El serio tema del machismo en Cuba

Por Verónica Vega

HAVANA TIMES — Hace unos días, a una amiga su pareja le cayó a golpes en plena calle, en presencia de varios conocidos. Yo no estaba allí en ese momento, pero supe que sólo mi esposo corrió a defenderla.

¿Las razones? Que “entre marido y mujer nadie se debe meter…”, que si la defiendo y luego ella vuelve con él… Que si me busco un problema por gusto…

Al parecer, una cuestión básica de injusticia teniendo en cuenta la ventaja corporal del hombre, (notoria en el caso de mi amiga) se vuelve difusa cuando hay una relación sexual de por medio. Y el sentido de la compasión se ralentiza, se enturbia o se paraliza.

Desde que leí sobre las comunes violaciones a mujeres en la India, y el reciente escándalo por la muerte de una de las víctimas (violada por varios hombres, en un autobús en marcha), me preguntaba qué puede provocar esa conspiración tácita, ese derrumbe interno capaz de tanta bestialidad y vergüenza. Y hasta me asaltó la duda de si en Cuba podríamos llegar a algo así.

Creo que culturalmente la situación de la mujer aquí es un poco más digna. Y digo “un poco” porque el auto-concepto de objeto de valor (sexual) en la cubana común, a través del cual espera solucionar su conflicto económico, es un descrédito como ser humano.

Tenemos al menos la ventaja de no arrastrar esos absurdos lastres fundamentalistas que nada tienen que ver con la verdadera religión, y en lugar de conocimiento solo adicionan peores formas de ignorancia y sufrimiento.

Pero he palpado y sentido en nuestra sociedad también un sustrato machista, peligroso potencial como presente y como legado futuro. Por supuesto, las venideras generaciones, con los patrones que ha incorporado el reguetón, que ha “liberado” a la mujer confinándola al papel de objeto, son ideales discípulos del machismo.

A qué puede aspirar la mujer si, (según reza la popular canción “Quimba pa que suene”): “eso”  -el sexo- es lo más lindo que tú tiene…

Qué no resuelven las leyes

Hace poco supe también que a otra amiga su cuñado la agredió físicamente. Portando en su cuerpo la evidencia del crimen, fue a la estación de policía y lo denunció. El caso se procesó y el agresor fue a juicio. ¿La sentencia? Cien pesos (cubanos) de multa.

Paradójicamente, al escritor Ángel Santiesteban se le ratificó la condena de cinco años de prisión por violencia doméstica. Sin duda, el controvertido autor del blog “Los hijos que nadie quiso” no está pagando precisamente por exponer los rezagos del machismo.

El mismo rigor de excepción se mostró con el joven que murió en una huelga de hambre, en Santiago de Cuba, también acusado de violencia doméstica en un trasfondo de oscuros tintes políticos.

Un caso muy representativo es el que me refirió una conocida, que fue trabajadora social. Una niña asistía a la escuela con claros indicios en su cuerpo de abuso sexual. La muralla de impunidad consistía en que no había denuncias por parte de la familia, pero tampoco se inició nunca una investigación policial.

El asunto se diluía entre rumores de desaprobación.

Ya sé que por suerte no vemos aquí esa violencia tan explícita contra la mujer que se padece en la India o el lejano Medio Oriente, o el cercano México que acumula bochornosos índices de asesinato a mujeres. Pero no olvidemos que el machismo es un monstruo demasiado próximo.

Yo misma conocí a una muchacha que intentó denunciar a su padre, que la acosaba sexualmente. La respuesta de la autoridad fue que ese era “un problema familiar”.

Tengo amigas que en algún momento fueron violadas y no denunciaron el hecho porque tenían una relación con el agresor. El límite que establece la voluntad (el sí o el NO) en ese acto ¿es tan insustancial para la ley?

Otras renuncian a la idea por el mero pudor de hacer público el asunto, por el trasiego burocrático y en general por falta de fe en la viabilidad de la justicia.

Cómo conspiramos con el machismo

Desde hace un tiempo, siendo por azar espectadora (involuntaria) de alguna telenovela de esas que la gente alquila, he notado sobrecogida en estos productos la recurrencia a escenas de violaciones.

Es obvio que proliferan porque tienen demanda. Esto no me sorprende porque hasta amigos hombres de aparente sensibilidad, me han confesado haberse excitado con alguna escena de violación (a una mujer hermosa).

A éstos les respondo que lo que activa su fantasía no se parece a la vida. Una madrugada, hace años, me despertaron los gritos de una muchacha que sin duda estaba siendo violada y de manera particularmente dolorosa.

Grité por la ventana para que se enterara más gente pero solo bajamos a socorrerla mi entonces pareja y yo. Era una adolescente que estaba con dos hombres y otra muchacha en una oscura bocacalle. Enseguida supimos que era la víctima, por la actitud de miedo y dolor (caminaba con dificultad), y por la reacción agresiva del resto del grupo.

Mi pareja y yo, solos, no podíamos hacer mucho. Nunca entendí por qué ningún otro vecino se nos unió. ¿Realmente todos dormían? La adolescente se alejó en la penumbra con los agresores, no supe si porque la amenazaban. Tampoco supe si el espantoso acto se completó más lejos, en un paraje aún más solitario donde nadie podía oír sus gritos.

