Ni pasto para la vaca doméstica

Yenisel Rodriguez

Foto por Angel Yu

Iriel, un campesino holguinero, no encuentra donde pastar a sus dos vaquitas, Pinta y Linda. Ellas le aseguran el autoconsumo de leche a su familia en tiempos donde un kilogramo de leche en polvo puede llegar a costar hasta 60 pesos.

Hasta hace algún tiempo Pinta y Linda se alimentaban en los pastos de la cooperativa pecuaria donde trabaja nuestro campesino. Las llevaba allá sin pensar que pudieran afectar el patrimonio de la institución campesina. Con grandes extensiones de tierras dedicadas al pastoreo y poco más de doscientas cabezas de ganado, en la cooperativa holguinera hierba es lo que se sobra.

No obstante, una buena mañana el administrador comunicaba una paradójica resolución dictada por la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños: Se les prohíbe terminantemente a los trabajadores pastorear a sus vacas en las áreas de “su cooperativa.”

Y esto no es lo peor. La cuestión es que a más de 15 kilómetros a la redonda no existen campos en los que Iriel pueda alimentar a su ganado doméstico.

Muchos cooperativistas sospechan que la resolución es un pretexto para obligarlos a entregar sus animales al Estado.

En esta zona de Holguín, como en todas aquellas donde de alguna manera la gente se puede hacer de una vaca lechera, la leche llega a convertirse en un alimento básico de la dieta familiar.

Más allá, sólo los que disfrutan de cierta solvencia económica pueden asegurarse la convivencia cotidiana con el vasito de leche. Para el resto de las familias cubanas tomar leche es un lujo que solo pueden permitirse en circunstancias muy bien justificadas.

Por eso me causaba tanta risa la pena que causaba en la esposa de Iriel ofrecerme un vaso de café al llegar a su casa:

“Mijito, tómate este vasito de café con leche que no tenemos más nada que darte.!

Al instante todos en la casa se reían a carcajadas mientras yo les explicaba que para un habanero asalariado tal invitación superaba a la más exigente de las expectativas gastronómicas.

Cuánta socialización puede ofrecernos el agasajo hogareño, el aperitivo fraternal. Pero en eso llegó el Estado total manejando su opresor cuatrimotor.

Lo que a mí me sugirió autogestión y autosuficiencia, ha sido considerado por los controladores estatales como privilegio y acaparamiento. No se conforman con haber dejado en el olvido la promesa de entregar la propiedad de las cooperativas a sus trabajadores, sino que además ahora sabotean las estrategias de sobrevivencia que esos mismos trabajadores han tenido que construir contra viento y marea para poder mantener en pie el mundo de vida rural.

“Aquí todos somos propiedad de los de arriba.” me decía Iriel mientras me señalaba el camino de regreso a la ciudad más cercana.

Mientras caminaba de regreso mi vista se perdió en los extensos campos de la cooperativa pecuaria. El ganado que pastaba en ellos parecía, desde lo lejos, un pequeño lunar movedizo que interrumpía el tupido verde de la llanura.

Entonces confirmé el temor de los campesinos. La resolución no es más que una estrategia de monopolización de la leche que se produce en el país. Al Estado cubano el autoconsumo de leche se le antoja disidencia.

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