El bote regresa
Jorge Milanes

Para llegar a la escuela necesitamos cruzar el puente que une a Cojímar con Alamar, dos pueblos divididos por un río.
Siempre que podemos, mi amiga y yo vamos a la universidad municipal, que queda en Alamar, caminando, pues así disfrutamos de la belleza del paisaje, la ensenada y los pelícanos que sin dejar de volar le arrebatan los peces al mar, los botes, los pescadores y el coqueteo de las olas con la arena.
Hemos llegado al puente y mi amiga se sorprende:
-Mira, el bote está trabajando.
-Sí, qué raro, desde que era jovencito, cuando construyeron el puente, no lo veía. Parece que sucedió algo -le contesté mientras nos acercábamos.
-Es que lo levantaron para repararlo -nos responde una señora que viene en sentido contrario, tapándose del exceso de sol con un pedazo de cartón.
-Entonces, ¿hay que cruzar en el bote? -pregunta mi amiga, todavía no muy segura de lo que pueda volver a sentir si cruza el río en bote.
-Sí, mi vida, no tengas miedo, vas con un caballero y para montar tendrás dos más -le responde la amable señora.
-No, no es que tenga miedo, es que estoy emocionada, porque mi padre fue botero antes de que construyeran el puente hace mucho tiempo, y solía pasearme en las tardes con mi hermano. Tengo los recuerdos más gratos de mi niñez.
-Bueno, pues recordarás parte de tu niñez. ¡Que lo disfruten! -nos dice la señora ya en retirada.
-¿El último para el bote? pregunto a los allí presentes que, también emocionados, comentan de la buena idea de poner a funcionar el bote mientras se repara el puente. Porque en los primeros días de reparación han tenido que esperar la guagua como una hora, y en ocasiones ni pasa.
-¿El último para el bote, por favor? -vuelvo a preguntar.
-Disculpen, soy yo – nos contesta alguien.