Los hijos del maltrato

Verónica Vega

Foto: Mia Marinkovic

HAVANA TIMES – Cuando veo películas que se desarrollan en países del primer mundo, lo que más me impacta es el sentido de confianza que desbordan los individuos.

No la confianza que nace de una superioridad económica, sino de un sistema en el que el ciudadano puede reclamar a los funcionarios, al Estado, al Gobierno. Es una especie de seguridad, de rebosamiento. Es el resultado de ir a un café y ser tratados cortésmente; de poder entrar a un hotel, a una institución, sin que nadie te pregunte ásperamente qué quieres o qué haces ahí; de respirar higiene y percibir orden, belleza.

También, de sentir ganas de orinar y disponer de baños públicos con paredes limpias; un inodoro que descargue; papel higiénico; agua para lavarse la cara y secador de manos, son parte habitual del recorrido, en cualquier punto de la ciudad, mucho más si es la capital del país.

Esa certeza de que, en el transporte público, cada quien cuida de no molestar, que nadie puede empujarte o hasta injuriarte impunemente, porque está muy bien definido el espacio individual y lo que implica transgredirlo, porque hay leyes rigurosas que han establecido hábitos o porque hay una funcionalidad visible, practicable.

Y no he mencionado aún la libertad de expresión o económica, aunque esa seguridad es consecuencia, también, de un salario funcional, de moverse sin restricciones dentro y fuera del país, de asociarse sin miedos, de opinar sabiendo que no voy a ser reprimid@ por mi criterio.

En Cuba la gente está esperando ser atacada, así que hay una agresividad pulsátil, tangible casi. La grosería se ha convertido en un elemento autóctono.

Se nota la diferencia en los rostros de los turistas, la suavidad de su expresión, y no es solo debido a que estén relajados, de paso. Cuando estuve en Francia me llamaba mucho la atención esa especie de distensión, de tranquilidad, sobre todo, en jóvenes y adolescentes. Independientemente de cualquier diferencia étnica, nuestros jóvenes tienen una dureza facial impropia de esa edad.

Foto: Alejandro Coronado Torné

La expresión desafiante del cubano es consecuencia de la lucha diaria, la cual implica abordar un ómnibus; comprar un producto necesario antes de que otro se lo lleve; haber caminado cuadras bajo el sol por ese mismo producto. La lucha por llenar un plato de comida; por reparar un equipo indispensable; asegurarse un mínimo de confort, confort que está siempre al borde del abismo.

Agresividad que nace de la incertidumbre de que el trabajo honesto no pagará la comida, la ropa, el taxi si se hace insoportable la espera por la guagua (exactamente igual que hace décadas, cuando nos aseguraban que la crisis del transporte era la antesala del progreso, de la eficiencia, de la abundancia).

Y los jóvenes que no llevan el peso de esa lucha, en cambio reflejan la sobreprotección de esos padres resentidos. El eco de su frustración y desconfianza. La expresión es de incredulidad, indolencia, o cinismo.

El cubano reproduce el maltrato que ha padecido, que padece, y hasta el que imagina. Cualquier incidente en un espacio público puede terminar en disputa, y los reclamos de ambas partes revelan predisposición mutua. El funcionario, porque es mal pagado y maltratado por sus jefes; el cliente porque espera maltrato, desinformación, o estafa si está en calidad de comprador.

En cuerpos de guardia de policlínicos y hospitales he visto a trabajadores de la salud recriminar a pacientes que se aglomeran estorbando el paso y la circulación del aire, en lugar de esperar su turno en los asientos. Pero los pacientes solo reaccionan a la experiencia de que cualquiera puede “colarse”, por desesperación o irrespeto o porque los propios médicos violan el orden de la fila.

Los empleados que trabajan con público están invariablemente “en guardia”, presintiendo quejas y protestas de una población desabastecida, mal atendida, inconforme. El público, por su parte, vibra en una crispación anticipada, perenne, no cree en ninguna explicación, todo le parece una extensión de lo que dice el Gobierno (desde hace décadas): mentiras, prórrogas, promesas huecas.

Foto: Mabel Nakkache

El criterio común es que para resolver algo (un documento, un turno, un ingreso hospitalario), si no lo puedes pagar, tienes que “dar un escándalo”.

Recuerdo el caso de una joven maestra emergente a quien le avisaron que le darían de baja por ausencias. La madre de la muchacha, una señora que destilaba chusmería por los cuatro costados, se apareció en la escuela y, por decirle a la directora, hasta la mandó a “singar”. Pero lo peor fue que tuvo éxito. Su hijita conservó su plaza en ese centro.

No logro imaginarme que, en un país civilizado, semejante descompostura le acarrease a la señora menos que un problema judicial, perjudicando también a la hija.

La agresividad en la Isla es inherente al entorno social. Si “te haces de miel, te comen las hormigas”, piensa el cubano y sale a la calle dispuesto a fajarse para que no le “metan el pie”. Claro que una guardia permanente implica que a veces sea uno el que meta el pie, aunque sea como defensa previa. Pero ser injusto es perdonable.

Lo que no se perdona es ceder, pactar, ser flojo (entre nosotros). Hay que acorazarse por la incertidumbre diaria, por los sueños rotos de tantas generaciones, por el maltrato que todavía nos falta.

Articulos recientes:

  • Foto del dia
  • Mundo
  • Noticias

Lake Sabrina, California, EUA – Foto del día

Jodie Newell de Estados Unidos tomó nuestra foto del día: "Lake Sabrina" en California, EUA.

  • Cuba
  • Opinión

Discurso deshumanizante y represión en Cuba

En Cuba, el discurso oficial de intolerancia se entrelaza directamente con la deshumanización de aquellos…

  • Nicaragua
  • Noticias

Una caravana cultural para los nicas en Estados Unidos

El grupo folclórico Malinche se unió a Carlos Mejía Godoy y TrovAzul para presentaciones en…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.