Mi posición política

Verónica Vega

Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES — Siempre he pensado que las cosas más simples son las más difíciles de explicar. Justo porque uno siente que no precisan explicarse: son congénitas, como el acto de respirar.

Así ha sido con los posicionamientos políticos. Nunca pensé que debía elegir una etiqueta antes de que me la pusieran otros.

Cuando supe que las palabras que nombran hemisferios opuestos del cuerpo y las divisiones virtuales que hacemos del espacio para orientarnos (derecha, centro, izquierda), denominaban también tendencias políticas, no creí que estaba obligada a saltar y ubicarme en una de ellas.

No tengo nada contra los que se autodefinen políticamente, pero para mí, es como si me forzaran a elegir un solo lado de la existencia.

Desde que tengo conciencia he rechazado la injusticia, y ese instinto natural constituye la base de lo que llamaría accionar político.

Veo al hombre como un ser esencialmente espiritual, y al mundo como el escenario de su evolución de conciencia. El resto: las comunidades, los sistemas de gobierno, las clases sociales, la acumulación de información y la eterna confrontación de las percepciones subjetivas, son parte del aprendizaje en esa evolución donde la meta, consciente o no, es la autorrealización. Todo lo demás son sucesiones sobre sucesiones de espejismos.

Entiendo que las definiciones intentan organizar la experiencia y el conocimiento heredados, así como facilitar el intercambio de enfoques. Pero cuando esas categorizaciones se convierten en un límite, en una trampa y en una cárcel, quizás es el momento de derrumbar los caminos asfaltados y volver a pisar el pasto amplio y libre.

De todas las figuras políticas que conozco, la que más me ha impactado ha sido Mahatma Gandhi. Veo en su ejemplo lo único que podría salvar física y moralmente no sólo la convulsa “civilización” sino a la especie humana: la lucha no violenta y el satyagraha, es decir, la práctica de la verdad. Si tengo que elegir una tendencia política sería esa, al menos como aspiración.

Gandhi señalaba que: “nos oponemos a la intoxicación de poder, a la aplicación ciega de la ley, no a las autoridades en sí. No se debe perder de vista esta distinción”. Para él, la verdadera lucha reside en lo interno de cada ser humano, entre el ego y la conciencia. Sólo cuando la segunda vence al primero es posible que las personas extiendan esa conquista a la sociedad. Entonces se puede pensar que “gobierno y población constituyen una familia”, y la confrontación es siempre en función de un bien colectivo pero nunca realmente personal.

No conozco a nadie que represente eso ahora mismo, no en Cuba, ni siquiera en el mundo, y mucho menos yo misma, pero reconozco que es la visión política más madura, objetiva y eficaz.

En nuestra cultura substancialmente machista, la no violencia es malinterpretada como cobardía, pero si se analiza a fondo tendremos que admitir que recibir una agresión sin devolverla requiere un valor descomunal.

El único modo de exponer una injusticia es dejándola sola, totalmente visible. Los que protagonizan actos de repudio en Cuba (y ahora hasta en Panamá), quedarían sin defensa si los agredidos no hicieran un solo gesto de resistencia o no se defendieran siquiera verbalmente de los improperios. Es extremadamente difícil, pero no hay defensa posible para la violencia si se logra no reaccionar contra ella. Al agredir a alguien que se defiende puede hablarse de “querella” o “altercado”, e incluso editar la imagen y manipular la información. Pero si sólo el agresor actúa, la bestialidad queda desnuda y se calificará de “abuso” y de “crimen”. No podrá tergiversarse. No reaccionar a la violencia implica también esterilizar la simiente para venganzas futuras. De lo contrario, el mal permanecería latente y sólo se aplazaría.

Si una Cuba deprimida económicamente, con una población mermada por el continuo exilio y el veloz detrimento de lo que fueron sus conquistas más aclamadas (educación y salud), es el saldo de un gobierno de medio siglo, hay que reconocer también que medio siglo no ha sido suficiente para construir una sólida sociedad civil, de derecha ni de izquierda.

Las controversias sobre el rumbo que tomaría nuestro país una vez lograda una transición pacífica, han ocupado el lugar de la acción real. ¿Qué sentido tiene diseñar el interior de una casa que ni siquiera se ha construido?

El sueño de una sociedad sin diferencias de clases es un ideal para cualquiera que conciba el mundo en términos de justicia, pero arrebatar por la fuerza a los que tienen más implica violar un orden natural y siempre será contraproducente. Lo mismo sucederá si las personas se sienten coaccionadas a compartir. El igualitarismo forzado no ha funcionado y no funcionará: los seres humanos somos intrínsecamente diferentes, todos no necesitamos lo mismo para ser felices. Pero sí es imprescindible que todos tengamos las mismas oportunidades. Y que la libertad no sea vista como una meta, sino como una condición previa, aunque sea mental, para poder convertirla en algo tangible. Sin libertad no puede florecer ningún proyecto político, ecológico, humanitario, espiritual. Lo hemos visto sobradamente: ni siquiera el arte alternativo ha podido desarrollar y expandirse; todo movimiento independiente es visto por el gobierno como un peligro potencial.

Creo que lo primero que se necesita en Cuba es una unidad que supere las clasificaciones de derecha o izquierda, de “oposición” u “oposición leal”. Una nación es un gran entramado donde cada fibra es necesaria, el exilio y las exclusiones sólo han provocado desgarros y vacíos: de ahí nuestra lamentable inconsistencia. Urge crear conciencia de la necesidad de esa unidad y de un profundo saneamiento moral. Las simulaciones, el ascenso por méritos que se actúan, la tolerancia con lo injusto por no perder un trabajo donde no se vive jamás del salario sino de “lo que se pega”, ha garantizado sí, nuestra supervivencia, pero a cambio de nuestros derechos básicos. Ha sido un pacto tácito con la opresión, en todas sus escalas. Sin moral no se puede exigir nada: la base de cualquier reclamo es la integridad.

Ninguna estrategia política, ningún ingenioso argumento, puede reemplazar esta realidad. Los cubanos sólo podremos defender la verdad cuando vivamos la verdad. Entonces, todo lo que nos paraliza y nos divide irá cayendo, por sí solo.

 

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