La alfombra roja del soborno

Verónica Vega

Valores. Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES – Un amigo me plantea un conflicto ético: le resolvieron un turno médico para atender a su esposa que tiene problemas de tiroides. Hasta le dieron el regalo que debía entregar a la especialista.

Tanto el turno como el regalo se los agenció una prima que trabaja en el sector de la salud. Para tranquilizarlo le dije que su prima solo intentaba preservar sus propias relaciones. Y como el obsequio no había sido iniciativa suya, y él sería solo el intermediario.

Este argumento y el recuerdo de esperas interminables en lobbies de hospitales, atención negligente o hasta maltrato para que su esposa solo sumara más frustración a sus síntomas, lo hicieron decidirse. Refiriéndose luego al resultado, expresaba con asombro:

-Parecía que nos habían puesto una alfombra roja… ¡Qué amabilidad, qué atención en ese hospital!

Una vez que mi madre necesitaba ingresar para hacerle unos estudios, una amiga enfermera lo consiguió por fin en el Calixto García, apelando hasta la desesperación a médicos conocidos. Ella sabía que yo no tenía dinero para regalos. Pero incluso los amigos piensan que “no se debe abusar”. Y para no ser “abusador” es preciso pedir con las manos llenas.

Ya entonces me habían comentado que un ingreso en un hospital como el Amejeiras, costaba 50 CUC.

En un número de la revista Vitral que conservo (sin carátula, por lo que ignoro la fecha), hay un excelente artículo dedicado a este tema tan actual en Cuba: “El soborno”, de Virgilio Toledo López.

“Cuando el hombre y la mujer –plantea el autor- se ven obligados o inducidos por la necesidad a sobornar para recibir lo que, por derecho, les corresponde, estamos en presencia de una de las más terribles maneras de vivir las relaciones interpersonales y sociales entre los ciudadanos. Esta expresión de la corrupción nos muestra el grado de deterioro moral y cívico que enfrenta nuestra sociedad donde se ha ido creando una cultura y estilo de vida en la que «el mundo funciona y anda al revés», a lo bueno se le llama malo y a lo malo, bueno…”

A estas alturas, y a menos que no tenga los recursos, la mayoría de la población no ve el soborno como fuente de conflicto moral. La pirámide invertida de valores es un hecho consumado. No creen en el sistema, incluso, los que aún confían en el gobierno, y atribuyen las innumerables fallas en todos los servicios, a la “oportunista burocracia”.

La constante experiencia de la omisión y el maltrato, ha matado su candor. Ha lapidado su fe en el sentido de la justicia. No piensan ya en términos de “derecho”, sino de “resolver”.

¿Por qué no llevarle una merienda a un médico que tiene un almuerzo magro y la enorme responsabilidad de mitigar el dolor o incluso salvar de la muerte?  ¿Por qué no hacerle regalos a la maestra, no por su loable desempeño sino para que “no la coja con mi hijo”?

¿Por qué no pagar 5, 10, 20 CUC por agilizar un trámite que me urge si los funcionarios ponen los estorbos? ¿Por qué no pagar cinco CUP al chofer de la guagua para ir sentado sin tener que hacer la cola, o me deje montar con un mueble, un saco repleto, o me permita apearme en el lugar que preciso, aunque no sea parada oficial?

¿Por qué no pagar por un empleo con “búsqueda”? ¿Por qué no pagar por un aprobado o un título, si los mismos profesores tienen establecidas las tarifas? Los pagos pueden ser en efectivo, en especie, o con favores sexuales.

Actualmente la venta y compra de viviendas es un derecho legal, y cuando no lo era se hacía también, pero bajo el amparo de una intrincada red de corrupción. El soborno entonces solo restituía una función social necesaria.

Virgilio Toledo López enumera algunas causas del soborno y pone en primer lugar la deformación ética y cívica y en segunda instancia, la remuneración insuficiente. Yo invertiría el orden de éstos o en todo caso, los pondría uno junto al otro. Porque la formación de valores en cada individuo debe incluir el derecho a recibir un pago justo por su trabajo. No se puede formar yendo en contra de la dinámica de la sociedad. Somos parte inherente de ese engranaje. La probidad, para ser ejercida de forma continua, requiere de una estructura que la sostenga.

Recuerdo a un amigo muy honesto y comunista ferviente quien terminó haciendo en su casa una instalación que robaba electricidad de la calle, así que la mayor parte del consumo eléctrico no era registrado ni se incluía en la factura mensual. Justificó su solución con esta frase: “Sistemas inhumanos de gobierno, no pueden exigir conductas morales”.

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