Acostumbrándome al Wi-fi en La Habana

Yanelys Núñez Leyva

Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Desde que comenzaron los problemas provocados por mi participación en el Museo de la Disidencia en Cuba, no he podido volver a conectarme en la Internet en mi ex-centro de trabajo, la revista Revolución y Cultura.

Aunque era onerosamente lenta y parsimoniosa, me permitía naufragar diariamente.

En las nuevas circunstancias, oficialmente desempleada de una institución estatal, debo acceder al punto Wi-Fi más cercano de mi casa: a unas siete u ocho cuadras tengo al del parque Fe del Valle.

Y como esto ocurre desde hace ya unas semanas, me gustaría describirle mi rutina.

Es media tarde, y hay un sol asqueroso, pero no espero a que oscurezca, porque tengo miedo a algún posible robo. Temores quizás no infundados, pero igual los tengo.

Llego al parque y merodeo solo un momento por la zona, para darme cuenta que como de costumbre todos los bancos con sombra están ocupados. Y pienso que la gente en Cuba nunca termina sus ocho horas laborales o que existen demasiados desempleados como yo. Maldigo.

Cruzo al frente, a la megatienda Trasval, donde ahora mismo sus estanterías están un poco vacías, pero igual las personas siguen frecuentándola, como cuando nació, hace unos pocos años, y aún se tenía la esperanza de que la escalera mecánica funcionara.

Trato de colocarme un tanto alejada de mis colegas cibernautas y saco el portátil. La funda la coloco en el quicio para hacer más cómodo mi asiento. La gente camina rápidamente por la acera y por el soportal, yo estoy en el medio, esquivo un poco los pasos, pero tranquilamente, debo abstraerme del mundo si quiero conseguir lo que estoy buscando.

Me conecto sin problemas, es súper ágil, nunca había visto algo parecido. Los videos de YouTube se reproducen luego de unos pocos segundos. La piel se me pone de gallina.

Propuesta de mobiliario urbano para zonas Wi-Fi en La Habana del artista Luis Manuel Otero. Intervención pública en la calle Tejadillo, marzo de 2016. Foto: Yanelys Núñez.

Cuatro años soñando con este momento, poder ver un video online. Debo dejar de pensar en esas cosas. El tiempo. Solo tengo una hora, no puedo permitirme gastar 3 CUC más.

Lo primero que hago es abrir el mail, y leer corriendo todas las molestas notificaciones de Facebook entre las que se mezclan informaciones de otros sitios a los que estoy suscripta, correos personales y de trabajo, invitaciones a exposiciones, etc.

Debo discriminar, descargo los que me interesan para luego leerlos en casa.

A los quince minutos debo tratar de mover un poco los pies, ya los tengo acalambrados, pero no puedo estirarlos, pues la gente en su derecho, está transitando.

No puedo detenerme mucho en los calambres. Chequeo el tiempo en la página de inicio del Nauta y me doy cuenta de que ha pasado demasiado, me parece que las horas de estas tarjetas son más cortas que las del horario corriente. ¿Otro invento de Etecsa? No lo dudo.

Vuelvo al correo, doy copiar y pegar a todos los borradores que había hecho anteriormente y que se encuentran en el escritorio de la computadora; los envío a cada destinatario. Una nueva estrategia para ahorrar tiempo y dinero. Otra vez el tiempo.

Me desconecto. Trato de recordar los sitios que quería visitar. Imposible. Era uno relacionado con residencias en el exterior. Ni para alante, ni para atrás.

Propuesta de mobiliario urbano para zonas Wi-Fi en La Habana del artista Luis Manuel Otero. Intervención pública en la calle Tejadillo, marzo de 2016. Foto: Yanelys Núñez.

Estoy sudando un poco y el resplandor no me deja ver bien la pantalla. Pasan los almendrones, me llenan de humo. Y yo que había acabado de darme una ducha. No pasa nada. Debo concentrarme. ¿Cuál era la página?

Desisto. Vuelvo a conectarme y reviso Facebook. Busco los últimos links que la gente comparte. Los últimos chismes del arte cubano. Nada nuevo. Cero chateadera. No is possible.

Descargo artículos relacionados con arte, noticias nacionales e internacionales. Estoy a gusto. Me voy un tanto actualizada. Me digo para no sentir pena de mí misma.

Es el fin. Solo quedan unos minutos. Igual ya me duele la espalda, el cuello, los ojos, el trasero. Todo.

Me marcho. Sonriente. Solo pienso en este diario. En lo bien que me sentiré cuando lo escriba.

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