Pero aquellos sonidos se quedaron en mi subconsciente por meses, con todo el peso de su horror y desesperación. Ninguna película me ha provocado ese efecto.

Los medios de difusión condicionan mucho de cómo interpretamos el mundo. Y soy del criterio que la pornografía arroja kilómetros de mal por cuadras o metros de una libertad relativísima.

Hay una frase contundente cuyo autor desconozco: “La pornografía es la teoría, la violación es la práctica”. En la mayoría de los casos de psicópatas sexuales que he visto en programas de TV sobre investigación criminal, los victimarios son consumidores de pornografía, y de viagra.

El mito de la sexualidad como fuente (inequívoca e insustituible) de felicidad, lejos de generar  paz y entendimiento, altera todo el orden biológico y social.

El resultado no es sólo estos depredadores del sexo. Hombres y mujeres al sentir el peso inexorable de la edad se deprimen, buscan paliativos momentáneos, extensiones ficticias de juventud.

No critico la alternativa de cirugías y otros métodos si se necesitan (y se pueden costear) hablo de cómo a pesar de ello el límite se sigue corriendo y no basta ningún implante, estiramiento o píldora para aceptar el peso moral, real, del tiempo. Y esto es un problema serio.

Pero he palpado y sentido en nuestra sociedad también un sustrato machista, peligroso potencial como presente y como legado futuro. Por supuesto, las venideras generaciones, con los patrones que ha incorporado el reguetón, que ha “liberado” a la mujer confinándola al papel de objeto, son ideales discípulos del machismo.

Los jóvenes no son menos víctimas, con arquetipos de belleza pre-fabricada y hasta pre-fabricados moldes de conducta sexual.

Es curioso que en muchos carteles de reguetoneros, éstos aparezcan entre dos mujeres, siempre estilizadas, mientras ellos lucen -sin complejos- bastantes libras de más. Simplificado: el hombre puede ser como quiera. La mujer, para ser codiciada, no puede ser gorda.

Y ser “codiciada” es un privilegio de doble filo. He visto imágenes de video clips de reguetón (incluyendo al popular Calle 13), en los que el trato visual que se le da al ser femenino, subliminalmente, no dista mucho de un golpe, “un palo por la cara”, una violación.

Nuestra responsabilidad

Siempre he dicho que el machismo sólo sobrevive gracias a las mujeres. Madres que crían hijos machistas, novias o esposas que sostienen sobre sus delicados hombros un imperio que se desplomaría si solamente dieran un paso fuera del círculo.

Cuánto recuerdo las palabras de Martí: “Rebeláos, oh, mujeres, contra esas seducciones vergonzosas, ved, antes de daros, si se os quiere como se adquiere una naranja, para chuparla o arrojarla, o si os ama dulce, penetrante, espiritual y tiernamente, sin sacudida, sin predominio ni obsesiones de deseo, si se busca en vosotras algo más que la bella bestia…”

Decir que en la educación actual se inculca el respeto a la mujer es una fanfarria oficial que desmiente un alto por ciento de la propaganda mediática. Pero el machismo, como sabemos, condena por igual a ambos sexos, aunque las víctimas más evidentes sean las mujeres. Dice el Tao:

Un gran reino debe ser como las tierras bajas hacia las que fluyen todas las corrientes.
Debe ser un punto hacia el que convergen todas las cosas bajo el cielo.
Debe representar el papel de la hembra en sus tratos con todas las cosas bajo el cielo.
La hembra por la quietud vence al macho, por la quietud se sitúa debajo.

La “quietud” aquí no representa pasividad o debilidad sino sosiego, equilibrio, en contraposición con el impulso viril que la herencia machista interpreta como fuerza y es realmente esclavitud. Aquello que nos domina no puede ser llamado poder. Poder es aquello que controlamos.

Aclaro, “controlamos”, no “reprimimos”. La represión no tiene nada que ver con la quietud pues hay un movimiento interno de resistencia.

En Cuba, por ignorancia y/o idiosincrasia, se confunde el deseo con el vigor y la ira con el coraje. Esto es inmadurez también y con consecuencias graves.

Cuando pienso en el triste incidente que vivió mi amiga, una y otra vez llego a las mismas conclusiones:

1. Los pretextos de los que se negaron a auxiliarla son todos máscaras de una misma cara: ¿machismo? Cobardía, indolencia, egoísmo.

2. El respeto al cuerpo de la mujer termina cuando se interpreta como objeto sexual. Y es aquí donde empieza la otra forma de violencia. El límite entre la agresión sexual y la física es más corto que un milímetro.

3. Los que no ayudan a una mujer que es golpeada por un hombre porque es su pareja asumen que el derecho sexual sobre ella implica potencialmente este riesgo. Y lo consideran natural.

Ya sé que por suerte no vemos aquí esa violencia tan explícita contra la mujer que se padece en la India o el lejano Medio Oriente, o el cercano México que acumula bochornosos índices de asesinato a mujeres. Pero no olvidemos que el machismo es un monstruo demasiado próximo. Respira junto con todos nosotros y se alimenta no sólo del acto y la omisión sino de cualquier forma de indiferencia.

Y no olvidemos tampoco que la mayoría de los actos de violencia ocurren entre cuatro paredes, que las víctimas raras veces apelan a la justicia, y que hasta las estadísticas registradas de estos delitos en Cuba, no se difunden.

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