Cultura del trabajo e ilegalidad

Yenisel Rodriguez

Vendor of snacks. Foto: Caridad

Existen trabajos que han quedado fuera de la política de legalización que el Estado cubano implementa.  Muchos de estos trabajos están relacionados con la producción de alimentos, y dentro de ellos la mayoría requieren de materias primas que no se pueden adquirir en el mercado interno cubano.

Esta situación no sólo imposibilita que el productor no pueda acceder a la materia prima indispensable por vía legal, sino que tampoco puede usar el argumento de su existencia en el mercado oficial para camuflajear la compra que hace de ella en el mercado negro.

En esta situación se encuentra el productor de refresco gaseado.  Esta bebida es de gran demanda en el país, como en gran parte del mundo.  En Cuba existe una variedad artesanal que se vende en el mercado negro y cuesta menos de la tercera parte del refresco industrial que se vende en el mercado en divisas a 1.50 CUC.

La tecnología de refresco gaseado artesanal es sumamente ingeniosa.  Esta se sostiene por una red de colaboración socioeconómica eficiente y muy adaptativa.  Un refresquero (productor de refresco) necesita para montar su minindustria: un tanque metálico hermetizado, un sistema de refrigeración o hielera y una centrifuga o burro para revolver la mezcla.

Los tanques, que se usan para preparar la mezcla, son toneles de cerveza que los trabajadores de la fábrica de refrescos y bebidas de Ciudad de La Habana venden a un valor promedio de 600 pesos.  Para que estos tanques puedan producir refresco, necesitan la intervención de un metalúrgico.  Éste le ensambla el reloj de presión, las válvulas de seguridad y las llaves.

Luego, si el productor posee suficiente capital, se contrata a un técnico en refrigerado para que le instale un serpentín refrigerante.  De lo contrario él productor deberá habilitar un equipo de refrigeración para hacer hielo o compáraselo a hieleros clandestinos o estatales.  Aunque también están los que les compran hielo a vecinos del barrio.  La centrífuga y los burros son hechos por herreros.  Ambos accesorios permiten acelerar la reacción química que gasea al refresco.

Cuando compramos un refresco gaseado en el barrio, estamos insertándonos en una cadena socioproductiva donde entran todas estas personas y profesiones.  Nuestros diez pesos permiten que se reproduzca una estructura laboral y comercial extremadamente compleja, pero de una autosuficiencia tal, que garantiza que en un solo barrio se consuma diariamente más de mil pomos de refresco de un litro y medio de capacidad.

El refresquero, al quedarse fuera de los límites de la legalidad vigente, ve limitarse aún más la potencialidad económica de su trabajo.  Su cultura del trabajo se mantendrá deformada, sobre todo en su aspecto ético, un componente básico de la satisfacción laboral.

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