De tener la razón a tener la atención

Yenisel Rodriguez

HAVANA TIMES, 25 ene — Tener la razón no es siempre garantía de victoria en los debates. Exige también un dominio de las formas del decir, cierto magisterio retórico.

Fuerza, sugestión y belleza, son ingredientes básicos de la palabra que se hace escuchar.

La palabra se hace fuerte por un ejercicio de violencia corporal, de tonos, gestos y sonidos generadores de temor en el escuchador.

La aceptación de la palabra por acción de la violencia, poco tiene que ver con los valores éticos de la misma, se acepta como mecanismo de defensa ante la barbarie corporal de la palabra hablada.

Grito, manoseo y escupida son formas violentas de la palabra que aseguran ser tenido en cuenta en la polémica.

Sugestionar es el acto de convencer desde la pedagogía de la lógica y el didactismo. Es la dimensión analítica y fundamentada de la palabra. Coherente en sus despegues y aterrizajes argumentativos.

Al dominar el diccionario de las precisiones, nos regocija con la odisea temática de las verdades corroboradas. La sugestión asegura victoria al despertar o afirmar el deseo del otro de participar de la razón esclarecida y demostrada.

Es la atracción pasional por la sistematicidad discursiva.

La belleza de la palabra genera la atracción irracional por las efímeras vivencias de la felicidad.

Es anunciación vivencial del favorecimiento de cohabitar con los que “tienen” la razón.

Enamora de forma actual e instantánea, por eso sólo puede ser amada u odiada en el momento mismo en que se arroja ante nuestro entendimiento crítico.

La belleza de la palabra convence por acción directa de la certidumbre que ofrece la placidez de las verdades gremiales.

Tener la razón, relativa, contextual y partidista, debiera ser suficiente. Cuando no lo es, es porque algo sucede con las relaciones de poder. Sucede que existe una opresión de uno sobre otros, de unas ideas sobre otras.

Una opresión de la verdad carente de fuerza, de sugestión y de belleza a mano de aquellas ideas fuertes, sugestivas y bellas no sustentadas necesariamente en verdades relativas, contextuales y partidistas.

Todo debate polémico resuelto con el protagonismo hegemónico de las buenas formas del decir no asegura de por sí un espacio autentico de libertad social. Puede que se logren altos grados de libertad, pero nunca será un espacio de “todos y con todos”.

La libertad social es vivencialidad digna y horizontal del ser expresado en su diversidad identitaria libertaria. Un poder hacer libre de un poder sobre. Poder hacerse escuchar el contenido más allá del poder sobre-escuchado de las formas perversamente eficaces.

Así será el verdadero consenso.

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