Cuba y su mercado del reacomodo

Fernando Ravsberg

La Habana. Photo: Raquel Perez

HAVANA TIMES, 17 nov. — Hay que reconocer que, desde el punto de vista legal y social, la ley de la vivienda fue mucho más pensada y trabajada que la de los vehículos, de cuyas incongruencias constitucionales ya hablamos bastante en un post anterior.

Es bueno que así sea porque la situación de la vivienda repercute en la vida de muchas más personas. Los dueños de automóviles son una ínfima minoría mientras que el 84% de los cubanos son propietarios de sus casas y apartamentos.

Entre otras cosas la apertura traerá un poco de orden inmobiliario, al “blanquear” la compraventa se legalizarán cinco décadas de transacciones clandestinas y el dinero que se llevaban los funcionarios corruptos se convertirá en impuestos.

Contra todos los pronósticos, no se desató una furia ni nació un pujante mercado inmobiliario. La gente va con calma, es un terreno completamente nuevo y necesitan estudiar muy bien lo que harán porque casa, como madre, hay una sola.

Y eso es algo que continuará siendo así, la ley solo autoriza una residencia por persona, buscando impedir una acumulación de propiedades que podría ser catastrófica en un país donde ya existe un enorme déficit de viviendas.

La solución encontrada para los que emigran parece perseguir el mismo objetivo. No tienen derecho a conservar la casa pero pueden venderla antes de irse. De lo contrario se entrega de forma gratuita al familiar más cercano.

La idea viola las leyes del mercado, pero al fin y al cabo estas no han funcionado muy bien en países como España, donde la compra de millones de viviendas con fines especulativos disparó los precios a cotas inalcanzables para la mayoría.

En Cuba, más que un mercado inmobiliario está apareciendo un mercado del reacomodo. La mayoría de la gente busca un espacio habitacional acorde a sus necesidades o posibilidades, algo que las prohibiciones hacían casi imposible.

Los cubanos buscan del mercado un reacomodo habitacional. Foto: Raquel Pérez

Durante la crisis de los 90 conocí a una anciana con una fabulosa residencia en el centro de La Habana. No tenía ni para comer a pesar de que por su vivienda le hubieran dado dinero suficiente para pasar el resto de sus días sin estrecheces.

Incluso muchos pretenden seguir con la permuta y otros esperan encontrar la casa que buscan antes de sacar la suya al mercado, de lo contrario “no tendríamos donde vivir mientras tanto”, me dice una mujer que piensa vender su casa en el Municipio Playa.

Todo comenzó en el ‘59

Las paradojas empezaron en 1959 cuando los ricos se fueron “temporalmente” del país dejando sus residencias a cargo de la servidumbre. En lugar de desmoronarse, el gobierno revolucionario entregó títulos de propiedad al que encontró en la casa.

Los nuevos propietarios trajeron a los parientes del campo y aumentaron la capacidad habitacional de las casonas convirtiéndolas en solares. Pero muy pronto el número de residencias decomisadas dejaría de ser suficiente.

En los 70 se crean las microbrigadas y estas construyen cientos de miles de apartamentos en todo el país. Sin embargo, tampoco cubrió las necesidades de una población que se duplicó en 50 años y que sufre el paso constante de violentos huracanes.

Para empeorar las cosas, en el socialismo que regía en Cuba todo debía ser organizado estatalmente, así que el ciudadano tenía muy pocas posibilidades de construirse un hogar en base a sus propios recursos y esfuerzo.

Con el paso del tiempo la situación se agravó hasta llegar a un grado de deterioro tal que casi la mitad de las casas y apartamentos existentes se encuentran en mal estado y hay un déficit habitacional de 600 mil viviendas en todo el país.

Foto: Raquel Pérez

Buscando una solución de la crisis a largo plazo el gobierno tomó tres medidas claves: permitió la venta liberada de materiales de construcción, autorizó la edificación de viviendas por particulares y legaliza ahora la compraventa.

Los problemas siguen y seguirán pero en este tema el cubano de a pie comienza a ver la luz al final del túnel, como le ocurre a Marta Biscet, una asistenta del hogar, que empezó a construir su casa, algo que hasta hace poco era un sueño inalcanzable.

Ahora habrá que ver como el mercado ajusta los precios de la tasación estatal de las viviendas que oscilan entre US$200 y US$500, y la de los particulares que aparecen en internet vendiendo sus casas desde US$15 mil hasta US$1 millón.

El reacomodo provocará algunos daños colaterales a largo plazo. El mayor parece ser que las clases sociales se dividan por barrios, con el consecuente distanciamiento entre ricos y pobres, tal y como ocurre en el resto de América Latina.

Esto es algo que el mercado evidentemente no ha sido capaz de arreglar pero que tal vez podría paliar el Estado con una política impositiva diferenciada que permita equilibrar la balanza entre los repartos más exclusivos y las barriadas menos favorecidas.

Publicado con la autorización de BBC Mundo.

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