Si Haruki Murakami viviera en Venezuela

Caridad

Los ojos de Chávez.

HAVANA TIMES — Estoy de vacaciones y he decidido no salir de casa por un par de semanas. Como no creo que pueda viajar, teniendo en cuenta que el dinero no alcanza ni para comer, prefiero quedarme conmigo misma… y con mi gata, en mutuo silencio, a veces escuchando a Craig Prues o a Shinmaya Dunster. Descansando de un año en el que he pasado la mayor parte del tiempo, incluyendo los fines de semana, haciendo fotos para alguien a quien considero una mala persona, pero sin cuyo salario habría sido imposible sobrevivir el 2016.

Silencio.

Lo disfruto.

Me acuesto tarde, leyendo. Despierto a veces sobre las 10 de la mañana, 12  o  2 de la tarde. Saco una fruta de la nevera, le quito la cáscara y la meto en la licuadora; como el agua que sale de la pila deja grandes huellas de tierra, algas o vaya uno a saber qué es lo que contiene, saco el líquido del botellón que hemos comprado casi tan caro como lo que me costó mi cámara hace 4 años atrás.

Me tomo el jugo y luego sirvo la comida a mi gata blanca, que solo después de que creció he descubierto que las manchas grises que tiene en su pelaje blanco, tienen la forma de dos corazones a punto de unirse. Qué romántica mi gata.

Ha bajado mucho de peso, ya no come gatarina, le costó adaptarse a la comida cocinada. Mucha gente se volvió loca con el precio y la escasez de gatarina y le dieron de comer alimento para perros a sus gatos. Dicen que muchos murieron o enfermaron por ese asunto. Preví, no quería perder los dos corazones románticos de mi gata; así que primero con sardina frita la fui convenciendo de que comiera algo más que esas galletas de colores, minúsculas y grasientas que tanto le gustaban. Cada semana le preparo una cazuela de arroz, cabezas de sardinas, avena e hígado de pollo. A veces incluyo brócoli o remolacha o zanahorias. Pero la remolacha prefiere comérsela cruda.

No sé si me odie por el cambio de dieta, pero noto que luce más bonita, aunque más flaca.

Pongo a hacer café, hoy no hay pan. Hace mucho que conseguir pan es muy difícil…y caro. Solíamos comprar integral, de los que vienen en bolsas; pero ya no lo venden en cualquier sitio, aparecen, sobre todo, un par de marcas poco confiables y demasiado caras.

El pan habitual de la panadería es menos sano, pero de todos modos el gobierno le puso un tope a los precios y los dueños de las panaderías sacan pan dos o tres veces al día, la cola es inmensa, humillante; prefiero no comerlo.

La otra opción es arepa. Pero no tengo nada que ponerle dentro, y de todos modos viene bien ahorrar los dos paquetes de harina que tengo desde el año pasado, no sé cuándo podré conseguir otra vez.

Me queda un poco de sobra de arroz con calabaza y brócoli (el brócoli lo tenía en la nevera desde hace un par de meses, ya no es temporada y no se consiguen por ahora). Lo pongo a calentar.

Me río porque siempre he detestado comer “comidas” en el desayuno. Mi estómago prefería jugos, pan con mantequilla, bueno, en Cuba no tenía mantequilla, pero igual nunca he sido amante de huevos o jamonada para el desayuno. Ahora es distinto. Tengo que agradecer que, al menos, haya quedado arroz de la noche anterior. Tengo que agradecer que todavía tenga arroz. A veces he probado hacer arepa con yuca, las pongo a freír y son de lo más ricas.

Es bueno despertar alrededor de mediodía, así no tengo que comer tanto.

Sobre las 6 de la tarde pongo a cocinar yuca. Tengo algunas zanahorias y habichuelas. Será un banquete, aunque a decir verdad si me quedo despierta hasta tarde vuelve a entrarme hambre.

Mi salario diario es de menos de 2.000 bolívares. Una empanada, la comida más barata y poco saludable, que cuando llegué a Venezuela costaba 2 bolívares, hoy está costando 1000. Se me acabaron los desayunos en la calle, ni siquiera de vez en cuando.

Salgo a comprar un cartón de huevos. Regreso asustada. Ahora cuesta 8.000 bolívares. Era mejor no salir a la calle, quedarme tranquila en casa para no gastar demasiadas energías. Es un chiste que me digo, la próxima semana comienzo a trabajar y no por ello ganaré más dinero, pero con la misma dieta tendré que levantarme más temprano y gastar más energías, haciendo fotos a una mala persona.

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