Una cubana en San Diego

Por Erasmo Calzadilla

Oliva Espín

HAVANA TIMES — En California conocí a la cubana Oliva Espín. Oliva emigró de Cuba en el año 61, temerosa del curso que estaba tomando el proceso. Conversamos fluidamente, como solo pueden hacerlo quienes comparten mucho en común.

Aproveché el rato que pasamos juntos para hacerle un burujón de preguntas sobre los primeros años de la Revolución. A continuación resumo algunas de sus respuestas.

HT: Cuéntame un poco de tu vida en Cuba antes del “accidente”.

OE: Nací en 1938, en Santiago de Cuba. Mi familia está emparentada con la de Vilma Espín; creo que su abuelo era primo hermano del mío, o algo así. En realidad nunca la conocí ni sabía que existía hasta que se hizo famosa. Si el apellido fuera más común creo que ni me hubiera enterado del parentesco.

Mi papá era Teniente de la Marina, pero cuando Batista ganó las elecciones, en 1940, echó a todos los oficiales que no le eran leales. Mi padre se quedó sin trabajo y nos mudamos a La Habana, en busca de oportunidades. Empezó una escuela en la Calzada de Reina que fue un total fracaso. Crecí con mucha dificultad económica en dos cuartos ubicados al fondo de la escuela.

El golpe de Estado de 1952 fue una fecha de luto y miedo para mi familia.  De niña iba a Santiago de vacaciones, a ver a los parientes y tener un poco más de espacio que en la escuela de mi papá, en La Habana. Yo era adolescente y no hice mucho durante los años 50, pero tenía consciencia del temor constante con que vivíamos. De hecho, andaba de visita en Santiago el día que asaltaron el Moncada.

HT: ¿Tienes algún recuerdo o vivencia especial relacionada con el asalto al cuartel?

OE: No mucho, excepto que todo el mundo hablaba susurrando; decían que había pasado más de lo que el gobierno aceptaba. Luego prendieron a Fidel, Raúl y al resto. Monseñor Pérez Serantes, el arzobispo de Santiago les sirvió como de “protector” y convenció al gobierno de Batista de que no los ejecutaran.

HT: ¿Luego participaste de la Revolución, de alguna manera?

Oliva firmando libros en 1997.

OE: Todo mi grupo de amigos y amigas estaba a favor de la Revolución y lleno de esperanza y entusiasmo; a varios de ellos los mató la policía batistiana.

La idea de justicia social nos parecía esencial porque estábamos muy conscientes de los graves problemas que existían. Los jóvenes siempre tienen ideales y creen en utopías; confiábamos en que los rebeldes acabarían con todos los males.

Luego del triunfo, impartí clases gratuitas a milicianas y mujeres del Ejecito Rebelde, con la intención de ayudar y contribuir al cambio social. Eran tiempos de ilusión y esperanzas.

HT: Cómo y cuándo comienzan tus desacuerdos con el rumbo que estaba tomando el proceso.

OE: Al principio, Fidel negaba ser comunista o marxista, y quien lo acusara de tal iba a parar a la cárcel; pero cada vez era más claro que por ahí andaba la cosa.

En 1961 yo daba clases en un colegio de niñas y todos los maestros teníamos que tomar cursos de capacitación sobre el mensaje de la Revolución. Yo no quería enseñar la doctrina comunista a niñas adolescentes, porque no creía en ella y temía a los desastres que podría provocar en el país. Muchos de mis amigos empezaron a desilusionarse también, pero no lo expresaban porque el desacuerdo era penalizado. La atmósfera volvió a ser de miedo, como en los tiempos de Batista.

Mi primera intención fue tratar de poner de mi parte y trabajar para evitar que el comunismo llegara. Luego acepté partir, durante un año más o menos, porque pensaba que el desvío era temporal. Si hubiera sabido que no regresaría tal vez no me hubiera ido; no sé. En 1961 me fui a España con mi mamá y en 1975 vine a USA de manera permanente, después de vivir en varios países de América Latina y en Canadá.

HT: ¿Qué idea tenías del comunismo? ¿A qué le temías tanto?

OE: En los países que tomaron el rumbo comunista la libertad estaba siendo pisoteada, en nombre de la igualdad, la justicia e incluso de sí misma. En tiempos de Batista teníamos miedo de crueldades y peligros físicos; con la Revolución, empezamos a tener miedo de expresar lo que pensábamos.

Todo el que hacía algo por el bien del proceso tenía que constreñirse dentro de parámetros dictados por el gobierno. Por ejemplo, las clases que impartíamos a mujeres milicianas no pudieron continuar; los dirigentes se opusieron a que tuvieran lugar en una institución que estaba fuera de su control.

