La estrategia del avestruz

Fernando Ravsberg

Tin can collecting can supplement an insufficient pension.

HAVANA TIMES, 5 mayo — Un amigo, funcionario del gobierno cubano, apenas me dirige la palabra después de leer el post “El tiempo, el implacable“. Pensé que era por las referencias que hice a los negocios sucios de la burocracia pero me equivocaba.

Lo que realmente le molestó, igual que a algunos otros cuadros políticos medios, fue la historia de la anciana recogedora de latas vacías. Es como si creyeran que basta matar al mensajero para que desaparezcan las malas noticias.

Una reacción similar se producía en los años 90 con la prostitución. Mientras miles de jineteras caminaban las calles tras los turistas, los discursos miraban hacia otro lado y la prensa las convirtió en uno de sus tantos tabúes.

El “país oficial” las ignoraba con soberbia y desprecio, responsabilizándolas por su propia miseria. El trovador Pedro Luis Ferrer fue mucho más justo al decir que la mayor culpa “es de nosotros que pretendimos negarlas”.

Eran los años 90, cuando ningún funcionario “conocía” la santería, el director del periódico de La Habana exigía que los gay no salieran de sus casas y no había drogas, racismo ni desigualdades. El socialismo era un paraíso bajo las estrellas.

Hoy podemos volver a mirar a otro lado cuando un anciano pase junto a nosotros arrastrando un saco cargado de latas y escribir artículos sobre lo bien que viven los abuelos pero la estrategia del avestruz no cambiará la realidad.

“Lo primero que debemos hacer para enmendar un error es reconocerlo conscientemente, en toda su dimensión”, explicó Raúl Castro en la apertura del Congreso del PCC y hay que aceptar que lleva toda la razón.

Y es muy injusto no reconocer la situación de quienes trabajaron durante toda su vida y depositaron dinero en las arcas del Estado con el fin de pasar una vejez tranquila para que al final le digan que su dinero vale casi nada.

De poco sirvieron los meritos laborales, las agotadoras zafras azucareras, los años enseñando en las escuelas, sanando en los hospitales, levantando casas o sembrando campos. Les explican que no se pueden repartir los recursos que no existen.

Los abuelos entonces continuaron trabajando, algunos maestros jubilados volvieron a las aulas y los que poseen automóvil propio se convirtieron en taxistas pero hay otros que no cuentan con tantos recursos intelectuales o materiales.

Las calles de Cuba se poblaron de ancianos vendedores de periódicos, de rositas de maíz o de maní. Otros recogen latas vacías, cartones y todo aquello que los almacenes de materias primas estén dispuestos a comprarles.

Sacan apenas unos centavos para sobrevivir pero tienen que hacer largas colas de madrugada en los kioscos de periódicos o recorrer hasta medianoche bares y cafeterías empujando un carrito cargado basura reciclable.

Aun así se les trata con mano dura. En la provincia de Las Tunas un jubilado, vendedor ambulante de jugos, fue multado con US$10 por usar “prendas u otros objetos que constituyan riesgo de contaminación para los alimentos” ¡Llevaba puesto su reloj!.

Los burócratas poseen la sensibilidad de una roca y, además de las multas, pretenden quitarles parte de sus ingresos obligándolos a pagar licencias e impuestos porque tienen la obligación de contribuir como todos los ciudadanos.

Alguien en este blog dijo que era justo cobrarles porque tienen ingresos similares a los de un médico o un militar. Quien viva en Cuba sabe que esa es una falsa verdad, los galenos reciben decenas de “regalos” de sus pacientes y los militares de las FAR.

Pero ¿por qué se pretende que estos ancianos paguen si a los médicos y a los militares no se les cobra? Y por último, la más importante de todas las razones: los jubilados ya trabajaron y contribuyeron suficientemente con la sociedad.

Y lo cierto es que si la sociedad no ha sido capaz de garantizarles el descanso que merecen, lo menos que podrían hacer es no dificultarles aún más la vida cuando buscan los recursos mínimos que necesitan para su subsistencia.

Mientras corta el pelo en plena calle, “Sagua” me asegura que no pagará licencia ni impuestos porque ya ha pagado bastante durante toda su vida. Su razonamiento parece justo, sobre todo tratándose de ancianos ya jubilados y dedicados a trabajos de tan bajos ingresos.

Otro funcionario intermedio me aseguró que no les agrada que sea un “extranjero” quien toque estos temas. La idea resulta extraña en un país donde al bajar del avión lo primero que un visitante lee es que “Patria es humanidad”.

Pero, más allá de cualquier prejuicio nacionalista, tiene algo de razón. Es la prensa nacional quien primero debería darle visibilidad a estos temas, ayudando a que a las autoridades hagan realidad el espíritu del artículo 48 de la Constitución.

Al paso que voy, me quedaré pronto sin amigos entre el funcionariado. Lamento que se ofendan pero mi trabajo es escribir sobre Cuba y eso incluye a los pobres y marginados porque ellos también son hijos de esta nación.

Publicado con la autorización de BBC Mundo.

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