Un nuevo consumidor en la libreta/familia

Yanelys Núñez Leyva

Dieguito

HAVANA TIMES— Como corresponde ante el nacimiento de un nuevo ciudadano cubano, hago el registro de mi sobrino en la Oficoda, oficina que regulará los productos normados que le corresponderán en lo adelante. Como consumidor recibirá mensualmente arroz, frijoles, aceite, pollo, leche en polvo hasta los 7 años, compota -por ser nene-, azúcar blanca y turbinada, espaguetis y sal, de vez en cuando.

Mi hermana ha tenido un bebé y no dejo de pensar en su futuro. La amable señora de la oficoda realiza un acta con todos los datos pertinentes y, al final, le desea un crecimiento saludable al nuevo miembro del núcleo familiar. Es bueno acotar que el trámite burocrático fue rápido y sin mucho papeleo.

Miro sus manitas pequeñitas de niño nacido antes de temporada, de niño de solo 6 libras. Miro su boquita cuando trata de aprender a mamar y pienso que mi decisión de no tener hijos se resquebraja.

Es el primer nieto de una señora de rodillas gastadas, trasquiladora de computadoras, pero feliz tras haber alcanzado con este nacimiento, un poco de esperanza.

Y es que ante un posible alumbramiento, cuando es deseado -o no-, la familia se renueva. Allí están las tatarabuelas tejiendo, dilucidando el sexo del feto para comprar medias azules o rosadas, asegurando la canastilla, imaginando las primeras noches en vela.

En este post se agolpan muchas ideas, pienso en lo bien que me siento de ser parte de este momento, de tener a este bebé tan cerca, que lo siento mío, pero a la vez un temor aflora.

¿Tener un hijo en Cuba, en este planeta?

¿Qué me movería a hacerlo? ¿Qué nos mueve?

Pienso en Milán Kundera y en la teoría que uno de sus personajes desarrolla sobre el por qué no tener hijos.

Pienso en mis conversaciones con un buen amigo que, tan claro como yo, hace ya un tiempo tenía la idea de no tener descendencia, y pasábamos horas sumando las contradicciones de dar ese paso.

Pienso en la postura egoísta que encierra el no cooperar en el poblamiento del mundo. En cortar de un tajo un apellido.

Pienso en un niño perdido en un parque con dinosaurios.-Quizás porque mientras escribo veo una de las partes del filme Parque Jurásico -.

Pienso en el Pico del Petróleo. En los huérfanos. En mi intermitente fe.

Vuelve una y otra vez a mi cabeza el registro de mi sobrino como nuevo consumidor. Una palabra simpática, consumidor, gastada por el uso, pero ¿consumidor de qué?

Pienso si aún soy inmadura como me dirán algunos al leer este post.

Pero en lo que más pienso es en la vergüenza de no tener, ahora mismo, un país mejor para Dieguito.

 

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