¿Es posible que en Cuba los revolucionarios son conservadores?

Por Fernando Ravsberg 

(Photos: Raquel Pérez Díaz)

HAVANA TIMES — Durante las últimas semanas ha surgido el debate sobre la cuestión de “ser o no ser revolucionario”. Aparecieron algunas definiciones serias y otras que solo parecen buscar la descalificación de los jóvenes cubanos que piensan diferente, plantean críticas y proponen caminos.

Para algunos los revolucionarios no son rebeldes e inconformes que exploran nuevas sendas con el fin de hacer avanzar la sociedad sino los que dicen a todo que sí y aceptan como texto sagrado lo que expresaron hace más de un siglo los revolucionarios de entonces.

Se podrían escribir tratados teóricos, filosóficos y filológicos sobre el tema pero los asuntos que parecen más complejos tienen a veces una respuesta sencilla. En Cuba desde los años 60 se dijo que revolucionario es el que hace revolución.

Partiendo de esta premisa podríamos concluir sin mucho esfuerzo en que los revolucionarios no son los del discurso más radical, plagado de citas de Fidel, Marx y Lenin, sino aquellos que provocan cambios radicales, en las ciencias, en la sociedad o en la cultura.

Creer en los jóvenes es darles poder de decisión y confiar en que harán avanzar la sociedad.

Revolucionarios son los pedagogos finlandeses que obtienen excelentes resultados desarrollando un nuevo sistema educativo que promueve el juego y las relaciones interpersonales como parte del aprendizaje, acorta los horarios de clase y elimina las tareas en la casa (1).

Revolucionario es el Ingeniero Agrónomo Fernando Funes que desde una finquita de 8 hectáreas en las afueras de La Habana crea un sistema de producción eficiente, ecológico, autosostenible y con unos beneficios que convierten el trabajo del campo en una opción atractiva (2).

Revolucionarios son todos esos jóvenes que andan explorando estilos, formas y contenidos para crear un periodismo que informe, en vez de continuar haciendo una propaganda tan burda, tan falta de credibilidad que ya no le creen ni los que quieren creer.

Revolucionario es Silverio, quien creó un centro cultural en el que conviven armónicamente niños, gays, abuelos, rockeros y travestis (3). Y lo hizo en una provincia cuando en La Habana la prensa “revolucionaria” llamaba a expulsar los homosexuales del malecón (4).

El pastor Suarez fue recluido en la UMAP porque no calificaba como “revolucionario” de acuerdo a los cánones de aquella época.

Los revolucionarios nunca han sido mayoría en ninguna parte del mundo y Cuba no es una excepción. Fueron un puñado los mambises que se alzaron en la manigua y también eran unos pocos miles los guerrilleros del Ejército Rebelde y del clandestinaje.

En Cuba se desfiguró el significado de la palabra “revolucionario”, adjudicándosela a todo aquel que proclame verbalmente su apoyo al sistema socialista. Algunos incluso reciben un salario, viajes al extranjero, automóvil, gasolina, vacaciones en hoteles y otros privilegios por dedicarse a “defender la revolución” en Internet.

Se desfiguró tanto el concepto que la rebeldía, el pensamiento propio, la crítica, la franqueza a la hora de expresar las opiniones y el cuestionamiento a lo que “viene de arriba”,  dejaron de ser cualidades revolucionarias y se convirtieron en motivo de sospecha.

Los que hacían preguntas, los que no eran incondicionales, los religiosos, los gay, los rockeros, los intelectuales críticos o los que querían emigrar, dejaron de ser revolucionarios para convertirse en desafectos, débiles ideológicos, bitongos, escoria o diversionistas.

Así, el Pastor Raúl Suárez, el mismo que fue alcanzado por la metralla en Playa Girón cuando rescataba heridos, terminó preso en una Unidad Militar de Apoyo a la Producción (5), donde se recluían a todos los que no encajaban en el molde de “revolucionario”.

Apenas unos años después muchos de los más destacados intelectuales fueron confinados en sótanos de bibliotecas, en sus casas o tuvieron que abandonar el país porque su pensamiento libre o su libertad sexual no encajaban en los “parámetros” establecidos.

Por el contrario se consideraba “revolucionarios” a sus verdugos (6), a los que iniciaron una caza de brujas que hubiera acabado con lo mejor de la nación si no fuera porque gran parte de las víctimas eran tan patriotas que no estuvieron dispuestos a dejar Cuba.

Dicen que un pueblo que olvida su historia está condenado a repetir los errores. Hoy, como si no hubiera habido UMAP o Quinquenio Gris, algunos vuelven a utilizar el término “revolucionario” como medida para descalificar al que piensa o siente diferente.

Cuba no debería depender solo del cubano “revolucionario” pudiendo apoyarse en todos aquellos ciudadanos que estén dispuestos a defender y trabajar por la nación.

Paradójicamente, quienes acusan al resto de no ser revolucionarios son los más conservadores, los que aspiran a que todo siga como está. Ellos se autoproclaman “revolucionarios” pero tratan de impedir lo cambios, son una contradicción en sí mismos.

Debilitan a Cuba en un momento en el que necesitará de todas sus fuerzas para mantenerse viva en medio de un acercamiento a una de las mayores potencias culturales del mundo. Una aproximación que sería peligrosa incluso si EEUU tuviese las mejores intenciones.

Como nunca antes, la nación necesitará de todas sus fuerzas, de todos sus recursos, de todos sus talentos, de todas sus visiones, de todos sus ciudadanos. Son tiempos de volver a la estrategia martiana, apostando por una nación “con todos y para el bien de todos”.

Quienes utilizan el término “revolucionario” para dividir a los cubanos, quienes excluyen a los jóvenes más talentosos o los obligan a emigrar, quienes estigmatizan al que piensa diferente, quienes pretenden imponer “su” pensamiento único, quienes frenan los cambios que la ciudadanía aprobó en asambleas, son el mejor “Caballo de Troya” al que podrían aspirar los enemigos de la nación.

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