Mi primer viaje

Caridad

Nunca había volado fuera de la isla, al menos físicamente. Este primer viaje me ha tomado por sorpresa. Apenas tuve tiempo de ver a todos los amigos ni a toda la familia; esa es la parte mala. Y tampoco me hace mucha gracia que serán varios meses sin verlos.

Pero no me quejo, porque miles de cubanos desearían estar en mi lugar.

Conocer otro mundo: eso es salir de la isla.

Venezuela es un país enorme. Y tal parece que todo aquí se guía por el tamaño del país. Si me asomo al balcón del edificio donde vivo puedo ver enormes construcciones rodeándome, enormes montañas rodeándome, una enorme avenida que no puedo definir dónde comienza ni termina. El ruido también es enorme, es como un mar nocturno, embravecido, pero salpicado de sirenas, cláxones, disparos.

Disparos.

La primera noche fueron varios muy cerca de mi edificio, y desde entonces no han cesado.

Es todo como una película de esas que solemos ver cuando soñamos, estamos ahí, podemos hasta ser un personaje, pero en realidad no estamos.

Es lo único que he sentido incluso antes de llegar: no soy yo, no estoy. Creo que mi alma se quedó allá en Cuba, acariciando a mi perra amarilla o abrazando a mis amigos y mis padres.

Debe ser así, por eso no me he dejado atrapar por el miedo que se supone me acompañe en esta ciudad donde ser cubana puede ser una bendición o todo lo contrario, donde te pueden meter una balita por el equivalente de unos dólares.

En mi pequeño pueblito de Cojímar apenas se escucha pasar un auto, ni qué decir de sirenas…y disparos….

Pero hay muchas cosas positivas que he encontrado en estos tres primeros días en Caracas. De esas hablaré más adelante, porque lo merecen.