De fachadas y estatus en Cuba

Yenisel Rodríguez Pérez

HAVANA TIMES, 13 mar — La fachada de una casa también sirve para conocer el estatus económico y social de las personas que habitan en ella. No es cuestión de leyes ni cálculos fríos.

Disímiles son las motivaciones que llevan a elegir un estilo en concreto, pero siempre se expresa en éste el prestigio y la competitividad entre vecinos.

Al contrapuntear estilos y estatus no pretendemos más que conocer como construye su imagen pública la familia cubana. Principalmente su imagen económica  y comunitaria.

Están aquellas casas color “mamoncillo.” Color que se engalana con la convivencia de los nuevos adinerados. La élite ilustrada los considera una clase media “sin cultura.” Pero cultura tienen. Cultura popular.

Una forma de ser que no facilita el encumbramiento letrado que toda clase media que se respete debe obtener: acceder a los títulos nobiliarios que monopoliza la élite ilustrada.

Y ya que hablamos de élite ilustrada, digamos que estos habitan tonalidades “culturosas.” Era de esperar. Sus colores se distancian intencionalmente del incandescente “mamoncillo” que ha puesto de moda la chusma engrandecida. Sus colores pasteles danzan en combinaciones sobrias y bien ensayadas.

Los utilitaristas, obreros con cierta economía, bañan en lechada las paredes y techos que lograron construir poco a poco.  Para ellos la riqueza es algo inaccesible.

El éxito económico que han alcanzado es resultado de la apropiación de medios constructivos estatales. “Recuperación,” prefieren decir algunos. En ellos el emprendimiento aspira a un confort básico y duradero.

A modo de colofón de jerárquicas y prestigiosas metáforas hace su entrada la siempre protagonista mayoría (bello eufemismo).

¿Cuáles son sus colores y sus estéticas? Sí, cuales; porque nadie duda de que existan.  Los colores de la mayor parte del pueblo trabajador habitan más allá de sus fachadas.

Por eso en ellas el color permanece en suspenso. Como quien espera conquistar el horizonte. Horizontes prestigiosos. Pero el suspenso es relativo.

Si miramos con ojos de quien quiere ver, descubriremos colores y matices en las fachadas del pueblo trabajador más allá del suspenso de sus tonos.

Tras fachadas descubrimos los colores desgastados de antaño. Añejos tonos confundidos con el repello carcomido y la humedad.

Esto hace que el suspenso también logre ser un color. En colores de ladrillo y cemento, de maderas marchitadas y aceros desvencijados la dignidad impide que el estatus poco prestigiosos socave la vida cotidiana.

Por eso la estética de dichas fachadas reside en el digno suspenso donde toma vida la bella desnudez.

 

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