mercados mayoristas.

HAVANA TIMES — La semana pasada fui al mercado mayorista “El Trigal” y volví a casa cargado de comida y de asombro. Los precios de los productos agrícolas son vergonzosamente más baratos que en los agro-mercados, donde compran la mayoría de los cubanos.

Un racimo de platanitos cuesta $ 25 (U$D 1), un saco grande de pimientos $130, mientras que por un cajón repleto de tomates de primera calidad pagué $150. Esto es menos de la tercera parte de lo que valen en las tarimas de los mercados minoristas.

“El Trigal” está ubicado dentro de La Habana a pesar de lo cual el valor de los productos se triplica cuando llegan a los agros y lo hacen parejito, a cualquier tarima que acuda el cliente encontrará irremediablemente los mismos precios.

Es decir que el intermediario se lo vende al público ganando el doble que el campesino y el transportista juntos, a pesar de que son ellos quienes producen los alimentos y los trasladan del campo, a veces incluso desde otras provincias.

¿Precios por oferta y demanda?

El problema es que para la mayoría de los cubanos resulta imposible beneficiarse de los precios de los mercados mayoristas.

Hoy no es la oferta de los productores ni la demanda de los consumidores lo que determina los precios de los alimentos agropecuarios sino la labor especulativa de los vendedores. ¿No es en esos casos cuando el Estado tendría que intervenir?

Por el funcionamiento de los agros no se puede culpar a la economía de mercado porque estos son apenas una caricatura que remarca el peor de sus rasgos: un tráfico de alimentos donde se explota por igual al que trabaja y al consumidor.

Es cierto que cualquiera puede comprar en “El Trigal”, que a nadie se le impide el acceso, pero es una verdad a medias, la única forma de llegar es en automóvil y allí hay que adquirir los productos al por mayor, por sacos y cajas.

El General Libertador Máximo Gómez decía que los cubanos se quedan cortos o se pasan. Hoy el Estado ejerce un férreo control sobre algunos aspectos de la economía a la vez que deja en manos del mercado los precios del transporte y los alimentos.

El péndulo no tiene por qué irse al otro extremo, en el mundo existen experiencias de Estados fuertes conduciendo con éxito economías bastante más complejas. Y en Cuba sobran economistas que conocen estos ejemplos.

El Estado pasa de estipular el peso exacto que debe tener un plato de espaguetis a dejar libres los precios de los artículos de primer necesidad.

La apertura de espacios al mercado es imprescindible pero también se necesitan reglas claras para la actividad comercial, que impidan la especulación y la usura, especialmente en todo lo que tenga que ver con la canasta básica de la población.

Podrían empezar por dar el ejemplo frenando en las tiendas estatales de divisas los constantes aumentos de precios en los alimentos de primera necesidad, subiéndole el valor a productos menos esenciales para la gente, como el ron, el tabaco o la cerveza.

Tampoco estaría mal intervenir de alguna forma en los mercados agropecuarios, para frenar la actividad especulativa, estableciendo precios justos para los productores, asequibles al bolsillo del consumidor y con ganancias razonables para los intermediarios.

En California han apostado por acercar los productores a la gente, recurren al sistema de ferias callejeras y se saltan las redes comerciales. Así se produce un acto mágico, los campesinos ganan más y los consumidores pagan menos.
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(*) Visita el blog de Fernando Ravsberg.

 

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