Ser libre en Cuba

Verónica Vega

Foto: Catherine van Hooff

HAVANA TIMES — Lamento que por mi accidentado acceso a Internet lea tardíamente los comentarios a HT, incluyendo a artículos míos.

Las demarcaciones del tiempo son simbólicas, pero un nuevo año es siempre una oportunidad de saldar deudas. Así que quiero agradecer a los lectores que comentaron en el post  Sobre la libertad, pedir disculpas por una reacción tan retrasada, y responder algunas interrogantes.

Al colega Luis Rondón Paz, que me preguntaba:

– ¿Se puede llamar libertad a la enajenación social y un estilo de vida finito, con barreras psicológicas, políticas y sociales establecidas por el estigma y legitimadas por las coyunturas estatales?

– ¿A vivir en una sociedad donde el ser humano importa siempre y cuando se adapte al patrón hegemónico blanco heterosexual, conservador?

– ¿Se puede ser libre en un sistema donde al ser humano se le impide de forma directa o subliminal el derecho a la felicidad y calidad de vida por medio de la privación del desarrollo de sus deseos necesidades y motivaciones?

– ¿Se puede llamar libre a una persona que ha trabajado toda su vida para comer, sin oportunidad de ver una variante a su desarrollo como ser social?

– ¿Consideras libertad aquello donde siempre están pendiente de controlar tu privacidad?

Me gustaría comenzar citando a un amigo que entrevisté hace tiempo en HT: “La libertad empieza por uno mismo”.

Las sociedades demoran en organizarse y establecer el concepto más justo de justicia no es una guerra que se gana, sino que se mantiene, porque los valores sociales deben imitar a la naturaleza lo más posible, y evolucionar. Pero cada quien, guiado por su propio sentido de la justicia, puede defender derechos que aún no están legislados.

Los individuos con conciencia civil son de hecho quienes sientan las bases de esas guerras que propugnan el desarrollo de la civilización humana.

Por ejemplo, he sabido que ya en las escuelas, al menos de La Habana, los estudiantes varones pueden llevar el pelo largo, como límite a la altura de los hombros, me aseguró una maestra de sexto grado. Una estudiante de décimo afirmó que cada centro escolar puede hacer modificaciones al reglamento, según acuerdos internos. Esta batalla que hace solo dos años parecía perdida de antemano, demuestra que el sentido común se impone al final.

A través de la historia siempre ha habido quienes viven guiados por su propio sentido de la verdad, desafiando barreras aparentemente infranqueables. Sin embargo, estoy de acuerdo en que, como dijo un amigo poeta, “la libertad es un concepto relativísimo”.

Ante la cámara, un francés que hacía un documental sobre Cuba comentó que en entrevistas que le hicieron en Miami, la gente no lo creía cuando aseguraba haberse sentido libre en Cuba. Debo aclarar que este poeta fue fundador y coordinador de un proyecto que generó un Festival de Poesía, vivía en un taller de la Casa de Cultura que estaba siempre abierto a la creación y a los artistas, con el grupo OMNIZONAFRANCA protagonizó performances que sacudían la desidia ciudadana y logró dialogar con la misma institución que controla y paraliza el movimiento de arte alternativo, consiguiendo su apoyo por toda una década.

Lo relativo de la libertad se demuestra en forma contundente con la vida de Nelson Mandela. El líder sudafricano confesó que la experiencia en la cárcel lo había librado de una cárcel aún peor: el odio. No importa cuánto se pueda defender la causa de los injustos si el luchador está atrapado en sentimientos de venganza. Es una destrucción a la inversa que si acaso conseguirá logros externos y parciales. Toda conquista por un bien debe aspirar a la sanación y a la integración. Solo así los beneficiados serán muchos: seremos todos.

Francisco de Asís, Henry David Thoreau, Gandhi, Tolstoi, el propio Martí y tantos artistas, pensadores, filósofos, atisbaron fallas en el orden social y se rebelaron erigiendo sus vidas en correspondencia con su propia concepción de la justicia.

Con todas las objeciones que yo misma tengo contra el sistema socio-político en que, (no por elección directa, pero sí por cooperación tácita), los cubanos estamos insertados, he visto que siempre es posible hacer algo bueno. Incluso si solo se remueven los cimientos de un muro para que vaya cayendo con el tiempo. Los mínimos cambios y libertades que se han ido introduciendo en Cuba no han sido gratuitos, son el resultado del esfuerzo visible de unos pocos, y la resistencia invisible de otros tantos.

Por otro lado, en las sociedades más desarrolladas el individuo es enredado en la maquinaria del consumo, de la publicidad, de los servicios públicos, de las normas y, a veces, hasta de ciertos prejuicios. El individualismo exacerbado que resulta de ese modelo socioeconómico es igualmente indicio de disfuncionalidad, del fracaso por construir un orden de cosas donde florezcan (no se impongan) los valores que hacen realmente humana y superior a nuestra especie.

En cuanto a la felicidad, por más que se haya estandarizado con patrones económicos, la determinan inclinaciones y necesidades muy subjetivas. Los índices de suicidio en países del primer mundo delatan lo errado de ese enfoque.

Otro amigo poeta decía, muy radicalmente: “El hombre solo es libre de escoger su esclavitud”. Analizando a fondo, vemos cómo nos movemos entre límites dictados por nuestros propios deseos y apegos. Hasta la libertad de experimentar múltiples formas de placer se convierte a menudo en dependencia, que es lo opuesto a ser libre.

La misma tendencia a estandarizar hace que al dialogar con amigos y conocidos, que han emigrado o están por emigrar, se resistan a creer que soy feliz. Y no porque estoy en Cuba, sino en mi proyecto personal de vida, que hubiera desplegado (con las libertades y restricciones que fueren) en cualquier lugar.

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