El reto de los cubanos no admite soluciones mágicas

Fernando Ravsberg*

Una bodega cubana. Foto: Raquel Pérez Díaz

HAVANA TIMES — “El gran error que cometimos en el terreno económico fue pensar que bastaba construir el socialismo para alcanzar el desarrollo”, me dijo uno de los más reputados economistas cubanos. Fue una conversación informal pero aquella idea se quedó dando vueltas en mi cabeza.

Encuentro que ese pensamiento sigue vivo en las dos posiciones que toman algunos cubanos respecto al futuro de la nación. Está en los que insisten en el socialismo como fórmula mágica y quienes creen que opción capitalista resolverá todos los problemas.

Unos siguen creyendo que, sin el Embargo, el socialismo será automáticamente viable. Del otro lado están los que aseguran que la propiedad privada es la clave del éxito. Es como si creyeran que un sistema u otro van a garantizar por sí solo el desarrollo futuro del país.

Lo cierto es que, en poco más de un siglo, ya han pasado por los dos sistemas y en ambos casos se ha fracasado. El capitalismo cubano creo grandes riquezas pero lo logró en base a una brutal desigualdad en la que enormes fortunas se amasaron en la miseria de los campos.

Nixon con Batista. Pocos países de América Latina eran tan dependientes de los EEUU como lo fueron los cubanos.

La inequidad era tal que el programa político enarbolado por Fidel Castro como bandera para sumar seguidores, “La historia me absolverá”, se centraba en demandar más justicia social, reclamando una mejor distribución de las riquezas de la nación.

El capitalismo en Cuba fue un fracaso en muchos aspectos. Basta leer el informe de la juventud universitaria católica de 1957 para comprender la desnutrición, analfabetismo, carencia de atención médica y las pésimas condiciones sanitarias en que vivían gran parte de los cubanos (1).

Los niveles de violencia fueron descomunales, tanto que un presidente de la República se vio en la necesidad de hacer un pacto con los pistoleros locales y otro mandatario se asoció a los mafiosos de los EEUU, los cuales hacían negocios dentro de Cuba con la más absoluta libertad.

El “sistema democrático” que se forjó en medio siglo de capitalismo fue caricaturesco. Apenas tuvo una década de funcionamiento normal contra 40 años de crisis institucionales, 3 décadas con la Enmienda Platt clavada en la constitución, invasiones extranjeras y varios golpes de estado (2).

La desigualdad entre los cubanos durante los primeros 50 años de República fue brutal.

Tampoco fue un ejemplo de soberanía nacional. La dependencia de los EEUU fue tal que uno de sus embajadores escribió al Departamento de Estado pidiendo cambiar de país. Decía que estaba agotado porque los políticos cubanos no hacían nada sin consultarle primero.

Los dirigentes revolucionarios creyeron que el socialismo les permitiría resolver muchos de estos problemas y convencieron a la mayoría de la gente de que ese era el camino hacia el desarrollo económico, en una sociedad más justa y respetando la soberanía nacional.

Logran una envidiable equidad social, respecto a su entorno regional y también a la Cuba prerrevolucionaria. La reforma agraria, la reforma urbana, la gratuidad de la salud y la educación e incluso la libreta de racionamiento garantizaron una distribución de las riquezas más justa.

Cuando se agotaron las existencias acumuladas, la URSS “homologó” el modelo caribeño y comenzó a financiarlo. Sin embargo, el efecto a largo plazo fue acostumbrar a los cubanos a depender de la cadena puerto-transporte-economía interna, es decir de las importaciones.

La crisis de los años 90 aterrizó a todos a la realidad de país subdesarrollado y sin recursos naturales.

La historia de los cubanos demuestra que las etiquetas políticas no garantizan un desarrollo con equidad.

Paradójicamente el país evitó el colapso gracias a las remesas de los emigrados y al turismo. Y hoy sobrevive gracias a la venta de servicios médicos y de otros profesionales.

50 años de brutal inequidad capitalista y otros 50 años de un socialismo incapaz de alcanzar la prosperidad económica deberían bastar para desconfiar de conjuros mágicos que lo curan todo con solo repetir ciertas palabras o algunas consignas políticas.

En lugar de eso la nación debería apoyarse en la gran diversidad de talentos que ha formado. Los intelectuales y los cubanos de a pie podrían aportar mucho si se abrieran mecanismos de participación realmente decisorios y no meramente consultivos.

El reto de la nación no se vence con una etiqueta sino con un modelo de desarrollo capaz de traer prosperidad económica dando igualdad de oportunidades a todos, sin perder la cobertura universal de salud, el acceso a la educación, sosteniendo la cultura y evitando el derrumbe del deporte.
—–

 (*) Visita la página de Fernando Ravsberg.

 

 

Articulos recientes:

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

15 años de prisión a la joven que transmitió las protestas

Se intenta suicidar en prisión Fray Pascual Claro Valladares al conocer su sentencia, de 10…

  • Cuba
  • Opinión
  • Segmentos

“Distorsiones” de moda en Cuba

Nada nuevo, pero resulta que la palabra se ha puesto de moda, y esta semana…

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

San Antonio de los Baños, donde el humor dio paso al dolor

Sin electricidad y sin acceso a la red de redes, así pasan los habitantes de…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.