Oliva en Francia

En otra ocasión, viajando en una guagua, fui atosigada por no vociferar que estaba de acuerdo con Fidel. En la Universidad, si manifestabas preferencia por los profesores que no eran de los fieles a la Revolución, te empezaban a acosar con preguntas y comentarios. Esos profesores, desde luego, fueron despedidos en cuanto la casa de altos estudios perdió su autonomía.

Incidentes de ese tipo anunciaban lo que venía en camino. Por otra parte, a personas conocidas que tenían negocios pequeños, como una bodega o una tintorería de barrio, se los intervinieron. A mi familia no le quitaron nada porque nada le quedaba. Mi papá ya había perdido su escuela y trabajaba de maestro en otros colegios.

HT: ¿Qué relación mantuviste con Cuba durante el exilio? Conozco algunos que cortaron todo vínculo con su país de origen y otros que siguieron muy conectados. ¿Cuál fue tu caso? ¿Alguna vez has tenido deseos de volver, a luchar por lo que crees?

OE: Yo nunca me he olvidado de Cuba. Cuando me preguntan de dónde soy siempre digo que soy cubana. Volví varias veces durante los 80 y la última vez en 2011, cincuenta años después de mi partida. Yo no he estado tan pendiente de la isla como los obsesionados de Miami, pero he tratado de mantenerme al día leyendo noticias serias, no a través de periodiquitos y algarabías mediáticas.

Durante mis estudios en la Universidad de la Florida participé junto a otros cubanos en la gestación de la revista “Nuevos Rumbos”. En ella publiqué un artículo sobre mujeres en Cuba, que me valió una visita del Cónsul cubano en Montreal (cuando trabajaba de profesora en esa ciudad). Unos años más tarde, siendo profesora en una universidad de Boston, organicé una conferencia sobre mujeres cubanas e invité a varias autoridades en el tema. A raíz de eso la radio de Miami me tildó de comunista y un grupo de gente vino a gritar, protestar y formar enredos. Desde su punto de vista yo era comunista por tratar el tema de las mujeres cubanas, y porque ninguno de los invitados dedicaba especial atención a las presas políticas.

HT: No puedo dejar de preguntarte: ¿Cómo evalúas la influencia de la Revolución en la vida de ellas?

Oliva en La Habana en 1952.

OE: Pregunta compleja y me pides brevedad. En realidad mi foco de atención ha sido “mujer y migración”. Lo que podría decirte se basa en impresiones y anécdotas.

Me duele profundamente ver a muchachas jóvenes prostituyéndose porque ganan más vendiéndose a turistas que en trabajos basados en su educación. Por otra parte, he observado que el peso del trabajo de la casa sigue recayendo sobre la mujer.

Gracias al proceso que comenzó en 1959 muchas han tenido más acceso a la educación y al trabajo. El gobierno ha incentivado la superación de las féminas; cierto, pero solo en la medida en que ello conviene a intereses políticos; la verdadera igualdad de los géneros no está en los planes. Hace décadas Fidel prometió una revolución dentro de la Revolución, otra promesa incumplida.

HT: Muchos dicen que la Revolución ha generado daños antropológicos; es decir, cambios profundos y dañinos en la cultura, los valores y la manera de pensar de la gente en Cuba. Tú, como psicóloga que ha rodado por el mundo, ¿qué opinas de esa idea?

OE: No tengo una opinión sólida al respecto, pero sí me parece que la gente en Cuba se ha vuelto más gritona y descortés. Para muchos, robar en su centro de trabajo es algo normal; así van resolviendo su vida de manera poco honesta. En el 2011 me afectó bastante ver a personas mendigando en la calle y a muchachas prostituyéndose en los hoteles. Cuando me fui, la Revolución había acabado con esos flagelos; no sabía que hubieran regresado.

Por otra parte, me conmueve la cultura poética, artística e histórica que tenemos en común; una manera de ver el mundo que no encuentro en USA, y que forma parte de mi esencia. Estar en Cuba me nutre de eso que no hallo, plenamente, ni siquiera en Miami. No sé si te parezca sentimental, pero es algo que a mí me hace falta.

Para cerrar la entrevista te digo: Hay una parte de mí que no ha dejado de añorar a Cuba, a pesar de tantos años lejos. Quisiera volver pero, tal como están las cosas, se me haría imposible vivir allá. No tanto por las privaciones materiales; es que no resistiría que me controlen cómo y qué tengo que pensar.

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